viernes, 2 de septiembre de 2011

Kirchnerismo: ¿la fase superior del peronismo?


País /  El fallecimiento de Néstor Kirchner precipitó primero un debate interesado
acerca de la gobernabilidad inminente. Ya estamos en otra fase. Por derecha se teme
a la consigna de la “profundización del modelo”. Del otro lado, lo que se discute es 
cómo seguir interpelando cada vez mejor a la sociedad.
Nuevas agendas, nuevos modos

Por Eduardo Blaustein

Hay algo en lo que quiero evitar caer: esta idea de que el kirchnerismo es el estado
superior del peronismo. En todo caso me parece que es una relación que habrá que
ir resolviendo políticamente, si es que es necesario resolver.”

La reflexión de Carlos Tomada que reproducimos en las páginas que siguen puede
ayudar a ilustrar algunas tentaciones riesgosas para el kirchnerismo que, paradójica-
mente, devienen de un escenario de fenomenal recuperación. El “kirchnerismo como
fase superior del peronismo”, la pregunta/debate que planteamos en tapa de esta edición,
sólo pretende ser una provocación simpática, un estímulo para reflexionar sobre el 
futuro
del kirchnerismo, de su gobierno y del país, pero sobre todo para crecer política,
institucional y culturalmente. ¿Por qué puede resultar riesgosa la pregunta sobre la
“fase superior”? Porque según cómo –lo dice Eduardo Jozami más adelante– puede 
remitir a aquella idea tentadora del Tercer Movimiento Histórico planteada en los años
de mayor fortaleza política de Alfonsín, y aún antes. O yendo más atrás, a ciertos 
recortes del peronismo hechos en los ’70 cuando, para hacerlo más puro y “revolu-
cionario”, terminaron siendo irrespetuosos respecto de la (muy) problemática diver-
sidad del peronismo. O más directamente: poco democráticos.

Hay en estos días un riesgo de “agrande” del oficialismo por autodestrucción opositora
, alguna tentación que la derecha calificaría de “hegemónica”, difícil de evitar en función 
de esa debilidad. Hay a la vez cambios de matices en el discurso presidencial a favor 
de una mayor apertura política, y de búsqueda de salida de escenarios en los que el
oficialismo no hizo las cosas bien (Indec, inflación, aun cuando esta última tenga 
que ver con fenómenos sólo relativamente “ajenos” a la responsabilidad oficial).

Por el lado de lo que, simplificando mal, podría llamarse izquierda kirchnerista
(pues hay en el tiempo kirchnerista espacios de representación que trascienden o 
superan la oxidada noción de “izquierda”), hay una voluntad evidente de dar pelea
por la profundización de la democracia en todos los espacios y ampliando agenda: 
desde los temas que hacen a calidad institucional a las políticas de seguridad y las 
distributivas o fiscales, desde el tipo de modelo sindical al que se apuesta, a las 
prácticas políticas del conurbano o Formosa. El desafío es el de respetar y convivir 
con otras expresiones, no sólo las del peronismo. Por el lado de ciertas militancias
juveniles, hay una necesidad de pasar de una cierta adicción a los ’70, de la idealiza-
ción de las escasas semanas que duró la experiencia camporista o la dura búsqueda
de espacios de poder propio, a una política de formación de cuadros que se planteen
nuevos desafíos de construcción y de futuro. Por el lado de la interpelación social, 
bajar un cambio en lo que fueron batallas imperiosas de deconstrucción del discurso
de la derecha comunicacional y política para aceptar y asumir determinadas críticas
a valorar y afrontar como estrategias de estado consensuadas (de nuevo: inflación/
Indec, seguridad, sistema judicial, mejores políticas de redistribución, minería,
medio ambiente, salir con el menor dolor social posible del sistema de subsidios).

La actual situación del kirchnerismo robustecido, revalorizado y represtigiado debería
ser el piso para plantear esas nuevas metas de superación. Nunca, desde que se 
recuperó la democracia, un gobierno fue capaz de remontar una cuesta tan embro-
mada como la que debió atravesar este gobierno hasta fines de 2009. La respuesta
habitual de los gobiernos ante las malas fue de concesión, debilitamiento y derrota.
Hasta es excepcional que cualquier gobierno en el mundo comunicacional/demo-
crático contemporáneo sea capaz de superar la presión de las corporaciones y de
los climas mediáticos y culturales.

Pero tomando aquella vieja metáfora eficaz que solía usar Néstor Kirchner, si hace 
algunos años salimos del infierno... se supone que seguimos en algo parecido al
purgatorio. Hay demasiada pobreza en la Argentina todavía y demasiada violencia real
y simbólica devenida de nuestros estallidos sociales y culturales. Antes que desde un
imaginario al estilo de lo menos lindo del ’73, cuando desde una combatividad enco-
miable se terminaba negando al otro, la nueva fortaleza del kirchnerismo, y mucho 
más la posibilidad verosímil de encarar en calma un tercer ciclo de gobierno (con 
estabilidad política, con la economía bien conducida y ayudando), debería servir 
para seguir pensando, interpelando, dialogando y haciendo. Para encarar política
estratégicas con la mayor capacidad inclusiva posible, la social, pero también la
devenida de mantener las orejas bien abiertas.

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