lunes, 6 de febrero de 2012

SAN CLEMENTE: Una radiografía: Una odisea

La Costa - Un caso real de salud que nos afecta a todos





Desde la semana pasada y hasta el momento, la rotura del equipo de Rayos X del Hospital de San Clemente del Tuyú provoca en la población un gran malestar. Mientras los empleados del nosocomio aseguran que la máquina será reparada en breve, conocimos el caso de una mujer que debió llevar a cabo una verdadera odisea poder realizarle una radiografía a su hijo. 

Con la llegada del verano y el arribo de miles de turistas a las localidades del Partido de La Costa, no es de extrañar que los servicios habituales que brindan los hospitales públicos del distrito lleguen a colapsar. Si bien, antes de comenzar la temporada, se contrataron algunos profesionales de la salud extras, que se sumaron al platel estable que trabaja durante todo el año, lo cierto es que no es extraño observar casi siempre el mismo escenario: Guardias repletas de gente a la espera de ser atendida.

Claro está que como reza el viejo refrán "el que espera no desespera", quienes se acercan a las guardias de los hospitales lo hacen con la intención de hallar solución a algún problema de salud inesperado, por lo que en estos casos la espera es sólo un trámite que uno debe afrontar para poder aliviar un dolor físico. Es que luego cuando llega nuestro turno tenemos la fortuna de estar seguramente frente a un médico que nos atenderá de forma correcta y nos brindará un diagnóstico y su consiguiente tratamiento. Después de ello, todo va mejor, porque en definitiva la salud es lo primero.

No obstante, muchas veces no es el recurso humano el que falla, sino que las falencias provienen de la falta de insumos e incluso de la rotura de equipamientos. Lo cierto es que sin esa plataforma, el trabajo de los profesionales muchas veces se vuelve imposible.
El caso que vamos a relatar a continuación tiene como protagonista a una mujer residente de San Clemente del Tuyú y a su pequeño hijo de cuatro años. Lamentamos no poder dar sus nombres ni señas particulares, ya que debemos preservar su identidad en función de su pedido. No obstante, utilizaremos para nombrarlos dos nombres de fantasía: ella será de ahora en más la Sra. Pérez, y a su hijo lo llamaremos Juan.

La odisea de la Sra. Pérez comienza hace algunos días, precisamente el miércoles 25 de enero, cuando con su pequeño Juan y dos amigos del niño decidió pasar una divertida tarde en la playa de San Clemente, en la zona del Muelle de Pesca. La jornada era realmente hermosa y se prestaba para tomar sol, reposar en la arena y sentir la brisa fresca del mar. Mientras los niños iban y venían con sus baldecitos cargados de agua salada con espuma, que servían para la ambiciosa construcción de un fuerte de arena.

De golpe sucede lo inesperado, el pequeño Juan tiene un accidente que provoca inmediatamente un fuerte e intenso dolor en el dedo meñique de su mano derecha. Sin sólo pensarlo un segundo, la Sra. Pérez revisa de forma insistente el dedo del pequeño, pero no halla nada que le indique que pueda existir una fractura, por lo que le hace unas caricias y ante el llanto inagotable del niño deciden regresar a casa.

Algunas horas después, el pequeño Juan muestra ciertas dificultades para utilizar su dedo durante el juego, y ante la pregunta de su madre responde que continúa sintiendo dolor. Es más, comienza a evidenciarse una pequeña inflamación en la zona.

Aquel descubrimiento fue suficiente para que la Sra. Pérez y su hijo acudieran de inmediato a la Guardia del Hospital de San Clemente. Allí debieron esperar durante más de una hora, ya que el lugar se encontraba atestado de pacientes que aguardaban ser atendidos. Pero aquello no fue algo novedoso para la Sra. Pérez, debido a que había vivido experiencias similares durante otros veranos pasados.

Al ingresar a la Guardia la mujer y su hijo fueron atendidos por un médico clínico quien les explicó que no había traumatólogo de urgencias, pero que de todas maneras él podía revisar al pequeño e intentar diagnosticarlo. La Sra. Pérez le relató al profesional de la salud los hechos relativos al incidente que vivió su hijo, y tras la revisación rutinaria el médico le extendió dos recetas, una con el nombre de un desinflamatorio en base a Ibuprofeno, y la otra una orden para realizar una radiografía con urgencia.

Ante la inquietud de la mujer, el médico le explicó que no podían hacer radiografías en el momento, debido a que el técnico encargado no cubría guardias, por lo que debía volver al día siguiente por la mañana para solicitar un turno para Rayos X. Al mismo tiempo el médico la tranquilizó diciéndole que debido a la urgencia del caso, seguramente le darían un turno para el mismo día.

Así fue que mientras Juan comenzó a tomar el medicamento, esperaron la llegada del otro día. A primera hora del jueves 26 de enero, la Sra. Pérez y su hijo se dirigieron nuevamente al Hospital de San Clemente. Después de realizar la fila para la entrega de turnos, una vez frente a la ventanilla del sector administrativo del nosocomio, la mujer entregó la orden médica a la empleada, quien le comunicó que el equipo de Rayos X se encontraba averiado y que no tenía la menor idea de cuándo lo repararían.

¿Qué hago ahora? Fue la pregunta inmediata de la Sra. Pérez, a la cual la empleada le respondió de mala gana que fuera a realizar la radiografía a alguno de los consultorios privados de la localidad, o bien que viajará hasta Mar de Ajó para ser atendida en el Hospital Municipal del lugar.

Cabizbaja y meditativa, la Sra. Pérez traspasó las puertas del Hospital de San Clemente, pensando que no podría hacer nada para sanar a su hijo, ya que no disponía del dinero para abonar una radiografía en un consultorio privado, y que tampoco tenía el dinero para pagar el boleto de ida y vuelta a Mar de Ajó. Además, como sucede con una gran mayoría de los habitantes del distrito, la mujer, si bien tenía trabajo, se desenvolvía laboralmente sin beneficios previsionales, por lo que ni ella ni su hijo poseían obra social.
Decidió dar un paso atrás y volver a interrogar a la empleada del Hospital de San Clemente, esta vez para explicarle su situación y pedirle de ser posible que la trasladaran junto al pequeño Juan en ambulancia hasta Mar de Ajó, a lo que la empleada le respondió negativamente, ya que debían dejar el transporte de urgencias disponible para casos más graves.
Una vez fuera del hospital, la Sra. Pérez controló el movimiento de la ambulancia, y comprobó que durante más de 1 hora y media se mantuvo estacionada en el lugar, un tiempo más que suficiente para que ella y su hijo pudieran ser trasladados a Mar de Ajó. Por ello, volvió a la Guardia, esperó y una vez que fue atendida le expresó su inquietud al médico de turno, quien le respondió algo similar a lo que previamente le había explicado la empleada del nosocomio.

Durante casi una semana, la Sra. Pérez se acercó todos los días al Hospital de San Clemente para saber cuándo arreglarían el equipo de Rayos X, siempre hallando respuestas vagas y disuasivas, hasta que finalmente le dijeron que regresará a preguntar recién el jueves 9 de febrero. Su querido pequeño Juan no podía esperar tanto tiempo. El dolor se acrecentaba y la inflamación no cedía.

Fue durante toda la semana que la Sra. Pérez también intentó hallar la compasión de sus vecinos, sin encontrar en ellos una respuesta positiva a sus súplicas. No obstante, en la mañana del lunes pasado, la Sra. Pérez halló la solución, mientras mantenía una charla circunstancial con una turista en un supermercado de la localidad.

Ella le comentó al pasar lo que le estaba sucediendo, y grande fue la sorpresa cuando la turista se ofreció a llevarla hasta Mar de Ajó. La Sra. Pérez no podía creer que una desconocida le brindará una ayuda que había sido negado por varios vecinos y conocidos.

Así fue que el pequeño Juan fue finalmente atendido en la Guardia del Hospital de Mar de Ajó. Le tomaron una radiografía y comprobaron que el niño tenía una pequeña fractura interna en la última falange de su dedo meñique.
Fue nuevamente medicado y enyesado, y luego de eso la Sra. Pérez y su hijo regresaron a casa con aquella mujer anónima que desinteresadamente les brindó una ayuda, y a la cual sin lugar a dudas jamás olvidarán.

Esa es a grandes rasgos la odisea que debió afrontar una vecina de San Clemente para poder hacer sanar a su hijo. Una historia similar a muchas, que se repite y se repite y se repite.


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