domingo, 31 de marzo de 2013

MARTÍN BALZA “Cavallo abrió la Aduana para enviar las armas a Croacia”


En una oportunidad le dije que después de la carrera que tiene, es raro ser embajador en Costa Rica, el único país que no tiene ejército. Y usted me contestó: “Ahí está la sede de la Corte Interamericana de Derechos humanos”. El general (RE) Martín Balza habla sobre la responsabilidad de Menem, Cavallo y Camilión en la venta de armas a Croacia y Centroamérica y rescata el proceso de integración de las Fuerzas Armadas en el proceso democrático.
–Y también es la sede del Instituto Interamericano de Derechos Humanos. Es un país muy interesante. La Argentina ha tenido tradicionalmente una presencia que siempre se puede incrementar por lo que significa Costa Rica en el contexto latinoamericano y centroamericano: democracia, derechos humanos, cuidado ambiental.
–Usted fue protagonista de dos episodios muy fuertes de la historia reciente. El primero es Malvinas, al que usted trató ampliamente en dos libros, Gesta e incompetencia y unos capítulos en Mi historia argentina. Quería recordar cómo fue que usted llegó a hacerse cargo de su grupo de artillería en Corrientes. Los mandos de entonces del Ejército, ¿lo mandaron como una forma de castigo a ese destino alejado de la toma de decisiones?

–En el año 1980, cuando asumo el mando del Grupo de Artillería 13, en Pasos de los Libres, no era bajo ningún punto de vista una unidad de castigo. Las circunstancias me llevaron a que fuera designado jefe de ese comando y estuve los años 1980 y 1981 y fui propuesto para un tercer año. Cosa poco usual, porque el mando en ese tipo de unidad era de dos años. Y con esos bravos litoraleños (porque tenía también algunos del Chaco, de Formosa y de Misiones) fui a Malvinas, catalogada como una pequeña gran Guerra.
–Señala que ese conflicto inaugura una era porque fue la primera guerra misilística. Para usted, formado en el área de artillería, ¿era estar en un nivel de tecnología menor al del tipo de guerra que se desplegó? 
–Sí, pero no obstante se apreciaron patrones comunes de todas las guerras. Si bien la tecnología argentina era inferior a la británica con el apoyo de Estados Unidos, no estábamos con arcos y flechas. Había un equipamiento aceptable. De no ser así la guerra no hubiese durado 44 días. Los primeros en reconocer el comportamiento del ejército fueron los británicos. En el imaginario colectivo se instalaron algunas cosas que no fueron reales. Si todos los soldados hubiesen estado muertos de hambre y con ropa de verano la guerra no hubiese durado lo que duró.
–Usted señala que la expedición que mandó Gran Bretaña a las islas fue la más numerosa desde el fin de la segunda Guerra mundial. 

–Correcto. Las fuerzas británicas tenían más de 100 buques y fueron con tropas experimentadas. Hubo algunas unidades argentinas, entre ellas la mía, que estaban instruidas. Tenía más de una año de instrucción. Esa brigada de Corrientes tenía un régimen de incorporación de soldados cuatrimestral. Siempre contábamos con un 75% de hombres que tenían más de un año de instrucción. La artillería aérea estaba constituida por oficiales y suboficiales. Cuando yo era jefe del Ejército me fue a saludar Jeremy Moore, el general que condujo las fuerzas terrestres británicas. No lo conocía, porque en Malvinas yo era Teniente Coronel. Me dijo que algunos momentos del combate fueron muy difíciles y que tuvieron grandes pérdidas. Lamentablemente, en esa improvisación, esa aventura que fue ir a la guerra, hubo unidades, sobre todo de la Brigada X, que no estaban en aptitud de combatir acorde con las circunstancias. Todo eso hay que ponerlo en su contexto para valorar todo lo que se hizo. Se combatió por una causa justa. Un sentimiento nacional. Al margen de la dictadura militar, eso es lo que hay que rescatar y creo que lo rescata todo el pueblo argentino.
–Usted, en sus libros, habla de estrés postraumático pero no hace ninguna consideración sobre su persona. Pasado el tiempo, ¿le dejó alguna huella que tuvo que tratar? 
–Desde el punto de vista psíquico prefiero no abundar en detalles. Eso lo deberían hablar mis subordinados o ustedes, los periodistas. El estrés postraumático se puede manifestar inmediatamente al regreso de la guerra o pasado los años. He tenido casos de hombres que eran Tenientes Primero, que luego ascendieron a Coroneles y aún hoy tienen serios problemas desde el punto de vista psíquico como consecuencia de la llamada “fatiga de combate o neurosis de guerra”. No soy especialista, pero esto se presenta como ansiedad, depresiones, alucinaciones, angustias y otros síntomas. Lo más grave es el número de suicidios que ha originado. Y no solamente entre nuestros soldados. Los ingleses tienen un número de suicidio similar a los nuestros. La guerra afecta al vencedor y al derrotado. Nuestro porcentaje de afectados por estrés postraumático fue aproximadamente de un 3%. El de los ingleses algo similar. Influyó también que cuando regresamos al continente, en el caso de los soldados, se los echó de los cuarteles. Los responsables de esto fueron el entonces jefe del Ejército, el general Cristino Nicolaides, y el presidente de la Nación, el general Bignone. En mi caso tuve circunstancia familiares no muy comunes. Yo llegué a Malvinas y una semana después, el 22 de abril, nació nuestro cuarto hijo, la primera nena. La conocí a los tres meses. De manera que aquí no sólo han sufrido los combatientes, sino también la familia. En mi caso, hablo como un combatiente más. Yo tuve que dar la noticia a soldados de que el padre había muerto en el continente y que dijeron que querían quedarse a combatir. Fue terrible decirle a un teniente, cuya esposa esperaba familia al mismo tiempo que yo, que su hijo había nacido muerto. Y ese hombre siguió combatiendo. La guerra es algo horrible. Por eso, los que conocimos las circunstancias de la guerra valoramos mucho la paz. La guerra no resuelve nada. Es un pobre renunciamiento a las escasas pretensiones de la humanidad. Es un hecho trágico en una sociedad. Por desgracia, es una de las frecuentes maneras con que se intentan resolver las disputas. La tragedia de la guerra pone al descubierto muchas cosas nuestras. El miedo y la valentía. El egoísmo y la solidaridad. Lo que tiene que estar depositado en el corazón de los hombres es la paz y no la guerra.
–Cinco años después de Malvinas se produjo el levantamiento de los carapintadas. El principal referente de ese hecho fue Aldo Rico, que había sido comando en Malvinas. Usted estuvo en posiciones diferentes. ¿Quisiera recordar esa situación?

–Durante el levantamiento de Semana Santa que, si mal no recuerdo fue a mediados de abril de 1987, yo era Coronel. Estaba destinado en el Estado Mayor del Ejército. Era el inspector de artillería. No tenía un cargo operativo como el del teniente coronel Aldo Rico. En Malvinas, mi unidad se apoyó en los comandos y trabajamos codo a codo con Rico en algunas incursiones que hicieron las tropas comandos en la profundidad del enemigo. Combatimos juntos. También tenemos que ponernos en el contexto de 1987. Siempre he dicho que, referido a Malvinas, lo de Rico fue un planteo gremial que hizo a los mandos del Ejército. Esos generales de entonces se caracterizaban por una falta total de liderazgo para conducir a los hombres de la fuerza. Se vivía una situación que no había sido superada. Sobre todo el tema Malvinas y la lamentable lucha que habíamos tenido durante mucho tiempo.También hubo algunos que no vestían uniforme y que por omisión o comisión incitaron al motín y a la insubordinación de esto que fue bautizado como “Operación Dignidad”. Hubo algunos políticos, empresarios, sindicalistas, periodistas, miembros de la iglesia y militares retirados y muy pocos en activo…
–¿Cuáles son algunos de esos nombres importantes que usted considera instigaron en esa maniobra?
–Usted es muy buen periodista y analista. Los conoce igual que yo, lamentablemente. Esto ha sido una característica de la historia argentina. Éste no fue un golpe de Estado. Fue un motín. Un acto de inconducta en contra de los altos mandos que no estuvieron a la altura de las circunstancias. En las mal llamadas revoluciones, que fueron golpes cívicos-militares desde 1930 hasta el último, que fue una obra maestra del terror, hubo instigaciones de todos los sectores que antes mencioné. Muchos de los que perdieron la carrera, que pasaron a retiro por haber aceptado la inconducta, fueron militares. Los otros se prepararon para el próximo golpe de Estado. El número de insurrectos de los acontecimientos de Semana Santa era insignificante desde el punto de vista cuantitativo. El Ejército no los apoyaba pero tampoco los reprimía por la falta de liderazgo. Alfonsín designó al general Ernesto Alais para reprimir, y creo que el general Alais debe estar todavía marchando por la altura de Zárate. No sé, no llegó nunca. De manera que la firmeza del presidente no tuvo su correlato en el ministerio de Defensa ni en el Ejército. No es cierto que los hombres de Malvinas estaban entre esos insurrectos de Semana Santa. Hubo pocos, Aldo Rico y algunos más. El resto de los de Malvinas no estuvieron ahí.
–Si bien quiero pasar de tema, no quiero dejar de lado que cuando le tocó una responsabilidad en el último levantamiento carapintada, puso toda la autoridad que había que poner y estuvo al frente de conjurar a esa sublevación que había escalado y que lideraba otro militar que había sido veterano de Malvinas, me refiero a Mohamed Seineldín.

–Usted se refiere al 3 de diciembre de 1990. En esa oportunidad, era subjefe del Ejército y general de Brigada. A diferencia de Semana Santa, donde no tuvimos que lamentar ninguna muerte y ningún herido, el 3 de diciembre creo que hubo 14 muertos y más de cien heridos. La situación fue distinta y por demás lamentable. Tuvimos que enfrentar, a fines del siglo XX, en las calles de Buenos Aires, a una inconducta que podía minar al Ejército argentino sumado al desprestigio que estaba generando todo esto en el contexto internacional para nuestro país. Lamentablemente, muchos de los que incitaron a Seineldín en el levantamiento anterior conocido como el de Villa Martelli en diciembre de 1988 son los mismos de Semana Santa. No era un problema de nacionalistas y liberales. He conocido buenos profesionales, fracciones respetuosas del estado de derecho de la Constitución y otros que, mezclando cuestiones políticas, religiosas, ideológicas y militares se hacían de ese cóctel explosivo que minaba la disciplina. Acá se dio una paradoja. Mientras los militares comprometidos en la asonada del 3 de diciembre, como Seineldín, perdieron la carrera o estuvieron casi doce años en prisión, los civiles instigadores y financiadores continuaron gozando de un cómodo anonimato. Todavía llamaban traidores a quienes habían cumplido con el deber de soldados y habían defendido la Constitución. Ese hecho constituye un punto de inflexión. Pero, ¿recordamos un período de estabilidad constitucional e institucional de las fuerzas armadas al pueblo civil como el que va del 3 de diciembre de 1990 al día de hoy?
–No solamente la respuesta es afirmativa, sino que los hechos en los cuales usted estuvo al frente valientemente, en lo que algunos llaman la autocrítica, fue más que asumir un compromiso con el estado de derecho, con la democracia y de distanciamiento con todos aquellos que habían violado los derechos humanos y que tenían que ser sometidos a juicios. Muchas veces digo que no hubiera sido posible de llegar a los juicios que comenzaron en 2003 con la actitud valiente de Néstor Kirchner, sin la Comisión Sábato, sin el Juicio a Las Juntas y si usted no hubiese tomado la actitud que tomó al frente del Ejército. En estas cosas hay que rescatar muchos puntos de inflexión y uno fue su actitud valiente de presentarse frente a las cámaras de televisión y decir todo lo que tenía que decir.

–Pero lo hice en nombre del Ejército argentino. Me sentí respaldado por mis oficiales y suboficiales y por muchos retirados. Estoy convencido de que el 3 de diciembre es un punto de inflexión en nuestra historia política y la que marca la inserción de las Fuerzas Armadas en la democracia. Luego, las circunstancias llevaron a que pasase de jefe de Brigada a jefe del Ejército como teniente general. En 1995 ya llevábamos casi 3 años y medio de una acción docente dentro del Ejército concientizando los errores del pasado. Y en nombre del Ejército argentino pronuncié ese mensaje, creo que un martes 25 de abril de 1995. El primer levantamiento de Seineldín fue en diciembre del ’88 con el apoyo de determinadas fuerzas que no se veían afectadas porque se perjudicaba el partido radical. Entonces, le dije al candidato a gobernador de una provincia patagónica simpatizante de Seineldín, “cuidado porque esto mismo el día de mañana se lo van a hacer a un partido del signo contrario”. El 3 de diciembre de 1990 se produjo el segundo levantamiento de Seineldín contra un partido de signo distinto, como era el peronismo. Pero este levantamiento careció de objetivos, de liderazgos. Tenía una alta ideologización, anarquía y hasta sovietización: nada que ver con el levantamiento carapintada de Semana Santa.
–Cuando dice sovietización, ¿a qué se refiere?
–A que no había marcos porque Seineldín no lideraba. Cada uno lideraba su fracción, por eso llamo sovietización, porque era compartido. El 3 de diciembre lo único que tenía de carapintada eran los rostros.

–Lo llevo a otro acontecimiento que en estos días ha tenido gran repercusión pública cuando el Tribunal Oral Federal decidió dar algunas prisiones preventivas respecto del tráfico de armas. Me gustaría conocer su análisis respecto de cuáles fueron los responsables de aquella maniobra que llevó a que armamento de la Argentina terminara en dos centros de combate como fueron Croacia y la ex Yugoslavia y, en un término menor, también en Ecuador.
–La última palabra la está dando la Justicia. Yo he sufrido mucho por esta operatoria de venta ilegal de armas. No conozco los argumentos porque todavía no han sido publicados. Fue lamentable, mientras cumplíamos una misión de mantenimiento de la paz en Croacia en los ’90 y mientras hombres del Ejército murieron cumpliendo esta tarea, nuestro gobierno de entonces, a través de tres decretos secretos del Poder Ejecutivo, vendía armas a uno de los dos bandos en pugna, que era la República de Croacia. Mediante algo ficticio que eran los decretos con ventas de armas a Panamá y Venezuela, se hizo una exportación ilegal. Ni Venezuela, ni Panamá hicieron gestiones para comprar armas. Nunca tuvieron armas argentinas. De manera que fue todo fraguado. Y quien concretó este contrabando ilegal de armas fue Fabricaciones Militares, que dependía del ministerio de Defensa. Y entre las muchas firmas están las de los ministros Erman González y Oscar Camilión; del ministro de Economía de entonces, Domingo Cavallo, y del canciller Guido Di Tella. Esta operación tiene una particularidad, el ministro Cavallo liberó a la Aduana del control por medio de un decreto. No obstante, autorizó a cobrar reintegros por el material exportado. El material exportado tenía que ser de fabricación nacional, nuevo y, obviamente, sin uso. No obstante, se habría exportado material no nacional, viejo y, por ende, usado. Es curioso que el ex ministro de Defensa Oscar Camilión diga que se trataba de material de fabricación nacional y sobre todo que afirmara que la mayoría era del Ejército. Esto es algo que se instaló en el imaginario colectivo y se ha engañado a la población. Del Ejército no salió absolutamente nada para exportar y eso está probado por un peritaje que hicieron cinco peritos de la Corte Suprema de Justicia. Una pericia que aún hoy puede hacerse. Imagínese, seis toneladas de armas, más de 20 cañones, 8.000 fusiles livianos, 8.000 pesados, ametralladoras, morteros. Si falta un fusil en el Ejército hay una cadena de mandos, de fiscalización con responsabilidades directas. El único que informó sobre la presencia de material argentino en Croacia fue el Ejército argentino, con mi firma en septiembre de 1992. Esa información la tomamos por trascendidos por la prensa serbia, no vimos el armamento ahí, pero se sabía de ello. No obstante, hubo presidentes, ministros, senadores, diputados, más de una decena de periodistas que estuvieron en Croacia y obviamente, no veían el armamento argentino porque estaba en el centro de operaciones.
–Si uno tuviera que hacer la hoja de ruta, como en una película, de ese material que llegó a Croacia desde la Argentina, ¿cómo se determinaría el origen?
–Nosotros no tenemos que investigar porque no nos faltaba nada, pero la Justicia lo ha determinado. ¿Quién fabrica los fusiles, los cañones y las ametralladoras en la Argentina? Una empresa que es Fabricaciones Militares, que en ese entonces dependía del ministro de Defensa, Erman González, y del canciller Oscar Camilión. A partir del ’96, Fabricaciones Militares pasó a depender de Cavallo. Y el logo de Fabricaciones Militares hace pensar que salió del Ejército. Pero esto es falso. Con respecto a esta operatoria, Erman González firmó dos de los tres decretos; Camilión, uno, y Di Tella, al igual que Cavallo, los tres. Permítame leer de un libro cuya autoría es de Domingo Felipe Cavallo, El peso de la verdad. Un impulso a la transparencia argentina de los ’90, curioso el nombre. Ahí dice: “Para concretar esta operatoria, Erman González decidió nombrar a un empresario de su confianza al frente de Fabricaciones Militares, el farmacéutico riojano Luis Sarlenga, a quien se sumaron los contactos internacionales, no sólo de Alberto Cohan, sino también del hasta entonces poco conocido Esteban Caselli. Como fruto de todo este bagaje de conexiones fueron apareciendo contratos con Bolivia, Panamá y Venezuela”. Y agrega Cavallo: “Si estas armas no las vendíamos nosotros, las hubiera vendido otro”. Cavallo le atribuye a Cohan que le había manifestado esa frase. Pero él dice: “La triangulación es algo común en el mercado internacional de armamentos y no deberíamos preocuparnos por ello”. Esto pone en evidencia que Cavallo conocía lo ilegal de la operatoria. Y Cavallo también dice que tuvo fuertes discusiones con el entonces secretario de Justicia Elías Jassán y con el secretario Legal y Técnico Carlos Corach sobre cómo proceder frente a la denuncia judicial por la exportación de armas. Y agrega que él, Camilión y Di Tella fueron “engañados porque les redactaron y aprobaron los decretos de aprobación de las operaciones”. Me cuesta creer que fueron engañados a firmar decretos que conllevaban delitos agravados. En el juicio por contrabando no hubo un solo hombre del Ejército, bajo órdenes mías, que hubiese respondido por esta operación. Sí hubo militares de extra fuerza, bajo las órdenes de Camilión, no en la orgánica del Ejército, citados. La Justicia determinó que ni el Ejército ni su jefe tuvieron que ver. Con respecto a lo que fue a Ecuador, me parece que fue un acto de tercer nivel. Les mandaron 500 fusiles obsoletos, viejos, fuera de servicio. Nuestro país violó en la época de la dictadura militar, con Galtieri, el principio de no intervención en Centroamérica. En los ’90 se vuelve a violar un principio rector de la política exterior de la República Argentina bajo un gobierno democrático y con la participación de un canciller, Di Tella; dos ex cancilleres, como Cavallo y Camilión, y dos ministros, el de Defensa, Erman González, y el de Economía, Domingo Cavallo. La Justicia tiene la palabra y no imputó al Ejército. De hecho, la Justicia dijo que el Ejército no entregó nada para vender y eso se puede comprobar aún hoy. Es una burda mentira involucrar al Ejército.

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