domingo, 24 de noviembre de 2013

Eduardo Anguita Cristina, con equipo nuevo



(TELAM).
La primera observación, por más que haya pasado casi una semana, es que la Presidenta está bien de salud, animada, con la energía de siempre y con la determinación de no perder la iniciativa política. Si se soslaya eso no puede entenderse la buena recepción que tuvieron los cambios de Gabinete, tanto en casi todo el arco político como al interior del espacio del peronismo y del kirchnerismo más identificado con Cristina. Es difícil saber si habrá más modificaciones en el elenco de ministros o bien reestructuración de algunas carteras en las próximas semanas. También es prematuro aventurar si para la conmemoración de las tres décadas de continuidad democrática habrá un acto masivo. Lo que sí parece despejado, tras casi seis semanas cargadas de especulaciones, es que Cristina tomó nota de cada una de las demandas políticas y asumió un cambio de rumbo.
La segunda observación es que en su aparición pública, al poner en funciones a los tres nuevos ministros, no esquivó su determinación de buscar inversores externos por vía de las grandes empresas norteamericanas, como Chevron, y también de abrirse a medidas destinadas tanto a aliviar la falta de divisas a través de la apertura al mercado de capitales como de buscar la tan esquiva inversión externa directa.
La tercera observación, más incómoda, es que la llamada heterodoxia económica o neokeynesianismo, o cualquiera otra denominación que pretenda alejar del ideario neoliberal, se encuentra frente a un hecho contundente: los problemas del sector externo son delicados y los paliativos o soluciones que buscará el Gobierno serán los llamados mercados, ni más ni menos que el desvencijado y especulativo capital financiero. Los riesgos de esa apertura no son ni más ni menos que limitar la capacidad soberana de la Argentina y de reconocer que el ideario latinoamericano no está acompañado de medidas concretas que potencien las reales y concretas ventajas comparativas que exhibe la región.
En síntesis, el Gobierno retoma la iniciativa política y recurre a recetas tradicionales que le dan oxígeno, tales como la apertura al diálogo con empresarios y sindicalistas, el compromiso del nuevo jefe de Gabinete de asistir al Congreso mensualmente y su contacto directo con los periodistas sin vueltas ni exclusiones. El desafío, a la vez, es hacer frente a una economía que tiene muchos signos de agotamiento y requiere medidas urgentes.
Panorama post-electoral. El Gobierno dejó de lado el plan de reelección de la Presidenta y decidió convocar a Jorge Capitanich, un hombre de probada capacidad que a la vez tuvo una muy buena performance en las legislativas chaqueñas de octubre pasado. A su vez, Capitanich es parte del armado de los gobernadores justicialistas y no oculta sus ambiciones presidenciales. Ésta es la gran novedad política: se trata de un jefe de Gabinete con peso propio. La palabra “lealtad”, tan utilizada en el peronismo, tendrá un significado diferente. Ya no será la defensa extrema de la figura presidencial sino que requerirá capacidad de trabajo y eficiencia. Capitanich habla con voz propia, será un aliado que tratará de conciliar su clara afinidad con el kirchnerismo al tiempo que intente conducir medidas económicas y políticas que no detonen sus posibilidades futuras. Capitanich suma el reconocimiento de la oposición y sus buenos vínculos con el empresariado y con organismos internacionales como el Banco Mundial. Es un buen interlocutor para esta evidente etapa de acercamiento a las políticas de Estados Unidos y a los centros financieros internacionales.
Lo dicho no es una apreciación ideológica ni pretende una descalificación. En efecto, conviene detenerse en el panorama actual. Entre las PASO y las elecciones legislativas, el Gobierno llegó a un acuerdo para resolver los laudos con cinco empresas extranjeras que tenían sentencias favorables del tribunal arbitral del Banco Mundial (Ciadi) a cambio de renunciar al litigio por un total de 677 millones de dólares. Argentina pagará con bonos en dólares (Bonar 2017 para el capital, y Boden 2015 para los intereses). En paralelo, a través del Fondo de Inversión Gramercy, el Gobierno intenta llegar a un acuerdo consensuado con aquellos tenedores de títulos de deuda en default que no entraron en ninguno de los dos canjes (2005 y 2010). La operatoria pergeñada por el Gobierno fue pedir a las entidades financieras que sí canjearon deuda (básicamente bancos norteamericanos) para que cedan el 20% de los intereses en los próximos cinco años y así poder conformar una suerte de fondo común con el que se pagaría a quienes no entraron. Una estrategia activa para intentar evitar el posible fallo adverso de la Justicia de Estados Unidos impulsado por el llamado fondo buitre NML Capital de Paul Singer. El claro propósito de este acercamiento es la respuesta argentina al pedido de Barack Obama de resolver los conflictos con el Ciadi y esperar el apoyo de su gobierno en la apelación a la Corte Suprema de ese país. Respecto de Chevron, es sabido que los presidentes norteamericanos hacen lobby a favor de las petroleras de ese país. Se podrá discutir si esto es pragmatismo o pérdida de soberanía, lo que parece evidente es el claro sinceramiento del Gobierno respecto de quiénes son los interlocutores y el camino elegido para amortiguar conflictos.
Respecto de atraer dólares, hasta el momento, las señales de acercamiento al sector financiero internacional dieron algunos resultados. Se destrabaron créditos del Banco Mundial (BM) por 3.000 millones de dólares (mil millones de dólares anuales entre 2014 y 2016) destinados a infraestructura rural y servicios de educación y salud y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) aprobó el pasado 30 de octubre un crédito por 300 millones para financiar obras viales en el norte argentino.
La historia de los movimientos nacionales latinoamericanos está signada por variaciones que van desde la confrontación directa con los poderes imperiales llegando hasta la aceptación lisa y llana de sus intereses. Sería anticiparse demasiado evaluar si el camino elegido por Cristina Fernández de Kirchner permitirá, a la vez, profundizar el modelo en el sentido de redistribuir la riqueza a favor de los más necesitados y, al mismo tiempo, alinearse con estos intereses concentrados.
Competitividad. Los dos años de restricciones cambiarias impulsados por el Banco Central (el llamado cepo cambiario) y de manejo discrecional por parte de Guillermo Moreno de las llamadas licencias no automáticas de importación no lograron frenar el drenaje de divisas. Por el contrario, las reservas del Central cayeron a 33.000 millones de dólares. En lo que va del año, nada menos que 10.000 millones. Pero sería injusto creer que la reticencia de los exportadores de granos a liquidar dólares, o el incremento del turismo argentino al exterior, o el retiro de cuentas bancarias en dólares son las causas principales del estreñimiento de divisas.
La potente industria automotriz significa un altísimo nivel de importación de las autopartes con mayor valor agregado. El financiamiento bancario para la compra de cero kilómetros llevó a que el parque automotor argentino se renueve como si estuviéramos en el mejor de los mundos. Las plantas de armado de televisores y teléfonos móviles de Tierra del Fuego, con grandes beneficios fiscales que deberían auditarse con seriedad, implican altísimos niveles de importación. Aquí se ensambla, en eso consiste el valor agregado por más que las etiquetas digan industria argentina. La Argentina está inundada de teléfonos celulares y de plasmas, también financiados vía tarjetas de crédito. Creer que el consumo de estos productos es un proyecto económico en sí es desconocer que son segmentos funcionales a las notables ganancias que tienen las multinacionales automotrices y de productos electrónicos antes que un descubrimiento argentino.
Los subsidios al consumo de electricidad, gas y agua llevaron a que en la Ciudad de Buenos Aires y parte del Conurbano, salvo excepciones, las facturas lleguen con importes cinco veces menores a los que pagan otros ciudadanos del país. Esto impacta de modo directo en el déficit de la balanza comercial energética y significa una erogación millonaria. En 2012, en ese rubro se fueron 60.000 millones de pesos. Por otra parte, quienes más se benefician con estas medidas son sectores medios y medio altos. Algo similar que con la reposición de autos. Aerolíneas Argentinas significa un drenaje de dinero para el presupuesto público y eso debería justificarse vis a vis con otros rubros del transporte tanto de cargas como de pasajeros. Transportar carga en camión es carísimo y potencia el drama de los accidentes viales.
Es decir, la sintonía fina siempre se interpretó como la implementación de medidas redistributivas a favor de los más carenciados. Estos, en verdad, son los que sufren la falta de cloacas, los malos trenes o el trabajo precario. Para mantener los planes universales se busca un alto aporte de los impuestos directos y las retenciones. Es decir, aumentar el consumo y el saldo comercial favorable con la mayor exportación de soja y girasol. El camino difícil es mejorar la ecuación por vía de apostar por una industrialización que no copie el consumismo funcional a las grandes multinacionales. Algo que este gobierno, en diez años, hizo, pero sin poner la energía y los recursos suficientes.
Cabe consignar que con la sojización se pierde competitividad en otras producciones agropecuarias. En el trigo, por ejemplo, que en octubre el precio de la tonelada llegó a pagarse 4.500 pesos por la estrechez de la oferta. No bien entró el grano de la cosecha (principalmente de Santa Fe), bajó a 1.440 pesos. La estrechez hizo saltar el precio del kilo de pan a 26 pesos pero la caída no produjo un brusco descenso del precio. Y estamos hablando nada menos que del pan. Es más que ingenuo pensar que estas cosas las resuelve un secretario de Comercio con modales enérgicos. Porque la realidad es que el acuerdo de precios que llevó a cabo Guillermo Moreno por 500 productos con los supermercados (grandes formadores de precios con poder económico real) fue un fracaso. Nada hizo el secretario de Agricultura Norberto Yahuar con la cadena de valor de la industria lechera salvo decir que los supermercadistas son unos chorros (junio de 2013).
Parece evidente que la llegada de Axel Kicillof va en la dirección contraria a una cadena de desaciertos. Una mejora en la gestión tiene que estar acompañada de un programa y de planes muy concretos. Todo indica que no habrá desdoblamiento cambiario pero sí habrá desgravaciones fiscales y nuevos impuestos como para armar un menú donde se pueda favorecer, por ejemplo, a las economías regionales que se quejan del retraso cambiario y desfavorecer, por ejemplo, a quienes quieran importar autos de lujo.
El desafío de dos años. El asunto es que, a esta buena recepción inicial a los cambios de equipo, deberán seguir resultados. Si los hay, y el país necesita que los haya, no van a ser ni inmediatos ni impactantes. En 2014 empezará a regir un nuevo índice de precios. Se descuenta que el Gobierno deberá nombrar funcionarios insospechables al frente del Indec. Demos el crédito de que así será. Pues bien, ¿cuáles serán los reales niveles de precios y cómo afectarán a esta convocatoria de Capitanich de tratar de bajar las expectativas para el diálogo paritario que empezará mucho antes del estreno del nuevo índice? ¿Y cómo se comportará el mercado paralelo del dólar? Un reordenamiento de la gestión pública de asuntos tan sensibles como la emisión monetaria, los salarios, los precios al consumidor, el precio de las divisas y tantos otros sólo son viables con metas razonables tras un diagnóstico preciso. Es decir, metas alcanzables que requieren de un clima social y político favorable. Un clima donde el Gobierno deberá corregir rumbos. Pero el Gobierno no está solo. Suponiendo que estos cambios permitan aquietar las movidas aguas del frente interno, habrá que preguntarse si la oposición política y el empresariado le darán oxígeno al oficialismo.
De allí la importancia de que, en estos próximos dos años, la Presidenta mantenga no sólo la iniciativa, sino también la imagen positiva registrada a su regreso.

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