domingo, 13 de abril de 2014

Las alianzas promiscuas y el riesgo de la despolitización

Por 
 Daniel Miguez

A partir del primer paso para la democratización de la política, como lo fue la Ley
 Sáez Peña, la Argentina estuvo dirigida por gobiernos elitistas con interregnos de
 gobiernos populares (o populistas según la denominación de la derecha) que tuvie
ron como eje la defensa de lo nacional y la distribución de la riqueza. Estos últimos
 provinieron del radicalismo primero, con Hipólito Yrigoyen, y de manera determi
nante después, con el justicialismo de Juan Domingo Perón. Y fueron estos mismos
 partidos los que aportaron los otros dos liderazgos políticos en nuestra historia: el
 de Raúl Alfonsín y el de Néstor y Cristina Kirchner.
La característica de estas dos fuerzas políticas es su carácter movimientista, sin un
 dogma ideológico, o dicho de otra manera, espacios donde conviven ideologías
 que hasta llegan a ser antagónicas. A Yrigoyen lo sucedió Marcelo Torcuato de Al
vear, que era exactamente lo contrario, sin dejar de ser radical. En el peronismo con
vivieron desde su fundación, nacionalistas, marxistas, fascistas y socialistas, y Car
los Menem, junto a muchos que hoy siguen llamándose peronistas, lo convirtieron en
 lo único que el peronismo no podía ser: liberal y antipopular.
Néstor Kirchner imaginaba llegar a buen puerto con una dificultosa ingeniería políti
ca que culminara con el sinceramiento ideológico y la institucionalización partidaria
 de las dos grandes corrientes que existen en la Argentina: una con su eje en la so
beranía nacional, la justicia social y la integración latinoamericana y otra política
mente conservadora, económicamente liberal y socialmente excluyente.
En esa tajante divisoria de aguas podrían entrar casi todos los actores de la políti
ca nacional, con excepción de los partidos o grupos que no consienten la economía
 capitalista o la organización política democrática tal como existe en la Argentina
 y en la mayoría de los países.
Esa ambiciosa idea de Néstor, a la que se le llamó transversalidad, hizo agua rápi
damente. Los primeros dirigentes que convocó por afuera del peronismo (Elisa Ca
rrió, Víctor De Gennaro, entre otros) tenían planes personales muy diferentes. Igual
 sumó dirigentes de las segundas líneas, por caso Graciela Ocaña o Claudio Loza
no, pero el peso político era distinto.
El segundo intento, más desteñido, fue cuando incorporó a radicales que estaban
 lejos del progresismo, como Julio Cobos o Gustavo Posse. Lo mismo le ocurrió
dentro del propio peronismo. Si bien nunca aceptó a un Luis Barrionuevo o a un Ge
rónimo Venegas, adentro del kirchnerismo estuvieron hasta hace meses, Massa,
Darío Giustozzi y Raúl Othacehé, por ejemplo.
Para que el poder político sea transformador requiere de construir grandes aveni
das para que entren muchos, desde los más moderados a los más osados, pero
no tan anchas como para que entre cualquiera. Por el contrario, el fraccionamiento
 de fuerzas en pos de la pureza ideológica termina llevando a que nada cambie.
Pero es necesario tres o cuatro ejes centrales claros en cada sector político.
Nos debería asombrar que Hugo Moyano, que combatió a Menem, compartiera lis
ta electoral con Francisco De Narváez, ex jefe de campaña de Menem en 2003; o
que Pablo Micheli quiera salir en la misma foto junto a Barrionuevo y Venegas; o
que un dirigente honesto y ejemplo de lucha como Juan Carlos Smith, esté dentro
del cuadro de esa foto. Nos debería asombrar que Adrián Pérez, esté con Massa
; que Ocaña se haya aliado a De Narváez y la lista no sigue por una cuestión de
espacio.
Que aceptemos estas estrambóticas alianzas con naturalidad, dándole un lugar en
 la lógica política, nos lleva por mal camino. Porque si bien es cierto que a ideolo
gías revueltas, ganancia de oportunistas, lo más grave de esta situación no es la
 ventaja personal que puede sacar el dirigente que actúa de esa forma, sino que
al convertirse en una conducta más o menos generalizada, puede derivar, una vez
 más, en el descreimiento de la sociedad en el valor de la política, que es lo que
 buscan las elites.
Uno de los grandes méritos del kirchnerismo fue el de volver a sentar a la política
 a la mesa de discusión con el poder económico, a reconstruir la confianza en la
 política, a demostrar que la política sirve para mejorar la calidad de vida de la
 gente. La consecuencia de esto fue el creciente interés de la sociedad en la polí
tica, y para muchos un incentivo a la participación y a la militancia.
Con el kirchnerismo, la Argentina pasó del “que se vayan todos” al “que se que
den todos”, como ocurrió en 2011, cuando Cristina, los gobernadores y la abso
luta mayoría de los intendentes fueron reelectos.
El kirchnerismo hoy sigue teniendo su militancia intacta, y el grueso de la socie
dad, aún los antikirchneristas, siguen interesados en la política, pero el riesgo
de la despolitización existe. Con el escenario de 2015 a la vista, es probable que
 la política vaya abandonando progresivamente las calles para volver a definirse
 principalmente en los medios de comunicación, que, además es lo más conveni
ente a la oposición. La mayor o menor relevancia de esa hipotética situación, es
tará da por el entusiasmo que genere el candidato que presente el kirchnerismo
 y no sólo entre los kirchneristas. Porque el kirchnerismo seguirá existiendo des
pués de 2015, pero sólo desde el Gobierno un kirchnerismo renovado podrá re
crear la fe en la política y en la participación ciudadana.

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