domingo, 6 de marzo de 2016

Macri, entre la imagen y el tiempo


Por Ignacio Fidanza
El programa del presidente enfrenta un desafío de 
sincronía entre objetivos económicos y fortaleza po
lítica.
 La administración de Mauricio Macri empezó a ver el corazón del agujero
 negro que deberá atravesar para soñar con un futuro más agradable que
 este presente opaco de ajustes a medio camino, conflicto laboral –por aho
ra- de baja intensidad y triunfos políticos con gusto a poco.
Si se concreta la derogación de las leyes cerrojo y de pago soberano, Prat Gay finalmente accederá al famoso financiamiento externo, regresado antibiótico para todos los males argentinos. Pero esa es otra discusión.
Lo interesante es observar el cruce de dos curvas. El descenso de la aprobación del 
Presidente y de su Gobierno –más acentua da- y la proyectada recuperación de la eco
nomía argentina.
Lo interesante es observar 
el cruce de dos curvas. El descenso de la aprobación
 del Presidente y de su Go
bierno –más acentuada- y
 la proyectada recupera
ción de la economía argen
tina.
El gobierno de Macri tiene una debilidad es
tructural: para alcanzar el quórum en el Con
greso depende de dos adversarios peronistas, Miguel Angel Pichetto en el Senado y Sergio Massa en Diputados. Macri se apalanca en su popularidad para sortear ese déficit, consciente que ningún político sensato –o calculador- quiere confrontar con el sentir de la mayoría.
Es decir que su Gobierno, a diferencia de los de Carlos Menem y Cristina y Néstor Kirchner, no cuenta con un respaldo legislativo propio que funcione como retaguardia para cuando las circunstancias exijan o impongan una pérdida de popularidad. Dicho de otra manera: ¿Cuánto tardarían Pichetto o Massa
 en abandonar su perfil dialoguista si la popularidad de Macri cayera por
 debajo del 50 por ciento? ¿Qué harían si el grueso de la sociedad estuvie
ra enojada o decepcionada con el Gobierno?
El problema es la sincronía de los tiempos que tiene por delante. El plan 
Prat Gay es de una candidez enternecedora: La pagamos a los holdouts, 
salimos del default, tomamos deuda y con eso empujamos obra pública 
sin emitir. Así, se reduce la inflación y se crece al mismo tiempo. Una pre
gunta se impone: ¿Si era tan sencillo, porqué todavía quedan en el mundo
 economías en recesión?
Pero seamos optimistas. Supongamos que lo planeado ocurre. Igual res
tan algunos interrogantes: ¿Cuánto tarda en ponerse en marcha la obra pú
blica? ¿En llegar la prometida lluvia de inversiones, que según el ministro 
Cabrera ya suma 20 mil millones de dólares desesperados por montar fá
bricas y otros emprendimientos en el país?
Cualquier empresario sabe que entre que decide invertir y esa deteremina
ción se traduce en empleos reales, pasa –según el sector- al menos un 
año. La economía real exige un sinfín de decisiones que llevan tiempo, des
de conseguir el lugar para montar la fábrica, importar la maquinaria, con
tratar al personal idóneo, hasta analizar en profundidad cual será el con
texto macroeconómico.
Veamos la macroeconomía. El consenso de los economistas cree que es
te año la Argentina en el mejor de los casos terminará en cero y en el peo
r caerá dos puntos del PBI. Los más optimistas vaticinan para el año pró
ximo un crecimiento de un punto. Hipótesis que por otro lado se choca de
 frente con el ajuste anunciado por Prat Gay para el 2017, que es incluso 
más drástico que el de este año. La pregunta obvia es: ¿Ajustará Macri en 
un año electoral?
Es el drama del gradualismo, cuando se parte de una situación tan crítica 
como la que dejaron Cristina y Kicillof. Gradualismo significa que si cree
mos a la meta de Prat Gay de terminar en el 2019 con déficit cero, todo el 
mandato de Macri será una interminable sucesión de ajustes.
¿De dónde obtendrá el Gobierno, capital político para semejante esfuerzo?
 ¿Cómo pasará el test decisivo de las parlamentarias del año próximo?
 ¿Con qué candidatos? No abundan y Michetti ya dijo que no cuenten con
 ella para bajar a la provincia.
Los sondeos de febrero revelan una preocupante caída en la imagen posi
tiva del presidente –de seis a nueve puntos- y la creciente sensación de 
que el futuro no será todo lo brillante que se esperaba.
Y esto nos lleva a la variable que falta en el análisis de Prat Gay: El tiem
po. Un bien muy escaso que al gobierno de Macri no le sobra. A media
dos del año próximo el proceso electoral ya estará plenamente lanzado.
 Es decir que para marzo o abril la recuperación de la economía debería
 sentirse con la fuerza suficiente, para revertir la tendencia de declive 
político actual.
Describir estos desafíos no significa –necesariamente- impugnar el rum
bo del Gobierno ni vaticinar su fracaso. Macri ha demostrado que tiene
 talento y perseverancia para ordenar situaciones muy complejas. Pero
 en ningún lugar esta escrito que el éxito final está garantizado.
Por ejemplo, cierta arrogancia de sus principales colaboradores está ena
jenando el apoyo de aliados claves en el peronismo. ¿Se puede revertir?
 Se puede. ¿Era necesario generar esa fricción? Para nada. ¿Tiene cos
tos? Por supuesto.
Acaso el problema central en este punto es que contra todo lo que pro
clama la incesante campaña de la Jefatura de Gabinete con sus juegos
 de imágenes idílicas y bondadosas, Macri parece creer que gobernar es
 administrar relaciones de interés; y en ese pragmatismo implacable, ol
vida la fuerza de construir afecto con los distintos.
Una extraña mezcla de pensamiento político naif y mercantilización de 
las relaciones de poder, se empalma entonces con la suficiencia del do
ble estándar ético típico de la cultura corporativa. Eso es lo que gobier
na en estos días.

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