lunes, 14 de agosto de 2017

Un triunfo que empuja a Macri a negociar con el peronismo


Por Ignacio Fidanza
El Gobierno aseguró el objetivo de licuar a 
Massa y Lousteau. Pero necesita el acuerdo 
con el peronismo.
Mauricio Macri tuvo su triunfo nacional de mitad de mandato, una 
tradición en la Argentina que sólo se rompió con De la Rúa. La so
ciedad decidió respaldar el proceso en curso, aunque le marcó límites.
Jugada inútil que sólo contribuyó a 
darle épica a la elección de Cristina,
 cuando en rigor con aceptar un 
empate -de eso se trata en definitiva- 
Cambiemos despejaba el escenario
 y podía celebrar el excelente 
resultado nacional y bonaeren
se que alcanzó.
Pero la espuma del domingo
 acaso impida divisar lo que se
 está votando: Legisladores.
 Lo cierto es que si en octubre
 se mantienen estos resultados,
 Cambiemos mejora su posición
 relativa pero sigue lejos del
 quórum propio. Es decir, ne
cesita un acuerdo con al menos 
un sector del peronismo, que 
si lograra superar sus internas, 
sí podría consolidar una mayo
ría para manejar las cámaras. Es difícil, pero en política lo impo
sible a veces ocurre. 
Se trata de un efecto acaso indeseado de la licuación de Massa.
 Lo que están desapareciendo son las terceras fuerzas, siempre
 útiles para maniobrar cuando se gobierna en minoría.
Macri es el primero que lo tiene claro y esta misma noche avisó 
a sus funcionarios que se preparen para el diálogo y luego lo 
dijo -a su manera- en su discurso de celebración. Rogelio Frige
rio, nexo natural con los gobernadores, tendrá un rol clave en la 
etapa que se abre.
Si bien Marcos Peña y Durán Barba podrán decir que su apuesta 
por la polarización funcionó porque permitió licuar la amenaza 
estratégica de Sergio Massa y Martín Lousteau, dos de los dirigen
tes que aparecían con más potencial para presentarse como una 
opción superadora del macrismo; no es menos cierto que esa ju
gada potenció a Cristina Kirchner y obligó al Gobierno a un 
esfuerzo extenuante que apenas le alcanzó, como anticipó LPO.
La apuesta por la 
polarización permitió
 a Cambiemos licuar 
parte del capital de 
Massa y Lousteau, 
pero a costa de po
tenciar a Cristina 
que terminó en un
 empate técnico, pese 
l esfuerzo extenuante 
de Vidal y todo el 
Gobierno.
El resultado también confirma que el kirchnerismo está lejos del fin que le vaticinan. Empató en la provincia de Buenos Aires, ganó en Tierra del Fuego, Río Negro y Chubut y es segunda fuerza en Santa Fe, Santa Cruz y Capital. Habrá que ver como metaboliza el PJ dialoguista -en muchos casos derrotado- ese dato de la realidad. Al parecer la oposición dura al Gobierno desde el peronismo, no es tan mal negocio político.
Al mismo tiempo, Cristina queda al borde de perder la primer elección de su vida en Octubre, un desenlace que si se produce, acaso la inhabilite para volver a pelear por la presidencia en 2019. Pero al mismo tiempo, si estira la diferencia y gana en las generales, el triunfo nacional de Cambiemos quedaría dañado de manera irreversible.
Por ahora, queda intacto como presidenciable peronista el salteño 
Juan Manuel Urtubey, lo que empieza a introducir al país en una 
sendero de consensos posibles.
Parece contradictorio y lo es, porque se trata por definición de un 
proceso de transición de hipotética salida del populismo, que aún en
 el caso que sea exitoso, no va a ser rápido ni sencillo.
La interna de Cambiemos
El triunfo nacional de Macri tuvo un esqueleto poco visible pero 
fundamental: El radicalismo. Ninguneado al interior de Cambiemos, 
fueron candidatos radicales los que se impusieron en Santa Fe, 
Entre Ríos, Neuquén, Corrientes, Santa Cruz, Mendoza y Jujuy.
Macri ganó con PRO puros Córdoba, Neuquén y La Pampa; mientras 
que Lilita arrasó en Capital. No sería extraño que los radicales
 levanten su autoestima y reclamen más participación en las 
decisiones.
La tensión interna ya empezó a incubarse y de hecho, esta misma 
noche desde la Casa Rosada se encargaban de aclarar: "Ganó 
Macri y la marca Cambiemos" y casi festejaban la caída de los 
radicales en Tucumán y La Rioja.
Se superponen así dos procesos, la consolidación de Cambiemos
 como una fuerza nacional y la necesidad de acordar para destra
bar una gestión que todavía no logró entrarle al núcleo duro de 
los problemas de la Argentina.
Sería muy humano que el triunfo acentúe en Cambiemos cierta
tendencia a la arrogancia, pero acaso sea más saludable para el
 proceso en curso, si ese rasgo muta en autoridad y se utiliza la 
fuerza conquistada para guiar un proceso de consenso posible.

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