domingo, 21 de marzo de 2021

La fábula del ex presidente populista, que detesta al populismo, sin saber que es populista



El libro de Mauricio Macri, titulado “Primer Tiempo”, se inscribe con 

bastante claridad en aquella tradición donde el mundo se divide entre

 héroes que defienden al pueblo y villanos que lo atacan

Hace exactamente un año, la humanidad reaccionaba aterrada ante la

 multiplicación de casos de coronavirus. En ese contexto, Mauricio 

Macri dijo: “El populismo es mucho más peligroso que el coronavirus”.

 Casi un año después, escribió: “Sigo pensando lo mismo”.

En 2018, mucho antes de que el ex presidente presentara su libro 

Primer Tiempo, donde incluye esa afirmación, María Esperanza Casullo 

publicó un interesantísimo ensayo llamado “¿Por qué funciona el popu

lismo?”. En los primeros capítulos, la cientista política intentaba definir

 al populismo. Para un sector de la vida política mundial, en el que se

 incluye Macri, el populismo está asociado a fenómenos en los que un

 líder muy popular confronta con los empresarios o con la idea de libre 

mercado. Casullo explicaba en su texto que el concepto debía ser más

 abarcativo, porque de esa manera no lograba incluir a personajes como

 Donald Trump, Alvaro Uribe, Jair Bolsonaro o, incluso, Mauricio Macri.

Al final de un documentado recorrido histórico, Casullo llegaba a la con

clusión de que el populismo es un fenómeno político que se apoya en 

un relato eficiente que tiene en su centro a un héroe que es el único que 

puede salvar al pueblo de los enemigos que lo acechan: así logra ser 

querido y respaldado por ese sujeto llamado “pueblo”. Esos enemigos 

pueden ser los judíos, las corporaciones mediáticas, el comunismo, el 

capitalismo, los inmigrantes, el Poder Judicial, la delincuencia, el FMI o 

el mismísimo populismo. Lo importante, en este aspecto, no sería quién

 es el enemigo sino la estructura del relato: hay un líder que defiende al 

pueblo de sus opresores, y el día en que ese líder triunfe, finalmente el 

pueblo será feliz.

El jueves por la noche, en su reaparición política, Mauricio Macri expre

só con una franqueza brutal lo que cree que va a pasar en el país en

 los próximos años. La Argentina, dijo, está en el final definitivo de la 

etapa populista. Esta vez, habrá una crisis definitiva que le explotará 

al Gobierno populista en sus propias manos. Eso hará que la gente vea

, finalmente, lo que es el populismo y, entonces, lo apoyará a él con mu

cha más fuerza que en el 2015. Gracias a eso, empezarán “veinte años 

de crecimiento” en la Argentina.

Se trata de un relato fantástico: habrá un apocalipsis que destruirá a los

 enemigos y de allí emergerá un héroe que liberará a la sociedad de sus ataduras. Aunque puede parecer un tanto exótico, ese tipo de relato se 

ha repetido mucho en la historia, en fenómenos culturales y políticos 

tan diferentes como la izquierda revolucionaria o la iglesia pentecostal.

 El cuentito -el relato- es siempre el mismo: un salvador o grupo de sal

vadores, un enemigo del pueblo, una batalla redentora.

Primer Tiempo tiene una prosa amable, varios momentos interesantes 

sobre las dificultades de gobernar este país indómito, permite espiar en

 los odios y amores del ex presidente, insinúa que el fuego sagrado que

 lo llevó a la Casa Rosada sigue encendido pero, básicamente, se ins

cribe, con bastante claridad, en aquella tradición donde el mundo se

 divide entre héroes que defienden al pueblo y villanos que lo atacan.

 Hay un enemigo: el populismo. Hay un héroe: Mauricio Macri, al que 

Mario Vargas Llosa define como “un soñador”. Si el héroe no pudo 

gobernar bien, no es porque estaba equivocado sino porque no tuvo 

suficiente respaldo para vencer a los malvados.

La culpa no fue suya, sino de los enemigos. Macri no pudo llevar a ca

bo sus proyectos porque le faltó fuerza política, porque un sector del 

peronismo era muy radical, porque el otro sector estaba repleto de 

traidores, porque los periodistas no lo entendían (!), porque la crisis 

no le había estallado en las manos a Cristina Kirchner y por eso el 

pueblo no estaba convencido de aplicar medidas de shock, porque el 

FMI lo abandonó finalmente a su suerte (!!). En el centro de la argumen

tación de Primer Tiempo aparece eso: si gobernó mal no fue porque 


estaba equivocado sino porque los enemigos no le permitieron hacerlo

 bien. Todo lo demás es anecdótico. Por eso, justamente, se trata de

 volver, con mucha más fuerza, y aplicar, esta vez, en toda su dimen

sión, las recetas correctas.

-¿Qué haría si gana?—le preguntaron en la última campaña electoral.

-Lo mismo, pero más rápido.

Mauricio Macri puede haber puesto en marcha un plan económico 

que produjo mucho dolor en las familias argentinas. Podrá haber 

errado en liberar el cepo de una, aun cuando muchos de sus 

partidarios le recomendaban que no lo hiciera, aún cuando hay

 nutrida literatura sobre los efectos de la liberación del mercado de 

cambios en un país sin dólares. Podrá haber recurrido al Fondo Mone

tario para descubrir luego que eso no era una solución. Todo eso po

drá haber generado la inflación más alta en 30 años, una de las deva

luaciones más violentas en la historia de la moneda mundial, un salto

 en los índices de pobreza, un endeudamiento vertiginoso que supera 

a casi cualquier otro de la historia. Pero esas políticas, y sus efectos, 

tienen un espacio casi marginal, en Primer Tiempo.

Lo central es otra cosa: la lucha del Bien contra el Mal, de Macri y los

 suyos contra el kirchnerismo. Eso tiene su lógica, porque el relato po

pulista es lo que mejor le funcionó a Macri en su carrera. Él llegó a Pre

sidente gracias a que fue el líder de una coalición cuya razón de ser era

 el combate contra un enemigo. Fuera de eso, no había un plan

 congruente. Había poco más que un relato: un héroe, los enemigos, 

y el pueblo, o una fracción de ese pueblo, que estaba dispuesto a 

seguirlo en su combate.

Tal vez uno de los rasgos más problemáticos del populismo sea ese.

 El arte de gobernar es complicado, gris, dificilísimo. Consiste en

 articular una serie de medidas coherentes para que lentamente, con

 suerte, mejoren las cosas o, como mínimo, no empeoren demasiado

. No tiene demasiado encanto. La lucha del Bien contra el Mal, en 

cambio, tiene su magnetismo. En ese sentido, meter preso a Amado

 Boudou y difundir su foto esposado y en pijamas, por ejemplo, es 

más relevante que frenar la inflación, porque refuerza la idea del hé

roe que combate a los enemigos del pueblo. Además, ofrece una excusa.

 Si las cosas no salen como deben, hay un chivo emisario al que se le

 puede echar la culpa: los medios, La Cámpora, el peronismo, el bloqueo,

 los fugadores de divisas, los judíos, los inmigrantes. Siempre hay fuer

zas oscuras que explican el fracaso del héroe populista.

El libro Primer Tiempo refleja que nada ha cambiado. Ningún arrepen

timiento, ningún sufrimiento personal por haber causado problemas 

en la vida de tanta gente, ninguna reflexión profunda sobre cuáles fue

ron sus errores, y cuáles los motivos que lo llevaron a ellos. Solo es 

cuestión de esperar el apocalipsis populista y entonces sí, llegará él, o

 alguno de los suyos, para instalar el progreso y la felicidad.

Lo curioso es que mucha gente inteligente, que no piensa como él, que 

sabe que el ex presidente no es una víctima sino un hombre que, como 

mínimo, cometió errores muy graves, aplaudían fuerte el jueves, en la 

presentación del libro. Eso se debe a que un sector importante de la so

ciedad –tal vez un 30 por ciento- sigue encandilada con su lucha. Enton

ces, con Macri no alcanza pero sin él es imposible. A uno y otro lado 

de la grieta, vastos sectores sociales se sienten muy cómodos en la 

lucha del Bien contra el Mal, y solo le piden a sus líderes que encarnen 

ese relato tan ingenuo.

Moraleja: Argentina tiene un problema serio con sus ex presidentes, y 

con la fascinación que ellos ejercen sobre sectores muy numerosos de

 la población.

La trampa sigue allí, inconmovible.

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