domingo, 1 de agosto de 2021

De la Ucedé a Manes: la parábola de Emilio Monzó, el cazador oculto de la política argentina



Es uno de los armadores más pretendidos por todos los espacios. 

Hizo del pragmatismo una forma de construir poder. Sus inicios 

junto a Alsogaray y el menemismo y sus rupturas con Kirchner y 

Macri. “Lo mejor que me pasó en mi vida fue entrar a una unidad 

básica”, asegura

Emilio Monzó y su perro "Coco" en su piso del barrio de Recoleta don
de en otra época armó la alianza entre la UCR y el PRO y ahora diseña
 la estrategia electoral junto a Facundo Manes para las próximas legis
lativas

Si hay una razón por la que el mundo acaso recuerda qué pasó el 8 de

 julio de 2014 es por el fútbol. Aquella tarde la selección de Alemania 

castigó a Brasil con la goleada más impúdica y escandalosa de su his

toria: 7 a 1 en su propia casa durante las semifinales del Mundial. Aun

que es un futbolero efervescente, para Emilio Monzó aquel partido es 

una apenas referencia, un cono fluorescente ubicado en el medio de la 

avenida de su historia, un dato colateral del día de su “gran jugada”, la 

que consolidó al macrismo más allá de la General Paz y que encaminó 

a ese partido “vecinalista” hacia la experiencia de gobernar el país du

rante cuatro años.

El joven liberal que había empezado en la Ucedé con Alsogaray, el prag

mático e intuitivo que descubrió las unidades básicas y aprendió a armar

 estrategias y alianzas durante el menemato y después siguió con Néstor

 Kirchner y más tarde triunfó en la efímera primavera de De Narváez

aquel hombre, este mismo, de ojos claros, pecas y hablar campechano,

 coronó su fama de gran “armador” el día del tsunami de goles alemanes.

Esa tarde de invierno Monzó, que había sido contratado por Macri para

 armar su estructura nacional, suspendió el plan de ver el partido con 

sus hijos en Capital y voló de raje a la ciudad cordobesa Marcos Juárez 

en un jet privado. Allí había logrado aliar por primera vez la UCR con el 

PRO y un triunfo en esa ciudad aumentaba las chances de concretar la 

obsesión del ex presidente de Boca: la Casa Rosada.

El caldo se cocinaba a fuego lento pero un llamado de Nicolás Massot 

alertó el peligro de que todo se quemara: “Emilio, está viajando De la 

Sota a Marcos Juárez. Va a participar de un acto, pero es para convencer 

al intendente de que su candidato se baje y lo apoye. A mí me dieron la pa

labra de que no iban a arreglar, pero no sé”.

Monzó, que a esa altura ya había sido intendente de la ciudad de su vida, 

Carlos Tejedor, ministro de Asuntos Agrarios de Daniel Scioli en la Provin

cia y ocupaba en ese instante el cargo de jefe de Gabinete del gobierno de

 Mauricio Macri en CABA, vio la película antes de que abriera el cine. “Este

 lo va a convencer con miles de cuadras de asfalto”, pensó. Entonces voló a primerearlo.

Llamó a un amigo y le pidió que los llevara a él y a Massot en su avión has

ta Marcos Juárez. Si hubiera podido aterrizar directamente en la puerta de

 la casa de Eduardo Avalle, el intendente de aquel momento, lo habría hecho

. Llegaron. Monzó tocó el timbre y, en pantuflas, salió la esposa del jefe co

munal de esta ciudad de 27 mil habitantes y 10 mil electores. “Buen día, se

ñora, ¿está su marido? Me gustaría hablar con él”, se presentó Monzó y en

tró. Avalle, que no los conocía personalmente, dormía la siesta. Él y Massot

 esperaron en la mesa del comedor hasta que lo vieron bajar un poco despei

nado por una escalera.


"Yo soy orgullosamente bonaerense de verdad", dice Emilio Monzó en rela
ción a la frase de María Eugenia Vidal y su candidatura en la Ciudad de Bue
nos Aires

“Avalle quiero que llame al candidato a intendente suyo. Yo vengo acá para

 confirmar la palabra que él le dio al señor”, le pidió Monzó, mientras seña

laba a Massot. El hombre, representante del partido de la Unión Vecinal, 

obedeció. Llamó a Horacio Latimori, su candidato, y lo hizo hablar por el al

tavoz. El hombre soltó del otro lado del teléfono: “Yo le di la palabra a Nico

lás de que no hacía el acuerdo”. Eso le bastó al Intendente. “Quédese tran

quilo entonces, que vamos a cumplir”, dijo.

Pero faltaba el acto con De la Sota. Monzó le avisó a Avalle: “Usted vaya 

que yo voy a esperar acá hasta que vuelva”. Acá era su propia casa. Siete

 años después, Monzó ríe echado en un mullido sillón de su departamento

 de Recoleta. La risa explica lo que él piensa y siente de la política: que es

 un juego adictivo, que lo que más le atrae es la imprevisibilidad (”¿qué

 hubiera pasado si Latimori cerraba con De la Sota?”), que las ideologías 

se mueven como las mareas y que detrás de todo está una satisfacción en

tre vanidosa y empática por conseguir “hacer cosas”.

Por eso ríe cuando recuerda que vio la tormenta alemana en Brasil en la 

casa del intendente de Marcos Juárez, con Massot de un lado y la esposa

 del jefe comunal del otro. Tomaron mate y comieron bizcochos hasta que

 el funcionario municipal volvió con la palabra empeñada en su bolsillo. 

Recién entonces, Monzó y Massot le dieron la mano, saludaron y subieron

 al avión.

Dos meses más tarde el primer ensayo de radicales y macristas juntos dio

 resultado. Su candidato, Pedro Dellarossa, le ganó por 1.000 votos al hom

bre de De la Sota. Latimori quedó tercero. Macri viajó a la ciudad para cele

brar el triunfo y anticipó lo que venía: “Hoy se abre un camino desde Cór

doba, la Argentina va a un cambio. Juntos somos imparables”.

Estaba tan convencido en aquel momento como ahora de que si De la So

ta acordaba con Latimori, el macrismo perdía y chau aspiraciones nacio

nales. Era con la UCR o nada y al partido centenario había que convidarle

 el caramelo de la victoria. Ganaron. Y desde Marcos Juárez la alianza se

 extendió a toda Córdoba; de allí a Mendoza y al resto del país.


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