Mauricio Macri tuvo su triunfo nacional de mitad de mandato, una
tradición en la Argentina que sólo se rompió con De la Rúa. La so
ciedad decidió respaldar el proceso en curso, aunque le marcó límites.
Jugada inútil que sólo contribuyó a
darle épica a la elección de Cristina,
cuando en rigor con aceptar un
empate -de eso se trata en definitiva-
Cambiemos despejaba el escenario
y podía celebrar el excelente
resultado nacional y bonaeren
se que alcanzó.
Pero la espuma del domingo
acaso impida divisar lo que se
está votando: Legisladores.
Lo cierto es que si en octubre
se mantienen estos resultados,
Cambiemos mejora su posición
relativa pero sigue lejos del
quórum propio. Es decir, ne
cesita un acuerdo con al menos
un sector del peronismo, que
si lograra superar sus internas,
sí podría consolidar una mayo
ría para manejar las cámaras. Es difícil, pero en política lo impo
sible a veces ocurre.
Se trata de un efecto acaso indeseado de la licuación de Massa.
Lo que están desapareciendo son las terceras fuerzas, siempre
útiles para maniobrar cuando se gobierna en minoría.
Macri es el primero que lo tiene claro y esta misma noche avisó
a sus funcionarios que se preparen para el diálogo y luego lo
dijo -a su manera- en su discurso de celebración. Rogelio Frige
rio, nexo natural con los gobernadores, tendrá un rol clave en la
etapa que se abre.
Si bien Marcos Peña y Durán Barba podrán decir que su apuesta
por la polarización funcionó porque permitió licuar la amenaza
estratégica de Sergio Massa y Martín Lousteau, dos de los dirigen
tes que aparecían con más potencial para presentarse como una
opción superadora del macrismo; no es menos cierto que esa ju
gada potenció a Cristina Kirchner y obligó al Gobierno a un
esfuerzo extenuante que apenas le alcanzó, como anticipó LPO.
La apuesta por la
polarización permitió
a Cambiemos licuar
parte del capital de
Massa y Lousteau,
pero a costa de po
tenciar a Cristina
que terminó en un
empate técnico, pese
l esfuerzo extenuante
de Vidal y todo el
Gobierno.
El resultado también confirma que el kirchnerismo está lejos del fin que le vaticinan. Empató en la provincia de Buenos Aires, ganó en Tierra del Fuego, Río Negro y Chubut y es segunda fuerza en Santa Fe, Santa Cruz y Capital. Habrá que ver como metaboliza el PJ dialoguista -en muchos casos derrotado- ese dato de la realidad. Al parecer la oposición dura al Gobierno desde el peronismo, no es tan mal negocio político.
Al mismo tiempo, Cristina queda al borde de perder la primer elección de su vida en Octubre, un desenlace que si se produce, acaso la inhabilite para volver a pelear por la presidencia en 2019. Pero al mismo tiempo, si estira la diferencia y gana en las generales, el triunfo nacional de Cambiemos quedaría dañado de manera irreversible.
Por ahora, queda intacto como presidenciable peronista el salteño
Juan Manuel Urtubey, lo que empieza a introducir al país en una
sendero de consensos posibles.
Parece contradictorio y lo es, porque se trata por definición de un
proceso de transición de hipotética salida del populismo, que aún en
el caso que sea exitoso, no va a ser rápido ni sencillo.
La interna de Cambiemos
El triunfo nacional de Macri tuvo un esqueleto poco visible pero
fundamental: El radicalismo. Ninguneado al interior de Cambiemos,
fueron candidatos radicales los que se impusieron en Santa Fe,
Entre Ríos, Neuquén, Corrientes, Santa Cruz, Mendoza y Jujuy.
Macri ganó con PRO puros Córdoba, Neuquén y La Pampa; mientras
que Lilita arrasó en Capital. No sería extraño que los radicales
levanten su autoestima y reclamen más participación en las
decisiones.
La tensión interna ya empezó a incubarse y de hecho, esta misma
noche desde la Casa Rosada se encargaban de aclarar: "Ganó
Macri y la marca Cambiemos" y casi festejaban la caída de los
radicales en Tucumán y La Rioja.
Se superponen así dos procesos, la consolidación de Cambiemos
como una fuerza nacional y la necesidad de acordar para destra
bar una gestión que todavía no logró entrarle al núcleo duro de
los problemas de la Argentina.
Sería muy humano que el triunfo acentúe en Cambiemos cierta
tendencia a la arrogancia, pero acaso sea más saludable para el
proceso en curso, si ese rasgo muta en autoridad y se utiliza la
fuerza conquistada para guiar un proceso de consenso posible.