Por
Walter Goobar
Los sectores belicistas del gobierno de EE.UU. cometieron la grave imprudencia de cruzar la línea roja con Moscú, pasando de guerras periféricas (antes en Corea o Vietnam, hoy en Siria) a provocar un enfrentamiento directo con Rusia.
No está claro en base a qué análisis el Pentágono y la CIA pensaron que su complot contra Rusia –el de instalar un régimen antirruso en Kiev e integrarlo en la OTAN– iba a tener éxito. Si a pesar de contar con miles de agentes e informantes militares y civiles, públicos y ocultos en ese país, Estados Unidos ha hecho un fiasco de gran calibre y de consecuencias imprevisibles. Los sectores belicistas del gobierno de Estados Unidos cometieron la grave imprudencia de cruzar la línea roja con Moscú, pasando de guerras periféricas (antes en Corea o Vietnam, hoy en Siria) a provocar un enfrentamiento directo con Rusia. Ahora, además de tragarse el sapo de la integración de Crimea a Rusia –en parte gracias al referéndum y el hábil uso del vox populi por parte del Kremlin– también han tenido que aceptar la propuesta de Moscú de cambiar la Constitución ucraniana para transformar el país en una federación, en un Estado-tapón no alineado, y así impedir que se convierta en otra base de la OTAN en sus fronteras. Y quizás sea mejor que no lo amenacen con más sanciones económicas si no quieren que los rusos saquen su dinero de Chipre o de Portugal y fuercen a Bruselas a un nuevo rescate.
Una vez que sucedió a Boris Yeltsin en 2000, Vladímir Vladímirovich Putin fue tratado con mimos por un Occidente que pretendió desactivar su posible oposición a las aventuras bélicas en marcha, contar con su consentimiento para instalar bases militares en Asia Central, implicarlo en la inmoral guerra contra Afganistán y utilizar su territorio para el tránsito de los convoy (Ruta Norte) a este país, y todo ello a cambio de nada: concesiones unilaterales.
En 2008, el ex oficial de la KGB y su equipo se dieron cuenta que el acercamiento a Occidente no había beneficiado a Rusia. El enfoque brzezinskiano de la política exterior de Obama, de menos Oriente Medio y más contención de Rusia y China, era más cristalino que el vodka. Putin recogió la idea fracasada de Obama de formar un G2 con China, y fortaleció sus lazos con el gran vecino.
Putin comenzó a proyectar una imagen de fuerza y seguridad y consolidó su poder personal. Su postura antiestadounidense neutralizó a los militares “nostálgicos” que venían exigiendo una política exterior contundente en defensa de los intereses nacionales.
Rusia, al igual que los chinos, sospecha que las primaveras árabes están promovidas por Estados Unidos para rediseñar el nuevo mapa de la región acorde a los actuales intereses y en perjuicio de Rusia y China.
Como señala la politóloga Nazanin Armanian, en su blog, Libia es el nombre del penúltimo golpe que Putin recibió de Estados Unidos: la resolución del Consejo de Seguridad proponía una zona de exclusión aérea y no el cambio del régimen. A partir de ese momento, Putin se opone a amenazas de Washington contra Irán y Siria y concede asilo a Snowden, intentando recuperar la autoridad moral que había perdido.
Así surge la nueva Doctrina Putin que considera la inestabilidad de los países vecinos una amenaza para la seguridad rusa y se adjudica el derecho a estabilizarlos.
Rusia dejó de confiar en Estados Unidos y la Unión Europea. Los trágicos fines de Saddam y Khadafi mostraron que ni una sólida relación con Occidente es garantía de salvar el pellejo.
Al mismo tiempo, al conjurar el bombardeo a Siria, advirtió que jugar con la “nueva” Rusia tendría sus costos: una de las lecciones se llama Crimea.
Vladimir Putin tiene más admiradores en el mundo de lo que cree.
El hombre fuerte de Rusia cuenta con el apoyo tácito e incluso ciertos aplausos discretos de varias de las principales potencias emergentes del mundo, empezando por China e India.
Ante el rechazo de Europa, Rusia tendrá más necesidad de cultivar una buena relación con Pekín. Y en cuanto a la propia Ucrania, que ya vende a China material militar de mejor calidad que el que Rusia ha estado dispuesta a vender hasta ahora a su aliado asiático, las nuevas autoridades han garantizado al Gobierno chino que el hecho de que Pekín no haya condenado la anexión de Crimea no tendrá repercusión alguna en sus futuras relaciones. Mejor, imposible.
Además de esta realpolitik, existe también un componente emocional. A los dirigentes chinos que, como Xi Jinping, crecieron cuando todavía gobernaba el presidente Mao, sigue gustándoles de forma instintiva la idea de que otro líder no occidental se plante frente a un Occidente imperialista y capitalista.
Los comentarios en los medios de comunicación chinos se han vuelto más precavidos desde que Putin pasó de la anexión de Crimea a agitar las aguas en el este de Ucrania. El periódico nacionalista Global Times, que el mes pasado hablaba del “regreso de Crimea a Rusia”, advierte ahora de que “la región oriental de Ucrania es un caso distinto al de Crimea. Si la zona se separa de Ucrania, asestará un golpe directo a la integridad territorial garantizada por el derecho internacional”. (Claro que lo que pretende Putin no es una secesión total, sino sólo una gran Bosnia a la finlandesa, un país neutral con una versión tan amplia de “federalismo” que las regiones orientales se convertirían en entidades de tipo bosnio, dentro de la esfera de influencia rusa).
Sin embargo, no parece que esa preocupación creciente enfriara la acogida que se le dio el martes pasado en Pekín al ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov. El presidente Xi dijo que las relaciones entre China y Rusia “son mejores que nunca” y han desempeñado “un papel insustituible en el mantenimiento de la paz y la estabilidad en el mundo”. El Ministerio de Exteriores chino declaró que la relación entre China y Rusia es “la relación entre dos grandes países más llena de contenido, con más categoría y más importancia estratégica”.
Lo mismo ocurre con la India: el mes pasado, el presidente Putin dio las gracias a India por su postura “contenida y objetiva” a propósito de Crimea. La obsesión soberanista de la India poscolonial y la desconfianza ante cualquier indicio de imperialismo liberal occidental se traducen –cosa bastante ilógica– en el apoyo a Moscú. Y tampoco es sólo India. Los otros dos socios de Rusia en el llamado grupo de los Brics, Brasil y Sudáfrica, se abstuvieron de votar la resolución de la Asamblea General de la ONU en la que se criticaba el referéndum de Crimea.
Según el politólogo ruso Geidar Dzhemal, “los Estados Unidos están interesados en que la guerra entre la Federación Rusa, Ucrania y la UE transcurra bajo su supervisión”, según publica la página kontrudar.com.
El politólogo ruso advierte que la situación actual ya se ha salido fuera del marco de un proceso político corriente. “Considero que como resultado vamos a tener una guerra en toda regla. Creo que la guerra dentro de Ucrania inevitablemente va a involucrar a Rusia. En primer lugar, Crimea ahora se encuentra aislada y ese aislamiento irá creciendo, ya ahora está cortada la electricidad, el agua que llega a través del canal del Norte de Crimea no ha sido cortada, pero su caudal ha bajado 3 ó 4 veces. Y si lo siguen bajando, cosa que seguramente harán, va a significar el colapso de agua en la península. Además, con el transbordador sólo se puede llevar 60 furgones de alimentos al día. Y cuando Crimea formaba parte de Ucrania a diario llegaban 250 furgones durante las 24 horas. Es decir, que incluso llenando el transbordador sólo con este suministro, la cantidad de alimentos que va a llegar a Crimea será 4 veces menor que antes de la anexión. De modo que ahora mismo en Crimea hay un tremendo problema de déficit de agua. Y además está el problema del suministro de la energía eléctrica. Para resolverlos, Rusia necesita abrir un corredor, cosa que únicamente se puede hacer a través de las regiones del sureste de Ucrania, a través del istmo. De otra manera no se entiende cómo se puede apoyar a Crimea. De modo que habrá que invadir simplemente estas regiones. Es decir, que este proceso ya está en marcha en algunas regiones, por ejemplo en Slaviansk, lo que significa el conflicto con Ucrania y con quien la apoye.”.
Una vez que sucedió a Boris Yeltsin en 2000, Vladímir Vladímirovich Putin fue tratado con mimos por un Occidente que pretendió desactivar su posible oposición a las aventuras bélicas en marcha, contar con su consentimiento para instalar bases militares en Asia Central, implicarlo en la inmoral guerra contra Afganistán y utilizar su territorio para el tránsito de los convoy (Ruta Norte) a este país, y todo ello a cambio de nada: concesiones unilaterales.
En 2008, el ex oficial de la KGB y su equipo se dieron cuenta que el acercamiento a Occidente no había beneficiado a Rusia. El enfoque brzezinskiano de la política exterior de Obama, de menos Oriente Medio y más contención de Rusia y China, era más cristalino que el vodka. Putin recogió la idea fracasada de Obama de formar un G2 con China, y fortaleció sus lazos con el gran vecino.
Putin comenzó a proyectar una imagen de fuerza y seguridad y consolidó su poder personal. Su postura antiestadounidense neutralizó a los militares “nostálgicos” que venían exigiendo una política exterior contundente en defensa de los intereses nacionales.
Rusia, al igual que los chinos, sospecha que las primaveras árabes están promovidas por Estados Unidos para rediseñar el nuevo mapa de la región acorde a los actuales intereses y en perjuicio de Rusia y China.
Como señala la politóloga Nazanin Armanian, en su blog, Libia es el nombre del penúltimo golpe que Putin recibió de Estados Unidos: la resolución del Consejo de Seguridad proponía una zona de exclusión aérea y no el cambio del régimen. A partir de ese momento, Putin se opone a amenazas de Washington contra Irán y Siria y concede asilo a Snowden, intentando recuperar la autoridad moral que había perdido.
Así surge la nueva Doctrina Putin que considera la inestabilidad de los países vecinos una amenaza para la seguridad rusa y se adjudica el derecho a estabilizarlos.
Rusia dejó de confiar en Estados Unidos y la Unión Europea. Los trágicos fines de Saddam y Khadafi mostraron que ni una sólida relación con Occidente es garantía de salvar el pellejo.
Al mismo tiempo, al conjurar el bombardeo a Siria, advirtió que jugar con la “nueva” Rusia tendría sus costos: una de las lecciones se llama Crimea.
Vladimir Putin tiene más admiradores en el mundo de lo que cree.
El hombre fuerte de Rusia cuenta con el apoyo tácito e incluso ciertos aplausos discretos de varias de las principales potencias emergentes del mundo, empezando por China e India.
Ante el rechazo de Europa, Rusia tendrá más necesidad de cultivar una buena relación con Pekín. Y en cuanto a la propia Ucrania, que ya vende a China material militar de mejor calidad que el que Rusia ha estado dispuesta a vender hasta ahora a su aliado asiático, las nuevas autoridades han garantizado al Gobierno chino que el hecho de que Pekín no haya condenado la anexión de Crimea no tendrá repercusión alguna en sus futuras relaciones. Mejor, imposible.
Además de esta realpolitik, existe también un componente emocional. A los dirigentes chinos que, como Xi Jinping, crecieron cuando todavía gobernaba el presidente Mao, sigue gustándoles de forma instintiva la idea de que otro líder no occidental se plante frente a un Occidente imperialista y capitalista.
Los comentarios en los medios de comunicación chinos se han vuelto más precavidos desde que Putin pasó de la anexión de Crimea a agitar las aguas en el este de Ucrania. El periódico nacionalista Global Times, que el mes pasado hablaba del “regreso de Crimea a Rusia”, advierte ahora de que “la región oriental de Ucrania es un caso distinto al de Crimea. Si la zona se separa de Ucrania, asestará un golpe directo a la integridad territorial garantizada por el derecho internacional”. (Claro que lo que pretende Putin no es una secesión total, sino sólo una gran Bosnia a la finlandesa, un país neutral con una versión tan amplia de “federalismo” que las regiones orientales se convertirían en entidades de tipo bosnio, dentro de la esfera de influencia rusa).
Sin embargo, no parece que esa preocupación creciente enfriara la acogida que se le dio el martes pasado en Pekín al ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov. El presidente Xi dijo que las relaciones entre China y Rusia “son mejores que nunca” y han desempeñado “un papel insustituible en el mantenimiento de la paz y la estabilidad en el mundo”. El Ministerio de Exteriores chino declaró que la relación entre China y Rusia es “la relación entre dos grandes países más llena de contenido, con más categoría y más importancia estratégica”.
Lo mismo ocurre con la India: el mes pasado, el presidente Putin dio las gracias a India por su postura “contenida y objetiva” a propósito de Crimea. La obsesión soberanista de la India poscolonial y la desconfianza ante cualquier indicio de imperialismo liberal occidental se traducen –cosa bastante ilógica– en el apoyo a Moscú. Y tampoco es sólo India. Los otros dos socios de Rusia en el llamado grupo de los Brics, Brasil y Sudáfrica, se abstuvieron de votar la resolución de la Asamblea General de la ONU en la que se criticaba el referéndum de Crimea.
Según el politólogo ruso Geidar Dzhemal, “los Estados Unidos están interesados en que la guerra entre la Federación Rusa, Ucrania y la UE transcurra bajo su supervisión”, según publica la página kontrudar.com.
El politólogo ruso advierte que la situación actual ya se ha salido fuera del marco de un proceso político corriente. “Considero que como resultado vamos a tener una guerra en toda regla. Creo que la guerra dentro de Ucrania inevitablemente va a involucrar a Rusia. En primer lugar, Crimea ahora se encuentra aislada y ese aislamiento irá creciendo, ya ahora está cortada la electricidad, el agua que llega a través del canal del Norte de Crimea no ha sido cortada, pero su caudal ha bajado 3 ó 4 veces. Y si lo siguen bajando, cosa que seguramente harán, va a significar el colapso de agua en la península. Además, con el transbordador sólo se puede llevar 60 furgones de alimentos al día. Y cuando Crimea formaba parte de Ucrania a diario llegaban 250 furgones durante las 24 horas. Es decir, que incluso llenando el transbordador sólo con este suministro, la cantidad de alimentos que va a llegar a Crimea será 4 veces menor que antes de la anexión. De modo que ahora mismo en Crimea hay un tremendo problema de déficit de agua. Y además está el problema del suministro de la energía eléctrica. Para resolverlos, Rusia necesita abrir un corredor, cosa que únicamente se puede hacer a través de las regiones del sureste de Ucrania, a través del istmo. De otra manera no se entiende cómo se puede apoyar a Crimea. De modo que habrá que invadir simplemente estas regiones. Es decir, que este proceso ya está en marcha en algunas regiones, por ejemplo en Slaviansk, lo que significa el conflicto con Ucrania y con quien la apoye.”.