Tras sentirse casi fuera del Gabinete, Cristina le devolvió al ministro de Planificación el control de la energía y la relación con los intendentes. Como en las primeras épocas de Néstor, inaugura obras públicas en las comunas y reúne a los empresarios energéticos, a quienes ya no llega Kicillof.
Julio de Vido volvió a tener bajo su órbita la relación con las empresas de energía y el vínculo con los intendentes, casi como en las mejores épocas de Néstor Kirchner y muy distinto al clima que vivía hace un año, cuando su rol en el Gabinete había decaído al de actor de reparto en los actos oficiales.
El ascenso de Axel Kicillof había dejado al ministro de Planificación con las funciones muy recortadas y su salida del Gabinete parecía inminente. Pero la malograda actuación del camporista
-plena de promesas incumplidas- parece haber legitimado la discutida gestión de De Vido, a pesar de estar manchada por decenas de causas penales.
El viraje de Cristina, revela no sólo cierto desencanto con Kicillof sino acaso la predunte convicción que la idea de barrer con lo que queda de la vieja guardia nestorista podía traer demasiados costos en un año electoral.
Por estos días, De Vido se reencontró con los empresarios del sector energético que negociaron con él durante los primeros ocho años del kirchnerismo y a todos les quedó en claro que junto a su mano derecha, Roberto Baratta, son de nuevo los interlocutores del gobierno en uno d elos temas de agenda mas caliente, como rebelan los cortes de luz que siguen castigando la Capital y el Conurbano.
Se trata del reposicionamiento más esperado por De Vido y sobre todo por Baratta, que tuvo que soportar durante largísimos meses que Kicillof afirmara a los cuatro vientos que era el culpable del desastre energético por lo que entendia había sido un manejo hiper corrupto de las multimillonaria simportaciones de energía. Incluso, en sus épocas de gloria, en el entorno del viceministrod e Economía vaticinaban serios problemas penales para Baratta.
En agosto del año pasado Kicillof estaba en su apogeo y con ciertos rasgos megalómanos, convocó a todos los dueños y presidentes de compañias energéticas para anunciarles triunfal que muy pronto conocerian un nuevo y revolucionario esquema regulador para la actividad que terminaría con los últimos vestigios del "paradigma neoliberal" de los demoníacos noventa.
Lo poco que insinuó en ese encuentro, en rigor revelaba un retroceso al esquema de "Costo Plus" que utilizó la estatal Segba en los inflacionarios ochenta. Prometió entonces que en un plazo que no llegaría a los dos meses daría a conocer el nuevo esquema para definir la nueva rentabilidad de las colapsadas compañías del sector y, números en mano, volver a discutir tarifas.
Los meses que siguieron fueron traumáticos. Sin parámetros razonables, las distribuidoras dejaron de pagarle por primera vez en diez años a Cammesa, la empresa del Gobierno que controla la provisión de energía.
Y el primer golpe de calor de noviembre tuvo uno de los mayores apagones del área metropolitana. Kicillof, que había perdido preciosos meses enredado en interminables planillas de excel, mientras estudiaba una estatización de Edenor y Edesur, quedó marginado sin mayor aviso y su soñado paradigma nunca llegó a conocerse.
Ahora, otra vez, la energía está en manos de De Vido y de Baratta, que los encuentra frente a los mismos problemas que existían cuando perdieron el control del área, solo que muy agravados por la inacción de todo este tiempo.
Los viejos amigos intendentesEn este resurgimiento, De Vido también recuperó su vínculo con los intendentes, con quienes forjó una relación cercana cuando Kirchner lo envió desde 2003 a repartir obras públicas salteando gobernadores y legislaturas, mecanismod e control político que CRistina acaba de blanquear a través de un decreto de necesidad y urgencia.
Su principal capital fue el Conurbano, beneficiario de millones de pesos en obras públicas durante el kirchnerismo. Pero también tiene peso en Santa Fe, donde los intendentes que no quieren responderle a Agustín Rossi llaman a De Vido.
Con las elecciones cercanas y la necesidad de Cristina de retomar el poder territorial abandonado, De Vido volvió a telefonear a los alcaldes. Es la pieza central, aunque no la más visible, del operativo de vacío de poder territorial que la Casa Rosada está desplegando en torno a los dos peronistas que por lejos mejor miden en la provincia: Daniel Scioli y Sergio Massa.
Fue De Vido quien logró que 69 intedentes de la provincia de Buenos Aires se sumaran a la convocatoria del mes pasado de Santa Teresita que tuvo como cara visible a Julián Domínguez, hasta que llegó Amado Boudpu y con sus exabruptos contra Scioli arruinó la movida. Acaso alertado de lo que se venía, sobre el último minuto De Vido prefirió no ir pero los intendentes fueron porque los convocó el titular de Planificación y apenas notaron su ausencia, comenzaron los interrogantes.
Sin embargo, hoy mismo ese recuperado vínculo quedó en evidencia, cuando lideró una reunión con 42 intedentes bonaerenses, para hacer lo que más le gusta: repartir promesas de obras públicas.
Se trata en rigor de la escenificación de un trabajo de hormiga que nunca abandonó. Sólo que ahora parece haber recuperado el poder para ofrecer fondos. El año pasado, su máximo lauro había sido anotar las demandas de los intendentes bonaerenses en reuniones en su despacho.
En uno de esos encuentros, el alcalde de Lincoln, Jorge Rodríguez, le recriminó haber cedido las listas bonaerenses a La Cámpora, “y a diputados que no sabemos ni quienes son”. Lo que parecía una crítica era en rigor un centro. De Vido es la antítesis de los camporistas para los intendentes: aporta dinero y no pide nada a cambio. Y como ellos, sufrió el asedio de los jóvenes camporistas, que impactados por la realidad, hoy están en franco declive político, aunque conservan poder en el Ejecutivo.
Hoy en la reunión con los intedentes bonaerenses, De Vido al que alguna vez el propio CHávez definió como "el más peronista" de los ministros kirchneristas, pareció el de antes. Bromeando con los caciques del Conurbano, mientras agitaba la promesa de girarles 355 millones de pesos para 122 nuevas obras de infraestructura.
Fue en un acto del que participaron el ministro de Salud, Juan Manzur y el secretario de Transporte y protegido suyo, Alejandro Ramos.
De hecho, la pérdida del control de los subsidios de Transporte fue una de las tantas señales de su decadencia en el corazón del poder, cuando Cristina decidió quitarle el área y ponerla a cargo de Florencio Randazzo.
Sin embargo, poco después comenzó a recuperarlo. Ni bien Cristina consideró que su retorno era indispensable le asignó el soterramiento del ferrocarril Sarmiento, la mayor obra ferroviaria del país, que está muy cerca de reactivarse gracias al financiamiento que la propia CRistina había conseguido del Bndes brasileño en una reunión con Dilma Rouseff