La ex gobernadora presentará el miércoles el libro con el que vuelve
a subir el perfil, en medio de un año electoral clave. Lo editó Penguin
Random House y cuenta con prólogo del psicoanalista José Abadi
Maria Eugenia Vidal y su libro "Mi Camino"
La visión de un país distinto
El poder aleja, pero no cambia a las personas, solo desnuda cómo son
Algo parecido ocurre con el manejo de la crisis del COVID-19, que ha
expuesto a los países y la verdadera capacidad de respuesta de sus li
derazgos, sus sistemas sanitarios y sus economías. La pandemia no
generó nuestros problemas, pero los dejó a la vista y los profundizó.
Es una crisis que muestra el lado B de la política, ese costado que la
gente no siempre puede ver: la dimensión humana de quienes gobier
nan, que incluye desde las actitudes más altruistas hasta los compor
tamientos más miserables para sacar ventajas políticas. Y es un buen
recordatorio de la diferencia que existe en todo el mundo entre los sis
temas democráticos y los sistemas autoritarios. En Argentina, todo es
to pone un debate sobre la mesa: ¿qué tipo de líderes vamos a elegir
en los próximos años? ¿Vamos a elegir figuras paternalistas, autoritue
repetir la historia, o vamos a fortalecer los liderazgos moderados,
que buscan el consenso, que son más cooperativos y que quieren dar
respuestas reales?
Frente a la incertidumbre, el miedo y los fracasos repetidos, los dirigen
tes también podemos elegir un camino autoritario, dogmático y vertica
lista o un camino que salga por arriba de la crisis con la fortaleza que
puede dar el consenso de la mayor parte del sistema político. La crisis
del COVID-19 confirmó que en la política argentina y en el mundo se va
plantear cada vez más esta dicotomía. Puede pasar que al final se con
soliden las visiones autoritarias, o quizás esto sea una oportunidad pa
ra asumir su fracaso y dar nacimiento a otro tipo de liderazgos. Yo elijo
el segundo camino. Quiero pensar que somos muchos los que vamos
a elegirlo, porque en el camino del autoritarismo las respuestas nunca
son sustentables y, más grave todavía, nos obligan a resignar nuestras
libertades.
Es cierto que todavía hay una respuesta frágil del liderazgo político a
este desafío. Por un lado, gran parte del gobierno y algunos represen
tantes de la oposición son líderes verticalistas, endogámicos, a los que
les cuesta abrir el juego, escuchar, cambiar. Están acostumbrados a
plantear y a ganar la política en términos de conflicto. Para ellos, la coo
peración es una imposición, no una vocación.
Esto no plantea un juicio de valor de mi parte sobre ellos como perso
nas; simplemente creo que están formateados en la no cooperación, en
el prejuicio, en la confrontación. Quizá ni siquiera se deba a que no
quieren cooperar: simplemente, no saben cómo hacerlo. No tienen incor
porada esa lógica y sienten que cada paso en función del diálogo y del
encuentro con el otro es debilidad.
Gran parte del gobierno y algunos representantes de la oposición son
líderes verticalistas, endogámicos, a los que les cuesta abrir el jue
go, escuchar, cambiar
No representan el liderazgo innovador y cooperativo que es necesario
para que nazca un nuevo sistema, y no se debe a que tengan una mira
da ideológica u otra. Simplemente, es una vieja forma de concebir y de
hacer política.
Pero también hay cada vez más dirigentes en la política argentina, tan
to en el oficialismo como en la oposición, que estamos cansados de
esto, que nunca nos sentimos cómodos en esta posición, que nos da
mos cuenta de que este no es el camino, que tenemos una mirada menos
prejuiciosa y que no asumimos que el otro nunca va a hacer algo bueno
por la gente y que nos quiere destruir solo porque se ubica políticamente
en un lugar distinto. Cuando en política se puede aceptar que el otro qui
zá también quiere algo mejor, lo que nos diferencia ya no es la confronta
ción por la confrontación, sino la visión del país, la capacidad de generar
diálogo, de superar situaciones de crisis, de innovar y de armar buenos
equipos, de producir resultados.
La irrupción del COVID-19 también opera sobre esto: quizás en Argenti
na vuelva a afianzarse la política de la confrontación, quizá vayamos ha
cia un esquema más moderado y cooperativo, o quizá se instale una si
tuación de anomia y de fuerte cuestionamiento a la política, que es un
riesgo real, producto de tantos años de crisis económica y de desilu
sión con el sistema.
Los cambios en política son lentos a menos que la sociedad provoque una
ruptura, y por eso, el estilo de liderazgo cooperativo puede demorar años
en consolidarse. Incluso puede que, antes de que eso ocurra, se desarrolle
una fase autoritaria aguda, pero estoy convencida de que el autoritarismo
no se tolera durante mucho tiempo. El autoritarismo no dura para siempre.
El autoritarismo no da respuestas ni mejora la vida de nadie. En algún mo
mento, el autoritarismo se agota, y por eso confío en que tarde o temprano,
la moderación y el estilo cooperativo de liderazgo van a terminar por ins
talarse en Argentina.
Pero lo que hagamos los dirigentes políticos no es indiferente para que
esto pase. Hay que entender que no es tiempo de mezquindades ni de es
peculación personal y que cada uno de nosotros tiene que decidir qué
posición va a tomar y qué mensaje quiere transmitir. Hoy más que nun
ca tenemos la responsabilidad de definir en qué creemos y dónde va
mos a pararnos. Yo ya decidí dónde quiero pararme: quiero ser parte
de la generación que supere la grieta. Porque la grieta nos trajo hasta
acá, y no es lo que nos va sacar adelante.
A mí no me desvela el poder. El 10 de diciembre de 2019 cumplí un ciclo
en mi vida política. El fin de mi período de gobierno en la provincia y,
prácticamente al mismo tiempo, la crisis del COVID me pusieron en un
lugar en el que puedo elegir dónde y con quiénes quiero estar, y en este
proceso también elijo no volver a acompañar posturas de las que no
estoy convencida, aun cuando eso suponga que en mi espacio político
no estén todos de acuerdo. Quiero ser fiel a mí misma y a lo que creo.
Quiero ser parte de la generación que supere la grieta. Porque la
grieta nos trajo hasta acá, y no es lo que nos va sacar adelante"
Por eso, hoy no dudo en plantar bandera en mi posición y hablar abierta
mente en los debates internos cuando algo no me representa. No lo ha
go desde un lugar combativo ni de especulación personal ni de pelea
interna, sino desde la convicción de lo que estoy dispuesta a ceder, y
lo que no. No es una posición autoritaria, al contrario, creo en un lideraz
go que no se guíe por dogmas ni busque imponer una mirada única.
La idea de que hay una sola manera de hacer las cosas bien, un solo
camino, una sola forma de gobernar siempre me incomodó, en la vida
y en la política porque limita la libertad. Uno puede tener valores claros
y ordenadores, que no se discuten, pero las estructuras tienen que ser
flexibles, no pueden ser mecanismos que someten y nos convierten en
prisioneros.
Es cierto que, si Juntos por el Cambio quiere cambiar Argentina, el pri
mer requisito es la unidad. Es una exigencia del 41% que nos votó. Pe
ro si algún dirigente cree que esos votos tienen nombre y apellido, se
equivoca: ese 41% votó a Juntos por el Cambio y a lo que representá
bamos. Votó una manera de ver el país y votó determinados valores y
eso, lejos de ser un cheque en blanco, nos pone en un lugar de respon
sabilidad.
El voto es un mandato para hacer aquello que representamos: defender
las libertades, un sistema judicial independiente, la igualdad de oportu
nidades y la posibilidad de ponernos de pie con nuestro propio esfuer
zo. Pero con la unidad no alcanza. Si queremos ser un espacio que su
pere el 41%, no hay que escandalizarse con el hecho de que haya mira
das distintas.
Si Juntos por el Cambio quiere cambiar Argentina, el primer requisito
es la unidad. Pero con la unidad sola no alcanza
La unidad no es uniformidad. La unidad no es unanimidad. Puede haber
unidad en la diversidad y podemos compartir los mismos valores aun
con miradas diferentes sobre determinados temas, y hay herramientas
democráticas para saldar las diferencias internamente. Claro que no se
puede construir con todos.
Siempre hay límites, pero entre todo y nada tiene que haber algo, y la
situación del país es lo suficientemente difícil como para creer que se
puede solucionar en soledad, sin otros.