El crimen de Fernando Báez Sosa en Villa Gesell, del que se cumplen 5
años este enero, alcanzó una dimensión mediática inusitada por lo que,
a partir de esto, permite múltiples aristas de análisis. O, mejor aún, ba
jando toda pretensión sociológica, es la posibilidad de disparar gran can
tidad de preguntas.
Una de ellas es por qué este caso en especial tuvo la difusión que tuvo,
cuando a cada rato aparecen noticias de hechos similares -jóvenes muer
tos luego de peleas, muchas de ellas a la salida de boliches- que no se
mantienen en las pantallas más allá de los segundos concedidos a las
noticias policiales. ¿Qué ingredientes se sumaron aquí para que todos
los medios se lanzaran a cubrir el caso desde el momento en que suce
dió hasta tres años después, cuando se juzgó y condenó a los ocho acu
sados? Sin respuesta definitiva, a modo de mero esbozo, vayan algunas
conclusiones.
El asesinato de Fernando Báez Sosa se armó con estructura dramática,
en el sentido teatral del término. Contó con un escenario atractivo, un
momento especial, personajes perfectamente delineados por característi
cas antagónicas y un conflicto violento, con elementos de sadismo, ma
chismo y clasismo. Por definición, todo lo que ocurre en verano en la cos
ta atlántica desde Mar del Plata hacia el norte es noticia en este país. Un
hecho que suceda en Pinamar, Villa Gesell y la autodenominada “Feliz”
tiene muchas más posibilidades de estar en las pantallas que si pasa en
otra playa cualquiera. Si acontece en enero, será más noticia que en febre
ro y en ambos meses, mucho más que de marzo en adelante.
Además, este caso tuvo una particular construcción de los victimarios.
Se los denominó desde el inicio como “rugbiers”, y eso los ubicó en una
clase social que no suele ser la que puebla las páginas de policiales.
No en vano los primeros días, luego de la detención de los acusados,
la pregunta fue cómo vivirían en la cárcel. Y pronto circuló un video ame
nazador que se presentó como el de los presos esperando a los rugbiers.
Se los caracterizó como "los chetos", a partir de la construcción social
que inmediatamente se hace de los jugadores de rugby. Pero estos rug
biers son chetos de pueblo. Clase media, hijos de profesionales, de em
pleados, de un mecánico. Alguno estaba por empezar a estudiar. Como
Fernando, que había hecho el CBC en la Universidad de Buenos Aires
para empezar la carrera de abogacía.
Chetos y sin piedad: el antagonista perfecto. Capaces de pegar cobar
demente, a la cabeza del caído, cinco contra uno. Capaces de anunciar
la muerte de una persona con la palabra "caducó", como si fuera un
producto perecedero, y de irse a hacer pacientemente la fila para com
prar una hamburguesa minutos después de la pelea. Capaces de incri
minar y hacer detener a un conocido porque les pareció una buena bro
ma.
Pero sobre todo, la construcción se hizo a través de videos: fue tal vez
el hecho policial más filmado de la historia. La joven que le hizo RCP
nada. El asesinato de Fernando Báez Sosa fue registrado por cientos
de cámaras: las de la seguridad municipal, las de los comercios de la
zona, la de Lucas Pertossi, uno de los condenados, pero básicamente
las de los muchos peatones que pasaban por el lugar en el momento
y, además de curiosear, se pusieron a registrar con sus celulares lo
que sucedía y lo subieron a sus redes en vivo.
La videoesfera en la que vivimos se alimentó de la violencia filmada
y a partir de allí se generó indignación, se opinó, se analizó, se explicó
y se juzgó. La trasmisión de la sentencia que se dictó en Dolores en
febrero de 2023 alcanzó un rating de 35.4 puntos, una cifra algo infe
rior a los 38.4 que había medido la final del Mundial que Argentina le
ganó a Francia un mes y medio antes.
A diferencia de las que lamentablemente vemos que se suceden dia
riamente, la pelea del boliche Le Brique superó a cualquiera de las
otras porque el grupo de los agresores modificó el target de los clien
tes habituales de las noticias policiales y porque la muerte se hizo es
pectáculo, que es lo que claman permanentemente los medios.
Prácticamente en cadena, todos los medios del país hablaron del ca
so y ahora, a cinco años del hecho, sigue ocupando horas de emisión
y ríos de palabras.
La muerte de un joven de 18 años a manos de otros jóvenes de su
misma edad conmociona, sin lugar a dudas. Pero casos de violentas
agresiones como la pelea por causas nimias como la que terminó
con la golpiza que recibió Fernando suceden -lamentablemente- a ca
da rato. Pero ocupan apenas unos minutos en los noticieros y pasan
pronto al olvido.