Es necesario volver a 1995 para tomar dimensión de lo que significa el campo de los Derechos Humanos. Y si es preciso hacer más memoria, podría volverse a 1984-1986, cuando Hebe de Bonafini tenía el ingreso prohibido a los programas de los canales de televisión controlados por el gobierno de entonces. El único que rompió con el mandato de la teoría de los dos demonios del período alfonsinista fue Enrique Vázquez, quien le hizo una extensísima entrevista a Hebe en su programa de ATC.
Gelman, el poeta, el militante, el padre, el suegro, el abuelo fueron y son la misma persona. Además de publicar regularmente sus notas periodísticas y de escribir poesía con pasión y pericia, buscó y buscó. Pero también dejó registro de testimonios durante los ’90. En 1997, cuando reinaba la mayor impudicia en los tribunales argentinos y el juez Baltasar Garzón apenas empezaba a instruir una causa que no se sabía dónde podía terminar, Gelman publicó Ni el flaco perdón de Dios. Lo hizo en coautoría con su compañera, Mara La Madrid. Se trata de medio centenar de testimonios apenas editados para que el lector quede sumergido en la verdadera dimensión: no sólo de lo que pasó durante los despojos de miles y miles de personas, sino en la dimensión del recuerdo y la construcción de la memoria durante los años de impunidad. Todos los testimonios fueron tomados en 1995. Si un dato es necesario para hacer más dramático el escenario, basta decir que 1995 fue el año en que el binomio Carlos Menem–Carlos Ruckauf sacaba el 49,94% de los votos.
El capítulo llamado “Vientres” está dedicado por completo al testimonio de Hebe Pastor de Bonafini y empieza así: “¿HIJOS? Tengo trato con ellos desde hace tiempo. Vienen muchísimo a la casa de las Madres. Me interesa que los chicos crezcan solos, que se equivoquen solos, que hagan solos. Que no lo hagan ni en Madres, ni en Abuelas, ni en Familiares, ni en la Asamblea. A nosotras ningún organismo nos contuvo. Ninguno satisfizo lo que queríamos. Empezamos solas y salimos adelante. Tenemos diferencias abismales con los otros organismos.” El testimonio de Hebe coincidía con la confesión que el genocida Adolfo Scilingo le hacía a Horacio Verbitsky y que era publicada en el libro El vuelo. Hebe seguía: “La sociedad argeninta está muy golpeada. Muy enferma. Tuvo que salir un asesino a contar un hecho, ni siquiera una historia; cómo tiraban a nuestros hijos vivos al mar, para que todo el mundo al fin lo creyera. Nosotras desde el ’78 lo venimos diciendo. No nos creyeron, pensaron que estábamos locas. Al asesino, en cambio, le dan horas y horas en la televisión. El gobierno (de Menem) fue muy astuto. Lo tiró a Scilingo a la calle para no debatir con la oposición la política económica. En lugar del debate político y económico se habla todo el tiempo del mar, de ríos, de muertos.”
A renglón seguido –a propósito de una entrevista que le había hecho Daniel Hadad al genocida Emilio Massera y difundida por el canal América–, Hebe señalaba: “Massera sale en la televisión apoyado por los mismos empresarios que lo apoyaron cuando el golpe. Esos espacios los pagan esos empresarios. Alguien paga y los asesinos salen a implantar otra vez el terror. Con sólo ver a Massera en la televisión la gente se muere de miedo. Aquí se instauró el miedo a desaparecer.”
El último capítulo del libro no es testimonial sino una reflexión de la prestigiosa médica y psicoanalista Gilou García Reynoso. Empezaba –en aquel brumoso y deprimente 1995– así: “El campo de los Derechos Humanos es muy complejo. Está atravesado por diferentes posiciones y hay quienes dicen que dos. La de las Madres que Hebe de Bonafini lidera y la de todos los otros organismos, salvo contadas excepciones. Pienso que no es así. Más bien, creo que cada organismo, o a veces sus voceros, transportan en sí mismos discursos contradictorios, por no decir inconciliables. La apariencia es que hay una división de las aguas que está clara. ¿Los temas centrales? La exhumación o no de los cuerpos. La reparación económica por parte del Estado. El reconocimiento o no de la historia política de las víctimas. La relación con las instituciones, la Justicia, el poder, la violencia. En un primer acercamiento, se podría decir que hay en algunos un intento de despolitizar y esto es un tipo de política. Hay defensores de los Derechos Humanos que plantearían, como estrategia, que todo el mundo fue inocente (…) Como si el no te metás funcionara también del lado de estos defensores. El que no se metió es inocente y se merece que uno lo defienda. Con lo que queda implícito que el que sí se metió no necesita que uno lo defienda porque entró en una guerra. Y la serie de legitimaciones que este razonamiento implica.
Un (nada) oscuro día de justicia. La medular descripción de Gilou García Reynoso tiene puntos en común con lo dicho por Hebe de Bonafini en aquel 1995. Una sociedad con miedo (Hebe) explica un discurso fragmentado sobre cómo posicionarse en la defensa de los Derechos Humanos (Gilou). Nadie podía imaginar que exactamente diez años después sobrevendría la derogación de las leyes de Obediencia debida y Punto final. Y que eso llegaría de la mano de quien, en aquel 1995, era apenas el gobernador de la provincia más austral del país. Más aun, en 2004, cuando Néstor Kirchner entró a la ESMA para conmemorar aquel 24 de marzo, día fatídico en la historia argentina, ese mismo predio sería el territorio que es hoy, donde conviven distintos organismos de Derechos Humanos.
Por su parte, Gelman tuvo una recompensa en tanta búsqueda. El 31 de marzo de 2000 se reunió con su nieta en Montevideo. La chica por entonces tenía 23 años y el poeta pidió que no se conociera su identidad para no agregarle traumas. Con el tiempo, María Macarena Gelman Iruretagoyena, que había sido criada por una familia sustituta, se sumó a la búsqueda de los restos de su madre y a la lucha para que se hiciera justicia en los tribunales uruguayos que todavía están atados a la llamada Ley de Caducidad. Tanto machacaron juntos Juan y su nieta Macarena que la causa llegó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que, en febrero de 2011, falló y le impuso al Estado uruguayo que no haya trabas para la investigación a fondo y la sanción a los responsables. Se trata de un paso importantísimo para dirimir las controversias sobre las posibilidades de las víctimas de que caduque la Ley de Caducidad.
Pero es necesario volver a 1995 para tomar dimensión de lo que significa el campo de los Derechos Humanos. Y si es preciso hacer más memoria, podría volverse a 1984-1986, cuando Hebe de Bonafini tenía el ingreso prohibido a los programas de los canales de televisión controlados por el gobierno de entonces. El único que rompió con el mandato de la teoría de los dos demonios del período alfonsinista fue Enrique Vázquez, quien le hizo una extensísima entrevista a Hebe en su programa de ATC. O, también, podría volverse a los años de la dictadura, cuando eran “las locas de la Plaza de Mayo” para buena parte de la sociedad. Fue cuando un comando al mando de Alfredo Astiz (infiltrado por la Armada y que se había ganado el cariño de las Madres) secuestraba a tres de las fundadoras en la Iglesia Santa Cruz. Esther Ballestrino de Careaga, María Ponce de Bianco y Azucena Villaflor de Vincenti sufrieron el mismo destino de las personas a las que buscaban.
¿Quién las llama locas? El universo Magnetto es mucho más amplio que el del CEO de Clarín que mantuvo un año guardada la mal llamada investigación sobre los desfalcos de los Schoklender. La periodista Luciana Geuna seguramente no reconocerá nunca que esa primera nota que disparó la maraña de denuncias que hay ahora estaba lista para publicarse en junio de 2010 y que los editores de Clarín la guardaron. Jorge Lanata citó varias veces la llamada investigación de Geuna en sus múltiples apariciones como entrevistado espontáneo en los medios del grupo Magnetto. Lanata todavía es uno de los periodistas con más impacto masivo en la Argentina. Y, probablemente, la mayoría de los televidentes no sabe diferenciar entre un invitado espontáneo y un periodista contratado. Desde ya, suena mucho más creíble ser llamado para contar lo que uno sabe que estar incorporado al multimedios. Nadie puede reclamarle a Lanata que cuente cómo es su trato con esos medios. Desde ya, no reconocerá que sus apariciones no tienen nada de espontáneas. Y, la verdad, podría resultar irrelevante detenerse en lo que hacen los comunicadores al respecto.
El gran problema es que está en juego la identidad de muchos argentinos y los genocidas ya se cargaron demasiadas madres durante la dictadura como para angustiar o cargarse a otras. Entre las tantas madres desaparecidas está Matilde Vara, la madre de quien escribe estas líneas. Y seguramente, para los comunicadores del planeta Magnetto, es irrelevante preguntarse qué derecho le asistía a Matilde para visitar a su hijo en la cárcel y violar algunas normas no escritas entre los carceleros como, por ejemplo, depositarle algo de dinero mensual a Alberto Elizalde Leal, también alojado en el pabellón 2 de la Cárcel de La Plata. Matilde le depositaba dinero a Alberto porque su madre, Delia, sus hermanos Sofía y Felipe, y su compañera Cristina habían sido secuestrados y no tenía a nadie que lo visitara. Ahora, Alberto, junto a Carlos Martínez y otros sobrevivientes de aquellos años, está haciendo una película. Martínez perdió en esos años a su hermana y a su compañera. Su madre no se perdía una visita.
Es importante no perder la perspectiva. No la perdían las Madres que quedaron sin sus fundadoras, tampoco las pierden quienes desde las distintas organizaciones de Derechos Humanos están sufriendo este embate tan injusto del monopolio mediático. Es que, aunque hayan pasado los años y se las vea más viejitas, ellas están tan sabias como siempre.
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