La historia, narrada por un ex directivo del Grupo al autor de esta nota, aporta datos para una composición de lugar del caso.
Ahora, con las muestras genéticas de ambas personas en pleno proceso de cotejo con las muestras que hay en el Banco Nacional de Datos Genéticos, esta historia cobra algún valor periodístico. Porque el manejo informativo de Clarín sobre el tema parece armado como quien conoce el final de la película. Entonces, sólo para saber cuál puede ser el relato que tiene parte de los directivos –actuales y retirados– de Clarín, va el relato del atlético setentón que visita a algunos criminales de lesa humanidad.
La historia es breve y simple. Norma Cadoppi, médica oncóloga, casada con el también médico Ignacio Katz, habría sido la encargada de “ir a buscar los chicos a Misiones”. El setentón, en ese entonces, apenas pasaba los cuarenta y tenía funciones importantes en el diario. Katz, por entonces, tenía un convenio con la empresa para ocuparse de la medicina laboral. Como Katz y Cadoppi eran nombrados en la causa, mucho tiempo atrás llamé a Katz y estuve un par de horas en su consultorio. “El mismo en el que atiendo desde hace cuarenta años”, aclaró amablemente el médico para dar cuenta de su austeridad y dedicación profesional. En esa oportunidad, como era de esperar, me dijo que no tenía nada que ver con la historia de “los chicos”, que ni los conocía, que la vinculación suya con la adopción era un invento. Lo que hablé con Katz fue sobre la relación de parentesco familiar de su esposa, Norma Cadoppi, con un alto directivo de Clarín.
La doctora Cadoppi, según el entonces directivo, habría viajado por entonces a Misiones, habitual lugar de distintas modalidades de adopción legal e ilegal. Entre estas últimas, todavía hay una práctica perversa amparada en funcionarios políticos y judiciales, que tiene hasta el amparo de funcionarios del Superior Tribunal de Justicia provincial, que en reiteradas oportunidades frenan las investigaciones sobre la trata de personas cuando ésta se refiere al negocio de la entrega de bebitos rubios. En Misiones, todavía hay pequeñas clínicas donde son atendidas mujeres embarazadas que van a vender sus hijos al nacer. Médicos o prácticos en salud les dan bien de comer, les consiguen casitas y ropitas dignas para que puedan conocer a los futuros papitos de los bebés que tienen en la panza. Si a los futuros compradores les parece suficientemente fuerte y suficientemente linda la madre, entonces pactan con el intermediario, que suele ser algún abogado o abogada que, a su vez, tiene vínculos con el juzgado que va a tramitar la pronta entrega de la criatura. En muchos casos, el intermediario o intermediaria no trata con los futuros papás, sino con algún enviado. Especialmente, en los casos de personas prominentes que quieren mantener todo en el mayor secreto posible. Secreto que, como decía más arriba, cuenta con respaldos en lo más alto de la Justicia provincial.
Según contó mientras tomábamos café en plena víspera de fin de año el entonces joven directivo de Clarín, Norma Cadoppi se ocupó de “buscar a los chicos”. No aclaró con quiénes habría ido y la explicación, lógica, era que ella podía tener la precaución de saber en qué estado de salud estarían los niños a adoptar por Ernestina Herrera, viuda de Noble. Pero a Cadoppi, prestigiosa oncóloga y habitual conferencista de los coloquios de Idea, nadie le podría pedir explicaciones por aquella versión. Sencillamente, porque si Felipe y Marcela Noble Herrera no son hijos de desaparecidos, el eventual delito cometido por participar de una adopción ilegal está prescripto y no le quedaría ninguna mácula en los tribunales.
En lo referido a la identidad biológica de Felipe y Marcela Noble, la reunión con el ex directivo de Clarín tuvo sólo un punto más. Le pregunté si podía dar certeza de que, en el medio de aquella supuesta travesía a Misiones para traer dos niñitos, no podría haberse metido algún servicio de espionaje o grupo de tareas y que, en vez de dos misioneritos hijos de mujeres pobres, la doctora Cadoppi hubiera traído a dos bebés nacidos en un campo de concentración. La respuesta del atlético setentón fue rápida: “¡Ah, eso no te lo puedo garantizar! Eso es algo que no sé”.
El resto es suficientemente conocido y lo contó con todo detalle y en sus distintas hipótesis Pablo Llonto en su libro La Noble Ernestina. Esta historia, esos dos encuentros de diciembre pasado, son apenas dos gotitas de agua en medio de lo que pronto será un aguacero. Ya sea porque, efectivamente, tanto misterio durante tanto tiempo, oculte que Felipe y/o Marcela sean hijos de desaparecidos. Ya sea porque, efectivamente, el Grupo Clarín esté jugando como el gato con el ratón y tenga toda la información como para jugar con el ánimo preelectoral y quiera jugar con toda perversión que fueron perseguidos por el Gobierno en vez de admitir que obstruyeron a la Justicia durante diez años y que en el medio muchas abuelas se murieron sin saber la verdad sobre esto. En cualquier caso, tanto el setentón atlético que visita genocidas como los actuales directivos de Clarín tienen una gran habilidad para manipular información. Por suerte, desde hace unos años, una buena parte de la sociedad tiene otros medios para enterarse de lo que pasa. Medios que, como Miradas al Sur, se cuidan de no hacer contrainformación y cuida también a sus lectores. Casi nunca publicamos hipótesis o información no confirmada. A veces, muy pocas veces, la publicación de una hipótesis puede ser útil para ir teniendo una composición de lugar al momento que se sepa el resultado. En este caso, el del cotejo del ADN de Felipe y Marcela con todas las muestras del Banco Nacional de Datos Genéticos.
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