sentantes de la oposición parlamentaria, del sindicalismo, de otras fuerzas sociales, vetera
nos de guerra y miembros de las Fuerzas Armadas fue una apuesta inteligente que permitió
combinar gestos de buena voluntad para todos lados en un asunto en el que existen amplios
consensos. En términos simbólicos, de iniciativa política y de dominio de la agenda de discu-
sión, es obvio que la apuesta más interesante fue la que surge de tener a Hugo Moyano y
su gente en visible primera fila (cada día más la televisación oficial de los actos es un relato
sobre cercanías y lejanías cambiantes), y a legisladores que aceptaron con generosidad una
invitación presidencial formulada con algún apuro.
El discurso de Cristina Fernández de Kirchner en ese acto tuvo muy en cuenta la seriedad
del tema en cuestión. Por lo tanto fue muy contenido, sin espacio para los chistes y no sólo
alejado de cualquier patrioterismo, sino clarísimo a la hora de deslindar las responsabilidades
horrorosas de la dictadura. Para quienes pretenden hacer memoria y mezclan ingredientes
en una misma bolsa hasta confundir todo en la expresión “responsabilidad de los argentinos”
, siempre es oportuno recordar que la guerra decidida por la dictadura y consentida de
manera pusilánime por casi todo el arco político de entonces, contó además con una vasta
campaña propagandística –“Estamos ganando”– y mediática. El apoyo vino desde Mariano
Grondona en Tiempo Nuevo, pasando por las publicaciones amarillas de editorial Perfil
que le ponían colmillos y parches de pirata a Margaret Thatcher, hasta la primera portada de
Clarín: “Euforia popular por la recuperación de Malvinas”.
El éxito de la convocatoria en la Casa Rosada –que en principio ayudaría a descongelar el
vínculo con el moyanismo– se sustenta además no sólo en la ofensiva diplomática de las
últimas semanas y que intensifica en estos días el canciller Héctor Timerman, sino en una
construcción previa de años, que partió desde Montevideo, Brasilia y nada menos que
Santiago de Chile hasta Caracas y países del Caribe que hoy apoyan el reclamo argentino
por Malvinas, cuando hasta no hace tantos años fueron colonia británica.
Guiones y resbalones. Si hasta Federico Pinedo calificó el discurso presidencial por Mal-
vinas como “impecable”, con los conflictos y discursos relacionados con la minería a cielo
abierto suceden cosas distintas. El viernes por la noche hubo un diálogo guionado y astuto
en la cobertura que hizo Telenoche a propósito del episodio represivo de Tinogasta , meticu-
losamente cubierto por ese noticiero a la hora de producir imágenes violentas. María Laura
Santillán le preguntó a Edgardo Alfano si la represión en Catamarca significaba el inicio de
una etapa “de judicialización de la protesta”. “Sí, claro”, fue la respuesta previsible. Da cierto
asco cuando en su estrategia de maximizar la crítica al Gobierno los periodistas del Grupo
Clarín extraen (¿es correcto usar el verbo “usurpan”?) expresiones, categorías y valores veni-
dos del espacio de los derechos humanos o de las izquierdas y centroizquierdas.
Sin embargo, y no obstante el asco, lo cierto es que los conflictos devenidos de la actividad
minera crecen y que los operativos de represión se vienen sumando. En el detalle, quizá se
pueda discutir –con décadas de muertes y espantosa experiencia en la materia– si el desalojo
de una ruta nacional en Tinogasta, que debió ser resuelta por la Justicia Federal, fue o no “bru-
tal”, como calificó súbitamente guevarista el noticiero. Pero de nuevo, y no obstante el asco an-
te los rutinarios rebusques del periodismo, allí donde hay represión focalizada en las provincias,
emerge por contraste la ausencia de voces y acciones gubernamentales más afinadas que
interpelen y sienten posiciones más claras, aunque no conformen a todos, ante el tema de la
minería.
Hay discursos en los movimientos antimineros que tienen algo de dogmáticos: demasiado blanco
y negro, un “no a la minería” que no distingue actividades ni complejidades. Pero más allá del
uso del cianuro en el caso de la extracción del oro, de cuáles son los riesgos reales de contami-
nación, de las discusiones sobre jurisdicción provincial y nacional, del dinero contante y sonante,
escaso o no, que quede en las provincias, es muy difícil rebatir los argumentos de los poblado-
res locales y de los ambientalistas acerca del abuso irracional del recurso agua.
En ese contexto, los problemas oficiales para pararse ante un desafío de agenda que se sabe
que incomoda y que cada vez se sitúa más en primer plano emergieron de manera poco feliz
en la última intervención de la Presidenta, el día de la represión en Catamarca. Al inaugurar por teleconferencia una cementera en Olavarría, la Presidenta sostuvo un largo diálogo con Arman-
do Domínguez, un minero. O quizá antes que un diálogo, lo que más exactamente hizo la Presi-
denta fue “ceder” el uso de la palabra y la opinión –apoyándolo con gestos y palabras– en ese
trabajador que además es un cuadro del sindicato minero local y del PJ de Olavarría.
Se trata de un cuadro intermedio y no de un “dirigente”, como editó, en otra cobertura malicio-
sa, el noticiero de Canal 13, impugnando el diálogo entre él y Cristina. Es prudente decir que
ya sea como “cuadro”, “trabajador” o “dirigente”, Domínguez tiene todo el derecho de dar na-
da menos que la opinión sindical sobre el tema minero que, por un lado y más que llamativam-
ente, no aparece en ningún lado y que, por el otro, tiene algo de previsible. Porque es obvio
que en la medida en que no corran riesgos en su salud, los mineros defenderán la actividad
que les da trabajo.
Lo llamativo del episodio es que revela la incomodidad para generar discurso propio. Es como
si el Gobierno terminara por dar a entender, a veces en comentarios esporádicos de sus
funcionarios, esta vez a través de un cuadro minero local, y en general, optando por el silencio
. Respecto a cuánto tuvo el diálogo de “construido”, por lo que pudo saber este diario de
dos fuentes de Casa de Gobierno, Cristina Fernández no tenía la menor idea acerca de quién
es el minero Armando Domínguez, al punto que confundió varias veces su nombre.
Habitualmente el dispositivo comunicacional en el que Cristina “federaliza” sus intervenciones
, que por lo general es más que inteligente (muestra un gobierno hiperactivo en todas partes,
haciendo, cruzando acciones, dialogando y construyendo con actores diversos) se genera
desde distintos espacios institucionales y geográficos, a veces con fuerte peso de la política
local. Puede suceder que –a la hora de elegir ciudadanos comunes que dialoguen con la Pre
sidenta– la política local o corporativa tienda a la sobreactuación. Es lo que parece haber
sucedido en esta oportunidad, donde de todos modos lo esencial sigue siendo discutir qué
hacer con el modelo de minería a cielo abierto.
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