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domingo, 22 de julio de 2012

EVA DUARTE (1919-1952) Sesenta años sin esa mujer



Esa mujer, uno de los mejores cuentos de Rodolfo Walsh, que aborda el secuestro del cadáver de Evita, inspira el título de este homenaje a la argentina más universal. La actriz, la batalladora militante, la primera dama y su estilo de vestir: imágenes de todas las facetas de María Eva Duarte. La profunda huella que dejó su paso por España, su presencia en la cultura popular y los diez años del museo que recoge su vida.

Por Pablo Ramirez / Daniel Santoro / Juan Cruz / Natalia Nierenberger / Araceli Bellota / Cristina Álvarez  
hada madrina
¿Existe un estilo Evita?
No creo que haya sido ella quien haya impuesto una moda en particular, sino que, al ser un ícono, todo lo referido al estilo que usaba era mirado de una manera particular. Lo que sí supo fue construir un personaje que evolucionó: desde aquella muchacha que quería ser una estrella de cine, que trabajó para lograrlo y que luego fue una estrella, pero que trascendió el espectáculo; hasta su consagración final, como “santa”, como líder espiritual. Los elementos que utilizó–el color de pelo rubio platinado, el poco uso del maquillaje, la cara despojada y el pelo atado, la piel blanca– hicieron que creara una imagen de belleza clásica que trascendía cualquier moda.
Tampoco hay una dicotomía entre los trajes lujosos que usaba y su trabajo como líder social. Lo que hizo, justamente, fue llevar la fantasía y la belleza para el pueblo.
Cuando trabajé con Alfredo Arias en la obra Tatuaje –de la que hice el vestuario–, él decía que ella era el hada madrina de los pobres. Uno no espera que un hada madrina, que viene a cambiar las cosas con su varita mágica, esté mal vestida. Es una fantasía, y es justamente eso lo que uno anhela.
En la Eva de Tatuaje (interpretada por Sandra Guida) había tres instancias que la pintaban como personaje: la Eva primera dama, con la que trabajé una silueta de la falda Dior con tul; la Eva Cadáver y la Eva Momia. Las variaciones las hice sobre el mismo vestido.
Lo que vemos en Eva es, precisamente, el reflejo de una época. Sus trajes de trabajo reflejan la moda procesada como una época. Salvando las distancias, es lo mismo que cuando se habla de Jackie Kennedy como ícono de estilo. Ella llevaba lo que se llevaba en la época, aunque con una diferencia: Oleg Cassini, su modisto, viajaba a París y copiaba lo último que había hecho Givenchy. Pero Evita no: ella hacía que Christian Dior viniera, le mostrara la colección, y elegía las piezas que eran exclusivas, únicas. En una retrospectiva de las colecciones de Dior en el Metropolitan Museum de Nueva York, los trajes que había de Eva eran los menos austeros, los más exagerados: una capa para una gira que parecía digna de una reina.
*Pablo Ramirez. Diseñador de moda.

El ícono peronista
El ícono de Eva Perón es el emblema que sintetiza al prolífico imaginario peronista. El poderoso anclaje icónico de la figura de Eva le permite soportar los más altos niveles de discontinuidad y distorsión simbólica, conservando a pesar de todo su estructura identitaria como ninguna otra invención política lo pudo lograr.
El dibujo de ese enigmático perfil contiene a otras tantas Evas posibles. Desde aquella seductora ninfa primordial de cabellos sueltos que fue emblema de los 70, hasta la oscura amenaza de Kali, desde la mediadora virgen bonaerense, hasta el hada buena justiciera, desde la mujer del látigo hasta la compañera revolucionaria.
Su perfil dibuja el borde abismal de nuestras carencias, ella inventa esa novedosa figura de un Estado maternal, ese rodete mágico que está hecho de ciudades infantiles, chalecitos con pisos de roble, colonias de vacaciones y hoteles sindicales.
Con su agenda paralela de alta velocidad, territorializa y lleva al punto extremo su programa de justicia social y convierte aquel viejo Estado paternalista y burocrático en un atento Estado maternal proteico, hecho para la felicidad y el goce democrático de sus queridos grasitas. Con este desesperado acto heroico se convertirá en mártir. Una hembra saludable penetrada por la corrosiva injusticia, y así fundará un mito que aún crece con los años.
* Daniel Santoro. Artista.

La Perona
La visita de Eva Perón (La Perona la llamaron en Andalucía) a España fue un símbolo mayor para Franco, porque ella vino a sellar una amistad que nos quitó el hambre y nos abrió, un poco, al mundo, y también un enorme dolor de cabeza para aquel hombre en quien ella no vio a un general sino a un farmacéutico, como subraya Abel Posse.
Esa especie de llave que le trajo luz y trigo al franquismo más desconsiderado, el que seguía persiguiendo en los montes a los fantasmas de la oposición guerrillera, pervive con la fuerza de un obús que se fue apagando, con la muerte, para resurgir como un mito que vivió aquí y aún vive con mucha más fuerza, y con mayor nitidez, que la propia figura de Juan Domingo Perón, que durante tantos años fue nuestro vecino.
Mi generación nació con el hambre y con Evita en el vocabulario. Vendría la leche en polvo de los norteamericanos, gracias a la cual subsistíamos en las escuelas, pero el trigo argentino que trajo Evita fue, del Norte al Sur, pasando por la Sevilla que la sigue evocando, el alimento mayor de una época en la que era grandioso tan sólo el miedo. Y Franco no era grande, era un ser de una crueldad atosigante al que la argentina que fue su visitante salvadora puso en su sitio, en la esquina oscura de aquella historia.
Ella brilló, habló lo que le dio la gana, asoció su presencia a la de una mujer liberada en un universo en el que las mujeres cumplían el viejo dicho español (la mujer, pata quebrada y en casa) y sobresalían tan sólo si los hombres le firmaban el permiso. En medio de ese mundo burocrático, católico y ruin, Evita reclamó respeto para ellas, las llamó a la lucha por la liberación y juntó su destino al de los pobres y descamisados, de los que reclamó una revolución que se precisaba para que dejara de haber tantos ricos y tantísimos pobres.
Le trajo trigo, pero La Perona le trajo a Franco un nudo en la garganta en el que ella se regodeó; burlarse de Franco estaba al alcance, tan sólo, de los audaces, y aquella joven, que era más elegante que doña Carmen sin tener que colgarse collares, y hablaba mucho mejor que Franco sin tener que subirse a los taburetes para parecer más alta, como hacía el general, bajó de los palacios a la tierra usando un lenguaje que asustó al régimen.
Pero el régimen tuvo que aguantar; era una ayuda y una venganza. Años después, muchos años después, como si fuera la visita de un fantasma, Evita habitó entre nosotros; recuerdo con la emoción de haber asistido a una narración igualmente fantasmal pero redonda, literariamente implacable, cómo contaba Tomás Eloy Martínez su visita a aquella dama conservada en formol, peinada con delectación rigurosa por su marido en la quinta de Puerta de Hierro. Como si peinara un mito, minuciosamente, el heredero de sí mismo, y heredero a la vez del imán que ella tuvo, Perón vivía con la energía de esa supervivencia de la mujer que prometió volver. Tomás regeneró los tejidos de aquella historia en libros en los que alienta su capacidad de ficción pero en los que sobrevuela la perplejidad poética del escritor ante lo que vio y ante lo que escuchó. Aquí había dejado Evita las palabras de su rebeldía, y desde ese cuerpo que la falsa longevidad instaló para siempre en la mitología transmitió el mensaje de su herencia. Cuando Perón volvió a su país, en un avión que era como el camión en el que se devolvía lo que quedó del trigo, tenía a su lado a una mujer, María Estela, que aquí se había hecho amiga de los Franco, a los que Evita había zaherido. La vi una vez, saliendo de un cuarto de baño, junto a Pilar Franco, la hermana del dictador. A Evita no la vi nunca, claro, pero siempre que Tomás Eloy contaba cómo se combaba su pelo bajo el peine de los que cuidaban su cuerpo hecho momia, parecía que la resucitaba como la resucitan los andaluces que aún recuerdan su perfume de señora sin alhajas, recorriendo España para poner de los nervios a Francisco Franco.

*Juan Cruz. Escritor español.

Vive en el amor y en el odio
La recuperación de la vida, obra e ideario de Evita es la causa que asumimos en el Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Eva Perón” y el Museo Evita, que este año celebra su décimo aniversario. Propone un recorrido por la vida de “la abanderada de los humildes”, recreada en ambientes de época mediante modernas técnicas museográficas. Permite el encuentro con Eva sin intermediarios. Sus discursos guían el recorrido para interpretar, a través de la acción de una mujer, la trascendencia de una ideología: la lucha por un país más justo, libre y solidario, con un orden inclusivo y participativo. Ella vive en muchos desde el amor, en otros desde el odio, y en la mayoría desde el reconocimiento como la mujer que realizó, en siete años, una acción única en el país.
Hoy, es la encarnación de un mito que signa nuestra historia. Reconocida mundialmente por su incansable protección hacia los más necesitados, los niños, las mujeres, los ancianos y los trabajadores, irrumpió en la escena de nuestro país para convertirse en una de las mujeres más importantes de la historia. A 60 años de su fallecimiento, Evita está más vigente que nunca.
*Natalia  Nierenberger. Directora del Museo Evita.

Ultimos días de julio de 1952
Bajo la lluvia, una multitud aguardaba para ingresar al Ministerio de Trabajo. En largas colas, hombres, mujeres, niños y ancianos esperaban para darle el último adiós a Evita.
Ella descansaba en un ataúd, con tapa de cristal, y con el escudo peronista sobre su pecho, en la capilla ardiente montada en el vestíbulo de entrada del edificio. Detrás, el presidente Juan Domingo Perón, con una leve inclinación de cabeza, agradecía las expresiones de dolor de los que desfilaban, en silencio, unos y entre sollozos, otros.
Aunque hacía meses que se esperaba el desenlace, la mayoría de sus seguidores confió en un milagro hasta el último momento. Eran tantos los que rezaban por ella… Pero no sucedió.
Evita murió el 26 de julio de 1952, a las 20.25, mientras Perón permanecía de pie detrás del respaldo de su cama. Ella tenía treinta y tres años. En su breve actuación pública, nada más que siete años, había grabado su huella en la historia.
Perón se quedó solo. Había perdido a su compañera de la vida y de la política. No logró terminar su segundo mandato. Fue derrocado tres años después, el 16 de septiembre de 1955. Debió esperar dieciocho años en el exilio para poder regresar a la Argentina. En 1973 fue elegido presidente por tercera vez, pero no le alcanzó la vida para concluir su mandato. Murió el 1º de julio de 1974.
Bajo la lluvia, una multitud aguardaba para ingresar en la Casa de Gobierno. En largas colas, hombres, mujeres, niños, ancianos y sobre todo, jóvenes, esperaban para darle el último adiós a Néstor.
El descansaba en un ataúd cerrado, con varios pañuelos blancos de las Madres de Plaza de Mayo sobre la tapa, en la capilla ardiente montada en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos. Detrás, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner acariciaba el féretro y llevaba la mano hacia su corazón como respuesta a los gritos de “¡Fuerza, Cristina!” que le dirigían los que desfilaban. Otras veces, se acercaba para abrazarlos y recibir sus ofrendas: rosarios, banderas, cartas…
Aunque se temía por su salud, nadie esperaba ese desenlace, la mayoría de sus seguidores confiaba en que, en 2011, sería presidente otra vez. Pero no sucedió.
Néstor murió el 27 de octubre de 2010, a las 9.15, en los brazos de Cristina. El tenía sesenta años. En su breve actuación nacional, nada más que siete años, había grabado su huella en la historia.
Cristina se quedó sola, había perdido a su compañero de la vida y de la política. Un año después, inició su segundo mandato como Presidenta avalada por más del cincuenta y cuatro por ciento de los votos.

* Araceli Bellota. Historiadora. Autora de Eva y Cristina (Editorial Vergara).

Rebeldía y militancia
El 26 de julio se cumplen 60 años de la muerte de Eva Perón. Sin embargo, no es posible hablar o escribir en tiempo pasado, o como homenaje póstumo, acerca de Evita. Y esto es así, porque ella atraviesa la historia contemporánea de los argentinos.
Llegó desde Los Toldos como Eva Duarte, pero el pueblo la convirtió en Evita. ¿Cómo explicar a las nuevas generaciones el enorme impacto que tuvo en nuestros padres y abuelos?. ¿Cómo explicar lo que significa hoy para nosotros?.
La trayectoria de Evita comparte los destinos de nuestra patria, con etapas de reparación histórica y justicia social que alumbraron un nuevo país, allá por octubre de 1945. Pero también prefiguran la tragedia de la década del 70, en efecto, el secuestro del cadáver de Eva la transformó en la primera desaparecida de nuestro país.
Evita es también el símbolo de la reparación histórica de los trabajadores, de las mujeres y de nuestros adultos mayores. Fue el emblema de una causa que convirtió a la mitad del pueblo en ciudadanas de pleno derecho. Votar, participar, ser elegidas, incluso tener el inmenso honor de que la Presidenta de la Nación sea una mujer elegida por el sufragio popular, son victorias que no hubiesen sido posibles sin ella.
Evita nos convoca a construir un país para todos, con inclusión social y vigencia plena de los derechos humanos. Su sacrificio personal, renunciando a los honores, pero no a la lucha, entendida como el compromiso hasta que duela con los trabajadores y los humildes, ilumina el camino a seguir para aquellos que soñamos con una Argentina unida, libre y soberana.
Evita es también, bandera de rebeldía y militancia que se fueron transformando en conquistas reales y palpables para nuestro pueblo. Evita vive en los pibes de la Asignación Universal, en las familias que adhieren al plan ProCrear de acceso a la vivienda digna, en las parejas que a través de la Ley de Fertilización Asistida han logrado ser padres, en el matrimonio igualitario y la movilidad jubilatoria.
Evita está presente en estas conquistas que debemos defender y profundizar para hacer realidad aquello de “recoger su nombre y llevarlo como bandera a la victoria”.
* Cristina Álvarez Rodríguez. Arquitecta. Ministra de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y sobrina nieta de Eva Duarte.

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