Muchas cosas se dicen sobre la joven agrupación política que lidera el hijo de la Presidenta, Máximo Kirchner. Algunos critican con vehemencia, aseverando que son sólo comerciantes, y otros, por el contrario, defienden su militancia; lo cierto es que ha logrado posicionarse en la escena política nacional en muy poco tiempo
Muchas cosas se dicen sobre la joven agrupación política que lidera el hijo de la Presidenta, Máximo Kirchner. Algunos critican con vehemencia, aseverando que son sólo comerciantes, y otros, por el contrario, defienden su militancia; lo cierto es que ha logrado posicionarse en la escena política nacional en muy poco tiempo.
La agrupación autodenominada La Cámpora surgió como el brazo joven del Gobierno; en un principio, con un posicionamiento casi invisible, pero tomó fuerza con la desaparición física del ex presidente Néstor Kirchner, y llegó a su apogeo con la designación del viceministro de Economía, Axel Kicillof, convirtiéndose en la mano derecha y principal sostén de las políticas presidenciales. En los últimos meses se transformó en el máximo proveedor de funcio-narios a la gestión de Cristina Fernández.
La Cámpora llegó al modelo kirchnerista para quedarse, y cuenta con el aval de la Presidenta, que cuando tiene que optar entre un funcionario de militancia política y un militante de la agrupación liderada por su hijo, no hay opción, se inclina por este último.
Las críticas desde dentro del Gobierno hacia la agrupación juvenil son tan duras como las que realiza la oposición. Se cuestiona que colocan funcionarios sin los pergaminos necesarios para ocupar los cargos. En las últimas semanas fueron blancos de ataques por el avance en el sector estudiantil de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y las provincias de Santa Fe, Córdoba y Santa Cruz, distritos todos ellos gobernados por políticos no alineados con el Gobierno nacional.
Pero corresponde preguntarse qué es lo que se critica, y quiénes realizan las críticas. Por un lado, los funcionarios del Gobierno, que lo hacen por lo bajo, y en algún sentido resulta lógico, porque ven amenazados sus cargos y tienen miedo de ser reemplazados. Los opositores, en su mayoría, ocupan un puesto legislativo o son funcionarios de gobiernos provinciales. El interrogante que deberíamos formularnos, a modo de reflexión, es simple: ¿Si soy de la oposición y cobro sueldo del Estado, está bien, soy bueno y puedo criticar; pero si los que tienen el sueldo público son los de La Cámpora está mal? Lo malo sería utilizar los recursos del Estado para beneficio propio, y no ser bueno o malo por la agrupación a la que pertenezco.
Seguramente hay muchos jóvenes militantes de La Cámpora que están en la agrupación para tratar de conseguir un sueldo del Estado, pero seguramente no son todos, y no es bueno generalizar. En todos los grupos políticos hay quienes sólo buscan un beneficio económico, pero seguramente no todos son iguales.
La otra crítica que se les realiza, sin entrar a analizar el fondo de la cuestión, es la avanzada que han hecho tratando de militar políticamente dentro de las escuelas de las provincias donde no son gobierno. El hecho en sí puede ser cuestionable o no, pero lo cierto es que ningún político de los críticos milita la calle como lo hacen los jóvenes de La Cámpora. Nadie ve que ningún partido de la oposición, o el propio partido Justicialista, tenga una agrupación de jóvenes que militen con la fuerza que lo hace la agrupación kirchnerista.
La forma de hacer política, en estos últimos años cambió; muchos políticos se acostumbraron a llegar a cargos de preponderancia sin haber militado nunca en una unidad básica, o un comité, y se olvidaron de que antiguamente, para poder llegar a ocupar un puesto de importancia dentro de la estructura de un partido se comenzaba pintando paredones. Hoy, cuando aparece un grupo de jóvenes que lo hace, llama la atención, y, además, muchos sienten amenazados sus lugares de privilegio; resulta lógico que se quejen.
Sería mejor, para el bien de la democracia, que formaran sus propios grupos de jóvenes y salieran a ganar la calle, con mejores ideas, transmitiendo mensajes más inteligentes, o formando cuadros, como en las antiguas escuelas de dirigentes, fomentadas por los viejos caudillos. Las críticas en sí no contribuyen a mejorar la sociedad, sólo se quedan en eso. Si la oposición lograra, además de criticar, fomentar la formación política de los ciudadanos, seguramente tendríamos una Argentina mucho mejor, y no nos preocuparíamos por una agrupación de jóvenes militantes.
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