Acostumbrado a la absoluta paz, el pueblo se cansó de la inseguridad y salió a la calle. La reacción del intendente fue tardía. La droga se instaló en la ciudad y ahora sólo se busca curar. Hubo tiempo para prevenir, pero nunca se reconoció el problema
La mecha estaba prendida desde hace un buen tiempo, y nadie se animaba a apagarla. O, en realidad, no había voluntad de apagarla. Y un día la bomba explotó. Y el pueblo de Pila, increíblemente, marchó en reclamo de mayor seguridad. Y hasta se animó a cortar la ruta 41. Y fue a protestar a la casa del jefe comunal. Y hasta lo increpó. Hoy, con el diario del lunes, el intendente reconoce el problema. Lamentablemente, es tarde.
“Todos dicen saber quién trae la droga o la vende, pero cuando nosotros solicitamos esa información, nadie dice nada. El otro día, cuando fueron a reclamar al Palacio, no quedó nadie. Había sólo tres personas. La gente puede acercarse y brindar la información de manera informal, sin dar el nombre. La idea es ayudarnos mutuamente, no solamente entre el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, sino entre la población toda”, señaló Walker ante la prensa.
“Es la forma de ayudarnos entre todos, para que este pueblo, que era muy familiar y sin agresividad, del cual ya no puedo decir lo mismo, porque en este último tiempo no ha sido muy familiar y ha sido muy agresivo, vuelva a la normalidad, a lo que era y a lo que queremos que sea: ese lugar en el que se pueda habitar y vivir tranquilos, sin agredirnos entre nosotros”, agregó el jefe comunal kirchnerista.
Tres o cuatro robos durante la última noche de corso fueron la gota que rebasó el vaso; aunque en octubre se había producido un hecho mucho más violento, en el que dos ancianos fueron, además de robados, maniatados y golpeados.
El pacífico pueblo pilero dijo basta. Y decidió moverse, decidió intentar abrirle los ojos al poder político, que hasta ese entonces no reconocía los problemas. Ni el de la droga, ni el de la inseguridad. De todos modos, ya es tarde.
Los jóvenes de Pila de entre 14 y 18 años no superan los 500 y van todos a la misma (es la única) escuela secundaria. Los que no estudian son menos de 200. Los accesos a Pila son tres: el de la ruta 41, el del camino a Chascomús y el de la ruta 57. Y según cifras del Ministerio de Seguridad hay un policía cada 40 personas. No se podía fallar. La droga no tendría que haber entrado en el pueblo. La delincuencia producto del consumo de droga no tendría que existir, pero existe.
El padre Ezequiel Piccioni, oriundo de la vecina General Belgrano, llegó a Pila hace un par de años. A su arribo se encontró con una realidad que no imaginaba. Claro, no esperaba toparse con el flagelo de la droga. “Aunque parezca mentira, en Pila hay dro-ga, y hay bastante”, señaló el joven sacerdote, que desde agosto del año pasado se puso al frente de “Pila en red”, un grupo de gen-te que, entre otras cosas, intenta darles una mano a los pibes que tienen problemas de adicciones.
“En Pila, como en tantos otros municipios, no se hablaba de la droga. Es una realidad que todavía se niega”, agregó el ahora titular de la parroquia local, quien se muestra contento con la reacción del Ejecutivo municipal, a pesar de que su tono de voz, aunque no lo diga, indica que, lamen-tablemente, es tarde; que había que reaccionar antes; que la droga ya está en el pueblo; y que la delincuencia, producto de la droga, es una realidad.
“Las complicaciones que generan estos chicos pasan por la asistencia social, que va en un todo, no sólo en la prevención que nosotros podamos hacer. La gente está enojada por la asistencia social con la que cuentan estos jóvenes. Cada municipio da, por ejemplo, viviendas, alimentos y ayuda a todo el mundo. No puede segregar a un determinado sector o a una determinada clase social. La gente se enoja porque esta gente no trabaja y recibe asistencia”, reconoció el comisario Leonardo Salinas.
Agregó, casi a modo de vocero del municipio, que “nos falta esa contención que es la que estamos tratando de armar ahora, por ejemplo, a partir del Foro de Seguridad y con un grupo de gente que está tratando de interlazarse interdisciplinariamente con el hospital, a través de la municipalidad, asistentes sociales, médicos y psicólogos, y formar una mesa donde podamos evaluar la situación. La idea es que también participe la Policía”.
Ni el municipio, ni la Policía, ni nadie conforman a los ofuscados vecinos, que, acostumbrados a una realidad distinta, de suma tranquilidad, quieren que alguien se haga cargo. “Hay muchas personas e instituciones que tendrían que estar abocadas a esta problemática y no lo hacen. Tuvo que intervenir el cura y llevar a uno de estos chicos a recuperación. Estamos por el camino equivocado, y es muy preocupante. La gente está enojada”, señaló una de las vecinas que participaron de la movilización a la ruta.
Desde la oposición también dan por seguro que la asistencia para contener no existe. “Se trabaja solamente para la obtención de votos. El que es amigo del intendente es el que recibe las cosas. No vemos que se trabaje seriamente con estadísticas y asistentes sociales, por ejemplo. No van a la escuela secundaria a hablar sobre la droga. No se previene. Se actúa cuando la enfermedad ya está instalada. Acá nos conocemos todos, somos muy poquitos. Se puede trabajar con facilidad, pero se niega la realidad”, enfatizó el concejal massista Andrés Daley.
En tanto, desde el municipio, o más bien desde el oficialismo deliberativo, la esposa del jefe comunal, la edil Esther Esponda, motivo por el que se quejan los vecinos y ediles contrarios, prefirió tirar la pelota afuera y atacar, aunque sin agravios, a quienes protestan y le pegan al Ejecutivo.
“Es evidente ver en estos días por distintas redes sociales manifestaciones de malestar por los hechos ocurridos en esta sociedad pilera. También es evidente leer cómo hombres y mujeres de toda clase y condición social aprovechan y critican de una forma malsana y persistente a quienes ellos creen que son responsables de que estos he-chos ocurran y no salgan a la luz”, señaló la mujer de Walker, e hizo hincapié en que “todos sabemos que las leyes mucho no nos ayudan, y tal vez haya que cambiarlas”.
Agregó: “Muchas veces exigimos respon-sabilidades a políticos y uniformados y nos olvidamos que nosotros somos responsables absolutos de nuestros propios actos, sólo que buscamos al que ‘nos justifique y respalde’, según el momento y la situación”.
Por supuesto, las palabras de Esponda no fueron bien recibidas por la mayoría de los pobladores. Eso, al menos, se hace sentir en el apacible pueblo. Pero a esta altura, el ida y vuelta verbal no importa demasiado a los vecinos. Ellos quieren vivir seguros y tranquilos, como antes. Quieren dormir con la ventana abierta y dejar la bicicleta sin candado, como antes. Quieren que sus chicos jueguen en la vereda y en la plaza, como antes.
“Después de las movilizaciones y reclamos se ve un poco más de efectivos policiales en las calles céntricas”, reconoció otra vecina, aunque añadió que es lo único, que “no se ven otros cambios”. “No veo un compromiso real de las autoridades. No hay que esperar que pasen cosas más graves. Sería lamentable que pasara. Y si la cosa sigue así, van a pasar. Y ahí será todavía mucho más tarde de lo que es ahora”, completó.
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