Se juntaron para empezar a fabricar bolsas bordadas, aunque algu
nas no sabían ni enhebrar una aguja. Recibieron el reconocimiento
del Ministerio de Desarrollo Productivo de la Nación. Contra la dis
criminación, solidaridad.
Comenzaron para Navidad, haciendo bolsas de tela bordadas. Vendie
ron todo lo producido y ahora esperan la llegada de una máquina in
dustrial y una bordadora para continuar con la producción. Son las
integrantes de Lavanda, la cooperativa de chicas transgénero de Dolo
res que busca, de esta manera, superar las dificultades de inserción
laboral que su condición tantas veces impone.
Jorgelina Martínez no deja de reír mientras cuenta de qué manera fue
convocando a unas amigas. Ya había estado trabajando con el tema
del cupo trans y cuando Celia Lorete, una dirigente sindical local, le
propuso armar la cooperativa, inmediatamente dijo que sí.
A su experiencia como costurera sumaron dos modistas profesionales,
Malvina Esperatti y Cecilia Camarena, que además de su conocimien
to del oficio aportaron las máquinas con las que se cosen y bordan las
bolsas.
Se presentaron en el Programa Potenciar Joven del Ministerio de Desa
rrollo Productivo de la Nación, destinado a apoyar micro emprendimien
tos y consiguieron las máquinas y algunos insumos para continuar su
tarea. Hoy, el Ministerio da cuenta en su sitio web de esta historia como
ejemplo de lucha contra la discriminación.
Mientras esperan que llegue una máquina industrial para retomar la ac
tividad, se manejan con las máquinas de las modistas y una overlock
que le prestó la gente del club Ever Ready, del taller de costura de la
comparsa Sheg Yenú.
Ahora, en las reuniones de los miércoles, aunque no supieran enhebrar
una aguja están aprendiendo a cortar, a manejar las máquinas y a empe
zar a moverse en este oficio. Los planes implican seguir haciendo bolsas,
incluyendo también bolsas para packaging en los comercios.
Todas arrastran historias de dolor y de discriminación, aunque Jorgelina
cuente todo con un sentido del humor envidiable. Geraldine, que se su
ma a la charla poco después, relata que tuvo que dejar el secundario por
que no podía con las agresiones de sus compañeros. Ahora, se transfor
mó en la primera jugadora de fútbol trans de Dolores, que revista en las
filas del club Sarmiento.
Una tras otra vienen las historias de las otras chicas, algunas expulsadas
de sus casas, otras sin trabajo, varias sin escolaridad. Jorgelina dice que
“en mi caso fue más fácil”, porque contó con la aceptación de su familia.
“Siempre supe que me iba a costar conseguir trabajo así que siempre
busqué armarme el mío propio”, señala.
Relata que comenzó a trabajar a los 13 años, por la temporada, en la
distribuidora de alimentos de un familiar, pero debió irse por la discri
minación de los otros compañeros. Así que, viendo coser a una tía, en
contró su oficio allí. La gente del barrio comenzó a traerle costuras, fa
bricó peluches y los rifó, hizo mochilas y souvenirs, entre otros rebus
ques que fue encontrando.
“A mí todo me costó el triple pero cuando lo logré, lo disfruté por cinco”
, confiesa. Un cierre que es toda una declaración de principios y un
buen augurio para los próximos tiempos.
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