Afganistán otra vez es noticia. La caída del gobierno en Kabul ante
el avance del movimiento Talibán era inevitable. Estados Unidos,
que ocupó el país durante dos décadas, se desligó de sus respon
sabilidades.
Era cuestión de tiempo. Podían ser semanas o unos pocos meses. Tal
vez, según la situación en el terreno, casi un año. Pero el movimiento
Talibán rompió cualquier pronóstico y, con un avance militar y de con
quista imparables, tardó solo unos días en rodear Kabul, la capital de
Afganistán, y forzar la renuncia del presidente Ashraf Ghani, que el
domingo abandonó el país sin pena ni gloria.
¿Cómo desentrañar a Afganistán, esa nación multiétnica, amurallada
por montañas inexpugnables, que a lo largo de su historia vio, una y
otra vez, caer a imperios temerarios que quisieron controlar sus
tierras? ¿Cómo explicar que los talibanes, considerados hasta hace
pocos meses como los “Grandes Maestros del Terror Islamista”,
ahora volvieron al poder después de 20 años de ocupación militar
estadounidense e intentos truncados de imponer un gobierno nacio
nal, conformado por afganos y afganas que se comportaron como
simples administradores de Washington y funcionales a los denomi
nados Señores de la Guerra?
Conocer la realidad afgana no es tarea fácil. Algunas reflexiones e hipó
tesis pueden servir para entender qué sucede en ese país que, según
cuenta la leyenda, Dios creó a último momento, lanzando las sobras de
su mundo inmaculado que, desde su cruel pureza, auguraba perfecto.
–El movimiento Talibán obtuvo un último triunfo militar casi sin comba
tir. Luego de que las tropas estadounidenses se retiraran del país, tardó
muy pocas semanas en conquistar todas las provincias ante la huida
del ejército nacional, armado, entrenado y financiado por la Casa Blanca
. Los talibanes nunca fueron derrotados. Desde las montañas de Tora
Bora –donde Osama Bin Laden fundó una imagen terrorífica para algu
nos y mística para otros-, las unidades de yihadistas se encargaron de
asediar hasta el cansancio a las tropas extranjeras. Cuando Estados
Unidos y sus aliados de la OTAN invadieron el territorio en 2001, la
“victoria de Occidente” sobre los “bárbaros islamistas” fue transmi
tida a nivel mundial. Cuando se apagaron las luces de los estudios
de televisión, en Afganistán comenzaba una resistencia armada que
volvió loco al ejército estadounidense. La salida urgente de las tro
pas extranjeras de Afganistán demuestran que Estados Unidos no
pudo triunfar en el terreno o todavía más inquietante: nunca tuvo el
interés real de derrotar a los seguidores del misterioso Mulá Omar.
-En estas dos décadas, los talibanes continuaron con una tarea a la
que casi nadie prestó atención: la formación islámica de jóvenes en
madrasas tanto del país como de Pakistán, una nación que siempre
funcionó como su gran retaguardia. Pregonando una concepción
ortodoxa, conservadora y ultrarradical del Islam –que en algunos
aspectos se puede comparar con la del Estado Islámico, Al Qaeda
o las que profesan monarquías como Qatar o Arabia Saudita-, los
talibanes siempre tuvieron la capacidad para transmitir sus ideas
a los sectores más humildes y postergados del país. Mientras en
Kabul se iniciaba el “Gran Festejo de Derroche de Dólares de los
Contribuyentes Estadounidenses”, y los sucesivos gobiernos ingre
saban en un espiral de corrupción y distribución autoritaria de dádi
vas, el movimiento Talibán se recostó en donde estuvieron sus orí
genes. Desde ese lugar –como lo hicieron 20 años atrás-, reconstru
yeron una ideología impregnada en las más oscuras interpretacio
nes del Islam que, vaya casualidad, siempre tienen puntos de con
tacto con las más feroces políticas capitalistas.
-Fueron socios antes y ahora también. En el medio, dos décadas de
muertes, bombardeos y destrucción sistemática de una nación. El
establishment político y financiero de Estados Unidos y el movimiento
Talibán tienen hondas diferencias, pero también algunas coinciden
cias inquietantes. Cuando los talibanes eran gobierno en la década de
1990 -y antes de convertirse en hombres malos, muy malos, malísimos-,
la Casa Blanca negociaba de forma desesperada las concesiones para
construir los gasoductos que cruzan al país. Otro de los interesados
en este business era el empresario argentino Carlos Bulgheroni, que
viajaba con frecuencia a territorio afgano para reunirse con los jefes
talibanes. Ni el movimiento Talibán de ese entonces ni el de ahora re
chaza al sistema económico actual. Ni reforma agraria ni tampoco dis
tribución de la riqueza. El contrabando, el cobro ilegal de impuestos
en las fronteras y el poderoso tráfico de opio fueron las fuentes de
riqueza de los ahora flamantes gobernantes afganos.
-Afganistán fue un negocio redondo para el complejo militar-industrial
de Estados Unidos. Y también generó beneficios extraordinarios para
los “contratistas” a través de “negocios colaterales”. Seguridad priva
da, reconstrucción, ONG, suministros y un largo etcétera que Washing
ton viene impulsando desde la administración de George W. Bush. Ya
sea la compañía Halliburton –con Dick Cheney a la cabeza- o la temible
empresa de seguridad Blackwater (ahora Academy), se convirtieron en
las verdaderas ganadoras de la invasión. En 2003, este sistema de ex
plotación fue perfeccionado en Irak. Es bueno tener en claro que, des
de la Casa Blanca, cuando se ordena la invasión abierta de un país, un
tiempo antes, ya están listos los contratos para firmar y los negocios
bien despejados para concretarlos. Afganistán no fue una excepción.
En esta telaraña, ¿fue importante “estabilizar” Afganistán? Para nada.
La prioridad era justificar la invasión para que las fuerzas más reaccio
narias de la clase política estadounidense (con Cheney y Donald Rums
feld como impulsores) llevaran adelante su política de capitalismo bru
tal. Aunque Estados Unidos no descarta financiar golpes de Estado,
imponer presidentes o dictadores, también apuesta al caos como po
lítica de expansión y control territorial.
-Ni a Estados Unidos ni a Rusia ni a China parece importarle demasiado
que los talibanes retornen al poder. Unas semanas antes de la caída de
Kabul, los dirigentes de la organización fueron recibidos como Jefes de
Estado en China y Rusia. Los gobiernos de Beijín y Moscú les asegura
ron que si “sus intereses” en el país eran respetados, iban a colaborar
para un futuro gobierno. Desde ese bloque, el movimiento Talibán tuvo
un espaldarazo para el golpe final contra el endeble gobierno afgano. El
presidente de Estados Unidos, Joe Biden, con su catarata de excusas,
funcionó de una forma similar. “Nuestra misión en Afganistán nunca fue
construir una democracia, sino prevenir el terrorismo en nuestro país.
Les hemos dado todas las oportunidades de determinar su propio país,
pero no podemos darles la voluntad de luchar por ese futuro”, dijo ayer
el mandatario. Las dos palabras más utilizadas por Washington para
justificar la invasión a Afganistán fueron precisamente “democracia”
y “libertad”. Pero ahora, Biden las borró en unos pocos segundos.
En estos últimos 20 años, el movimiento Talibán desarrolló una capa
cidad diplomática que durante su primer gobierno estaba ausente. En
dos décadas, los talibanes no solo combatieron –al mismo tiempo que
eran mostrados por Occidente como “barbudos fanáticos”-, sino que
entendieron que las relaciones internacionales eran de suma importan
cia para sus planes. El recibimiento en China y Rusia lo confirma. En
varias declaraciones, portavoces o jefes talibanes ya anunciaron su dis
posición de negociar y tender puentes con quienes respeten sus políti
cas en el renacido Emirato Islámico. Y si la danza de los negocios fluye
sin demasiados percances, no será un problema.
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