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miércoles, 18 de agosto de 2021

Talibanes: ¿20 años no es nada?

 





Afganistán otra vez es noticia. La caída del gobierno en Kabul ante 

el avance del movimiento Talibán era inevitable. Estados Unidos, 

que ocupó el país durante dos décadas, se desligó de sus respon

sabilidades.


Era cuestión de tiempo. Podían ser semanas o unos pocos meses. Tal 

vez, según la situación en el terreno, casi un año. Pero el movimiento

 Talibán rompió cualquier pronóstico y, con un avance militar y de con

quista imparables, tardó solo unos días en rodear Kabul, la capital de

 Afganistán, y forzar la renuncia del presidente Ashraf Ghani, que el 

domingo abandonó el país sin pena ni gloria.

¿Cómo desentrañar a Afganistán, esa nación multiétnica, amurallada

 por montañas inexpugnables, que a lo largo de su historia vio, una y

 otra vez, caer a imperios temerarios que quisieron controlar sus

 tierras? ¿Cómo explicar que los talibanes, considerados hasta hace

 pocos meses como los “Grandes Maestros del Terror Islamista”, 

ahora volvieron al poder después de 20 años de ocupación militar 

estadounidense e intentos truncados de imponer un gobierno nacio

nal, conformado por afganos y afganas que se comportaron como 

simples administradores de Washington y funcionales a los denomi

nados Señores de la Guerra?

Conocer la realidad afgana no es tarea fácil. Algunas reflexiones e hipó

tesis pueden servir para entender qué sucede en ese país que, según 

cuenta la leyenda, Dios creó a último momento, lanzando las sobras de

 su mundo inmaculado que, desde su cruel pureza, auguraba perfecto.

El movimiento Talibán obtuvo un último triunfo militar casi sin comba

tir. Luego de que las tropas estadounidenses se retiraran del país, tardó

 muy pocas semanas en conquistar todas las provincias ante la huida 

del ejército nacional, armado, entrenado y financiado por la Casa Blanca

. Los talibanes nunca fueron derrotados. Desde las montañas de Tora 

Bora –donde Osama Bin Laden fundó una imagen terrorífica para algu

nos y mística para otros-, las unidades de yihadistas se encargaron de 

asediar hasta el cansancio a las tropas extranjeras. Cuando Estados 

Unidos y sus aliados de la OTAN invadieron el territorio en 2001, la

 “victoria de Occidente” sobre los “bárbaros islamistas” fue transmi

tida a nivel mundial. Cuando se apagaron las luces de los estudios

 de televisión, en Afganistán comenzaba una resistencia armada que

 volvió loco al ejército estadounidense. La salida urgente de las tro

pas extranjeras de Afganistán demuestran que Estados Unidos no 

pudo triunfar en el terreno o todavía más inquietante: nunca tuvo el 

interés real de derrotar a los seguidores del misterioso Mulá Omar.

-En estas dos décadas, los talibanes continuaron con una tarea a la 

que casi nadie prestó atención: la formación islámica de jóvenes en

 madrasas tanto del país como de Pakistán, una nación que siempre

 funcionó como su gran retaguardia. Pregonando una concepción

 ortodoxa, conservadora y ultrarradical del Islam –que en algunos

 aspectos se puede comparar con la del Estado Islámico, Al Qaeda

 o las que profesan monarquías como Qatar o Arabia Saudita-, los

 talibanes siempre tuvieron la capacidad para transmitir sus ideas 

a los sectores más humildes y postergados del país. Mientras en 

Kabul se iniciaba el “Gran Festejo de Derroche de Dólares de los 

Contribuyentes Estadounidenses”, y los sucesivos gobiernos ingre

saban en un espiral de corrupción y distribución autoritaria de dádi

vas, el movimiento Talibán se recostó en donde estuvieron sus orí

genes. Desde ese lugar –como lo hicieron 20 años atrás-, reconstru

yeron una ideología impregnada en las más oscuras interpretacio

nes del Islam que, vaya casualidad, siempre tienen puntos de con

tacto con las más feroces políticas capitalistas.

-Fueron socios antes y ahora también. En el medio, dos décadas de

 muertes, bombardeos y destrucción sistemática de una nación. El 

establishment político y financiero de Estados Unidos y el movimiento

 Talibán tienen hondas diferencias, pero también algunas coinciden

cias inquietantes. Cuando los talibanes eran gobierno en la década de 

1990 -y antes de convertirse en hombres malos, muy malos, malísimos-, 

la Casa Blanca negociaba de forma desesperada las concesiones para 

construir los gasoductos que cruzan al país. Otro de los interesados

 en este business era el empresario argentino Carlos Bulgheroni, que

 viajaba con frecuencia a territorio afgano para reunirse con los jefes 

talibanes. Ni el movimiento Talibán de ese entonces ni el de ahora re

chaza al sistema económico actual. Ni reforma agraria ni tampoco dis

tribución de la riqueza. El contrabando, el cobro ilegal de impuestos 

en las fronteras y el poderoso tráfico de opio fueron las fuentes de 

riqueza de los ahora flamantes gobernantes afganos.

-Afganistán fue un negocio redondo para el complejo militar-industrial 

de Estados Unidos. Y también generó beneficios extraordinarios para

 los “contratistas” a través de “negocios colaterales”. Seguridad priva

da, reconstrucción, ONG, suministros y un largo etcétera que Washing

ton viene impulsando desde la administración de George W. Bush. Ya 

sea la compañía Halliburton –con Dick Cheney a la cabeza- o la temible

 empresa de seguridad Blackwater (ahora Academy), se convirtieron en

 las verdaderas ganadoras de la invasión. En 2003, este sistema de ex

plotación fue perfeccionado en Irak. Es bueno tener en claro que, des

de la Casa Blanca, cuando se ordena la invasión abierta de un país, un

 tiempo antes, ya están listos los contratos para firmar y los negocios

 bien despejados para concretarlos. Afganistán no fue una excepción.

 En esta telaraña, ¿fue importante “estabilizar” Afganistán? Para nada.

 La prioridad era justificar la invasión para que las fuerzas más reaccio

narias de la clase política estadounidense (con Cheney y Donald Rums

feld como impulsores) llevaran adelante su política de capitalismo bru

tal. Aunque Estados Unidos no descarta financiar golpes de Estado,

 imponer presidentes o dictadores, también apuesta al caos como po

lítica de expansión y control territorial.

-Ni a Estados Unidos ni a Rusia ni a China parece importarle demasiado 

que los talibanes retornen al poder. Unas semanas antes de la caída de

 Kabul, los dirigentes de la organización fueron recibidos como Jefes de 

Estado en China y Rusia. Los gobiernos de Beijín y Moscú les asegura

ron que si “sus intereses” en el país eran respetados, iban a colaborar 

para un futuro gobierno. Desde ese bloque, el movimiento Talibán tuvo 

un espaldarazo para el golpe final contra el endeble gobierno afgano. El

 presidente de Estados Unidos, Joe Biden, con su catarata de excusas, 

funcionó de una forma similar. “Nuestra misión en Afganistán nunca fue

 construir una democracia, sino prevenir el terrorismo en nuestro país.

 Les hemos dado todas las oportunidades de determinar su propio país,

 pero no podemos darles la voluntad de luchar por ese futuro”, dijo ayer

 el mandatario. Las dos palabras más utilizadas por Washington para

 justificar la invasión a Afganistán fueron precisamente “democracia”

 y “libertad”. Pero ahora, Biden las borró en unos pocos segundos.

En estos últimos 20 años, el movimiento Talibán desarrolló una capa

cidad diplomática que durante su primer gobierno estaba ausente. En

 dos décadas, los talibanes no solo combatieron –al mismo tiempo que

 eran mostrados por Occidente como “barbudos fanáticos”-, sino que 

entendieron que las relaciones internacionales eran de suma importan

cia para sus planes. El recibimiento en China y Rusia lo confirma. En 

varias declaraciones, portavoces o jefes talibanes ya anunciaron su dis

posición de negociar y tender puentes con quienes respeten sus políti

cas en el renacido Emirato Islámico. Y si la danza de los negocios fluye

 sin demasiados percances, no será un problema.


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