Muchas veces tratamos de excusar a los comunicadores que se prestan a cumplir las misiones sucias de algunos empresarios de medios. La verdad es que es hora de terminar con la hipocresía. Cuando Joaquín Morales Solá anticipó un muerto que nunca existió, ni La Nación ni Canal 13 le llamaron la atención por semejante brulote. Y seguramente Morales Solá no necesitaba que le escribieran el libreto porque había hecho una relación estrecha con los genocidas desde que conoció al general José Villarreal en Tucumán y éste lo recomendó a Clarín. Pero Mariel Fitz Patrick, la entrevistadora de Schoklender, no tuvo ninguna relación con los criminales de la dictadura. Es más, hasta hace muy poco, colaboró con Miradas al Sur, editando artículos en la sección Política. Eso sí, su firma nunca apareció en nuestro medio, posiblemente porque ella no quería entrar en conflicto con sus empleadores de Editorial Perfil. No hay que pensar que Fontevecchia le acercó un papelito a Fitz Patrick sugiriéndole que convenía armar una intriga sobre las consecuencias de hablar con Noticias. Tampoco hay que creer que esta mujer desconoce lo que pasó en Argentina. Quizás, cambiándole sólo una letra de lugar a Marshall McLuhan cuando decía que el medio es el mensaje, en este caso el miedo es el mensaje. Los periodistas que ofician de mensajeros de esos intereses editoriales se amoldan, como el agua, al recipiente que los contiene. Hay que aceptar que muchos creen que el objetivo de la vida es ganarse la confianza de quienes ponen la línea editorial. Pero, más importante que eso, es reconocer que los parámetros morales y éticos son muy distintos entre personas distintas. Y es lógico que a muchas personas no les interese un comino cómo le va a afectar a las Madres esta campaña insidiosa. Sería bueno que algunos de los periodistas que se tomaron la molestia de ser boy o girl scouts de esta campaña sucia se detengan a mirar las fotos de Hebe de Bonafini de antes del 27 de mayo y las de la actualidad. La fecha propuesta es porque ahí empezó a brotar la cloaca. De paso, si tienen tiempo, sería conveniente que se detengan a mirar las fotos de Jorge Omar y Raúl Alfredo Bonafini, los hijos desaparecidos de Hebe.
Si pasan por esta prueba, podrían ir algún día los jueves a la Marcha de la Plaza de las tres de la tarde.
En la edición impresa de Perfil del sábado, en la página 4 un periodista que firma como E.S. plantea que “la periodista Mariel Fitz Patrick se enfrentó a Schoklender”, cosa que no se nota de ninguna manera (y no se trata de una confusión a la hora de editar, como supuestamente fue en La Nación con Mariano Obarrio y sus títulos en franco desacuerdo con el texto de la nota). Pero, unas líneas después, la indignación abre todas las heridas cuando la propia Fitz Patrick relata los pedidos de Sergio Schoklender para dar el sí a la entrevista: “…aceptaba la nota con la condición de que no haya opiniones y que no se interpretaran sus declaraciones”. Y no se hizo, por supuesto. La pregunta que abre esta nota y remató la de Fitz Patrick: “¿Teme las consecuencias de lo que le dijo a esta revista?” no es una opinión. Más bien parece una declaración de esos extraños principios morales a los que acostumbran el presidente del Grupo Perfil, Jorge Fontevecchia, y sus periodistas funcionales.
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