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domingo, 4 de diciembre de 2011

“Quien dice unión económica, dice unión política”

Eduardo Anguita
La Argentina se prepara para un nuevo mandato presidencial donde se votó mayoritariamente la continuidad del signo político de los últimos ocho años. El proceso iniciado en mayo de 2003 fue el inicio de un camino sostenido para desprenderse de modo contundente de la tutela de los organismos financieros internacionales y de los banqueros locales. Baste recordar que el fin de los días de Fernando de la Rúa, de los cuales se cumplirá una década en apenas 15 días, sumió al país en la peor crisis al menos desde la recuperación del derecho al voto y a la vigencia de la Constitución. Quienes en ese momento componían el elenco gubernamental, de modo mayoritario, eran hombres de las finanzas. En efecto, desde el jefe de Gabinete Christian Colombo hasta el jefe de la Side Fernando de Santibáñez, pasando por el ideólogo del Megacanje y el Corralito, Domingo Cavallo. Hoy, cuando muchos medios opositores hacen el juego de intrigas para ver quiénes serán los relevos ministeriales, omiten ponderar que las decisiones de la Presidenta no estarán tamizadas por los aprietes del FMI y las conveniencias de los lobbies bancarios o corporativos. Este es el cambio sustantivo: la política como herramienta de la representación popular y no como abordaje del aparato del Estado por parte del poder económico.
Hubiera sido imposible este escenario argentino sin un cambio de signo en la conciencia política del pueblo y en sus valores identitarios. Tampoco hubiera sido posible el crecimiento económico con inclusión social y creación de trabajo sin una transformación en la región. La reciente reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) es la cristalización de un proceso que lleva no menos de una década. Tuvo hitos distintivos, como el triunfo de Lula que le permitió ocupar la presidencia de Brasil el 1º de enero de 2003 y que mantiene la continuidad del Partido de los Trabajadores a través del mandato de Dilma Rousseff. Otro hito decisivo de este proceso regional fue la conjuración del golpe de Estado contra Hugo Chávez perpetrado en abril de 2002 e impulsado por Fedecámaras, la central empresarial venezolana. Pocos recuerdan que cuando un grupo de militares entreguistas tomó prisionero a Chávez lo llevó a Fuerte Tiuna, precisamente el lugar donde se realizaron las sesiones de los mandatarios de la Celac durante el viernes y el sábado. Hace casi 10 años, el presidente venezolano salvó su vida por la firme reacción popular que, en 48 horas, logró que el Bolivariano volviera al gobierno. Esta vez, un Chávez calvo por efecto del tratamiento oncológico está luchando contra la biología. Las limitaciones médicas no le impidieron ser el anfitrión de un encuentro extraordinario que, entre otras cosas, significa el regreso de Cuba a un espacio de integración. Cabe recordar que hace pocos meses, en agosto, se cumplieron 50 años de la reunión de Punta del Este de la Organización de Estados Americanos que echó a Cuba de ese espacio continental. Una reunión que tuvo como gran protagonista a Ernesto Guevara y que resultó una vergüenza para el espíritu de soberanía e independencia de las naciones latinoamericanas que se plegaron al mandato de la Casa Blanca, que con la excusa de la Guerra Fría disciplinaba pueblos para mantener el poderío neocolonial. El comandante Guevara, medio siglo atrás, citaba al gran latinoamericano José Martí, quien 70 años antes, a su vez, había escrito: “Quien dice unión económica, dice unión política. El pueblo que compra manda, el pueblo que vende sirve; hay que equilibrar el comercio para asegurar la libertad; el pueblo que quiere morir, vende a un solo pueblo, y el que quiere salvarse vende a más de uno. El influjo excesivo de un país en el comercio de otro se convierte en influjo político. La política es obra de los hombres, que rinde sus sentimientos. Cuando un pueblo fuerte da de comer a otro se hace servir de él. Cuando un pueblo fuerte quiere dar batalla a otro, compele a la alianza y al servicio a los que necesitan de él. El pueblo que quiere ser libre, sea libre en negocios. Distribuya sus negocios entre otros países igualmente fuertes”.
Esto significa que los 33 mandatarios de naciones del sur del Río Bravo no estaban solos. Además de la gigantografía con la imagen de Simón Bolívar que ponía sus ojos sobre los discursos presidenciales, estaban los deseos y la claridad con la que Martí había aclarado 120 años atrás de qué se trata la integración de pueblos hermanos.
Los ojos de Bolívar estaban acompañados de la mirada venenosa de muchos medios coloniales que cubrían esta reunión fundacional. El diario español El País, tan preocupado por el retroceso de las acciones de los bancos de su país, destacó que “Chávez no logró que la Celac reemplace a la OEA”. La enviada de ese diario a Caracas empezó su artículo de ayer con una afirmación que es a la vez muestra de cinismo y advertencia a las multinacionales y sus políticos afiliados: “En América latina y el Caribe la crisis económica de Estados Unidos y Europa ha unido lo que la política había separado durante los últimos 200 años”. Habría que agregar: una política diseñada en las capitales de los países centrales, y ejecutada desde sus embajadas en sintonía con las oligarquías locales.
Este Chávez, que sienta a su canciller Nicolás Maduro a su lado porque sabe que necesita preparar la transición, es el mismo Chávez que pasó todo el lunes junto a su par colombiano Juan Manuel Santos sellando acuerdos comerciales y de integración de ambas naciones. Es el mismo que recibió a Cristina Fernández con un cuadro de Néstor Kirchner hecho por él mismo. Es el mismo que consolidó la relación con Brasil, con Ecuador, Perú, Bolivia y tantos otros países.
En contraposición a esta reunión inaugural de un espacio plural y soberano, el próximo viernes, en Bruselas, sede de la Comunidad Económica Europea, los mandatarios de las 17 naciones de la Eurozona esperan con temor para ver si pueden salvar la moneda común que no sabe cómo llegará a cumplir sus primeros 12 años de vida el próximo 1º de enero. En un clima de velorio anunciado, Angela Merkel se presentó de riguroso negro en el Parlamento alemán, para leer un discurso plagado de convocatorias al sacrificio, de referencias a la crisis de confianza, a la promesa de que no saldrán con golpes de efecto sino a lo largo de muchos años. Al final, la canciller volvió a vincular el futuro del euro “con el futuro de Europa”. En fin, lo que sugiere Merkel es que el resto de las naciones asociadas deberán acatar las recetas fiscales de la derecha y los bancos germanos.
Muchos europeos no creen en las recetas de los bancos que ven caer la cotización de sus acciones bursátiles. Quizá sea momento de que algún editor audaz quiera invertir en traductores para que lleven los textos de José Martí al griego, al portugués, al italiano, al francés o al alemán.
Latinoamérica en cifras. La Celac agrupa a 33 naciones con un total de 550 millones de habitantes. Unos 200 millones se entienden en portugués, el resto, salvo algunas ex colonias francesas e inglesas, hablan castellano. Brasil no sólo es la nación más extensa y más poblada sino que constituye la primer economía con un PIB (estimado de 2011) de 2.293 billones (millónes de millones). Es la séptima economía del mundo y, además de un lugar en el G-20, Brasil está asociado a Rusia, India, China y Sudáfrica en el llamado Brics. La segunda economía es la de México, tiene 112 millones de habitantes y un PIB de 1.658 billones de dólares. Es la 11ª economía del mundo y desde 1994 integra una zona de libre comercio (el Nafta) junto a Estados Unidos y Canadá, diseñada a la medida de los intereses de las multinacionales.
Argentina es el tercer país en importancia, con un PIB de 688 mil millones de dólares. Argentina es el otro país de la región que tiene un lugar en el G-20 y, por su PIB, está ubicada en la posición 22ª en el nivel mundial. Luego, en orden de importancia, está Colombia, con un PIB de 460 mil millones de dólares. El giro copernicano de la política exterior colombiana desde la asunción de Juan Manuel Santos es uno de los datos más significativos de la región: de ser discípula de Estados Unidos –sujeta al Plan Colombia por años– a integrar y presidir –hasta fin de este año– la Unasur (Unión de Naciones Suramericanas). El buen entendimiento entre Brasil y Argentina, cimentado en estos ocho años, es uno de los elementos que apuntalan el acercamiento de Colombia a estos espacios plurales y soberanos. En sentido opuesto, deben señalarse las dificultades de México, que absorbe la crisis de los países centrales desde 2008 sin barreras de ningún tipo.
Es muy interesante detenerse a leer el informe que la secretaria general de la Cepal, la mexicana Alicia Bárcena, dio la semana pasada en Santiago de Chile sobre la evolución de las variables socioeconómicas de la región. De acuerdo con el organismo dependiente de las Naciones Unidas, entre 1990 y 2010, la tasa de pobreza en América latina se redujo 17 puntos (de 48,4 % a 31,4 % ), mientras que la de indigencia bajó 10,3 puntos (de 22,6 % a 12,3 %), por lo que ambos indicadores se sitúan en su nivel más bajo de los últimos 20 años.
Bárcena estima que a fin de este año la tasa de pobreza caerá a 30,4% y la de indigencia subiría levemente a 12,8%, básicamente por el incremento en los precios de los alimentos. Esto último es importante porque explica no sólo la necesidad de controlar los saldos exportables sino la de imponer límites al poderío político de las grandes empresas del complejo agroalimentario mundial.
Según la Cepal, la disminución de la pobreza se explica principalmente por la creación de puestos de trabajo. Lo cual va a contramano de la situación que viven las naciones del llamado Primer Mundo, cuya tasa de desocupación se incrementó de modo alarmante desde la crisis financiera de 2008.
Bárcena destacó que los mayores aumentos en la disminución de tasas de pobreza en 2009 y 2010 fueron Perú, Ecuador, Argentina, Uruguay y Colombia. En cambio, Honduras y México fueron los únicos países con incrementos relevantes en sus porcentajes de pobreza (1,7 y 1,5 puntos, respectivamente). México, por el contagio de la crisis norteamericana, por la falta de políticas activas del gobierno de Felipe Calderón y por la llamada guerra de las drogas, un complejo problema que deviene de ser patio trasero del principal mercado de consumo de estupefacientes ilegales. En cuanto a Honduras, cabe recordar que a mediados de 2009, el presidente constitucional Manuel Zelaya sufrió un golpe de Estado que fue resistido no sólo por parte del pueblo sino por el entonces presidente brasileño Lula y la presidenta argentina. Desde entonces, en un proceso amañado, el empresario Porfirio Lobo está al frente de Honduras. Sin embargo, la gran mayoría de las naciones no restableció relaciones diplomáticas y el pueblo hondureño está viviendo las consecuencias de haber sufrido algo que Latinoamérica no quiere nunca más: la tutela política y administrativa de los enviados del Pentágono o la Casa Blanca. Lo que se está viviendo ahora es un paso firme al ideario de terminar con la tutela comercial y financiera de esas potencias.

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