Recordar a Néstor Kirchner es recordar, ante todo, a un amigo, a una de esas personas que uno siempre va a guardar en la memoria porque mientras compartieron su vida con nosotros fueron generosos con su alegría, con su experiencia, con sus ilusiones. Y porque nos alentaron a ser solidarios, valientes, a levantar cabeza, a ir por nuestros sueños más queridos y más audaces; sin solemnidad, sin protocolos, con sencillez, con humildad, y hasta con la picardía propia de los hermanos mayores.
Lo conocí en los ’70, en La Plata, militamos juntos en la FURN (Federación Universitaria para la Revolución Nacional). En esa época, en La Plata nos encontramos muchos chicos del interior del país. Yo venía de militar en la JP en Gualeguaychú, y la FURN, desde sus inicios, forma parte de la Jotapé, es la herramienta que le permite entrar a la universidad, un lugar que al peronismo le había estado vedado históricamente. Eran años de militancia apasionada, de debates interminables. Desde muy jóvenes perseguíamos un sueño y eso nos hizo militantes, soñábamos con una patria igualitaria, justa, solidaria, y queríamos construirla con nuestras propias manos.
Pero entonces se vino la noche más negra, nos pasó por encima la tragedia. Mataron a miles de nuestros compañeros, a nuestros hermanos, y quedaron en hilachas aquellos sueños de una patria grande. A pesar de tan inmenso dolor, nunca dejamos de creer ni de militar en política. Ya en democracia, cada uno por su lado y de vuelta en el pago, seguimos luchando para mantener en alto las viejas banderas, aun cuando durante dos décadas de recetas y políticas neoliberales ese país imaginado en la juventud parecía estar cada vez más lejos.
Nos volvimos a encontrar en el 2000, cuando Néstor comenzó a decir en voz alta que una Argentina distinta era posible, y nos volvió a proponer un proyecto nacional. Venía, como entonces, desde el sur del mundo, con la misma determinación de ir al frente, por el camino que sus convicciones le señalaban. Era muy sólido, rápido mentalmente, con una gran capacidad de organización y un enorme coraje.
A poco a andar supo hacerse compañero de millones de argentinos. Veníamos golpeados por la basura neoliberal, confundidos; no todos tienen la claridad de darse cuenta de lo que pasa y muchos menos, la valentía de tomar la decisión de cambiar de rumbo, sabiendo que el barco –golpeado y maltrecho por tantas tormentas– se va a enfrentar a cientos de huracanes, furiosos de que alguien se interponga en su camino. Pero así era Néstor: era urgente salvar a la mayor cantidad de gente posible. La Argentina se hundía pero se podía cambiar de rumbo, y él no tuvo miedo de meterse en ese maremoto. Néstor transmitía fuertes convicciones, nada era imposible para él, contagiaba siempre un optimismo sin claudicaciones.
Pero el solo no podía, necesitaba un equipo, necesitaba dirigentes comprometidos, necesitaba militantes. Y esa fue otra de sus virtudes, porque supo transmitir y convencernos de que era posible. Con su gestualidad torpe y desgarbada, todo lo que dijo desde su primer discurso en el Congreso me pegó en el centro del pecho, hacía tanto tiempo que quería sentir orgullo por las palabras que expresara un presidente. El sueño que nos propuso mi viejo amigo era el mismo que anidaba desde siglos adentro de tantos, un sueño mínimo si se quiere –educación al alcance de todos, trabajo digno, salud, justicia–, pero tan enorme desde la perspectiva del pantano de pobreza y desesperanza en el que estábamos metidos. ¿Y cómo salimos? Salimos con política. Él logró condensar todos esos ideales con el ejercicio concreto de la política como práctica de poder.
Cuando recorríamos juntos Entre Ríos, muchos se reían porque quería ser presidente y tenía menos del 2% de intención de votos. Nadie lo conocía. Él miraba la crisis que se vivía en mi provincia y no lo podía creer, los galpones de pollos abandonados, la pobreza de las zonas rurales, y mientras viajaba soñaba cómo, siendo presidente, la cosa iba a cambiar. ¡Y cómo cambió! Sería de necios negarlo. Su primera medida como presidente fue venir a Entre Ríos a solucionar el conflicto docente: el 27 de mayo de 2003, yo estaba en Paraná, me hizo llamar para que fuera a Buenos Aires y me pidió que no dijera nada a nadie. Quería que lo acompañara, que llegara con él a la provincia. Viajamos juntos en el avión, con Daniel Filmus ya como ministro de Educación. Hacía más de tres meses que los docentes no cobraban su sueldo, ni siquiera en federales (la cuasi moneda que circulaba por entonces en Entre Ríos). Ese día no sólo empezaron las clases: iniciamos un recorrido que todavía no se detiene, que se sigue profundizando, porque él tuvo la sabiduría de unir ladrillo con ladrillo con la esperanza y las ganas de millones de vivir en un país más digno.
Néstor Kirchner restableció la autoridad institucional de la figura del presidente: después de años de circo y marionetas, nos sorprendió ver a un tipo decirle en la cara a Bush que las políticas del Consenso de Washington habían sido un fracaso para América latina, y que los organismos financieros internacionales tenían que hacerse cargo de eso. Con cada decisión que tomaba, volvía a poner a la política en el centro, como una verdadera herramienta transformadora, y eso le devolvió credibilidad. El Estado volvió a ocuparse de lo que nadie se estaba ocupando, volvió a ocupar el centro de la escena, a hacerse cargo de la educación, de la salud, de generar trabajo digno con obras históricas en todo el país, de proponer justicia y equidad, de redistribuir, y de reconstruir el tejido social que le diera una mano al que la necesitaba.
Fue Néstor el que asumió su rol como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y les dijo que él no les tenía miedo, y que quería para el país el Ejército de San Martín y de Belgrano. Fue Néstor, con la firmeza de sus convicciones, el que dinamizó y multiplicó la lucha de tantas organizaciones y personas para que finalmente se hiciera justicia, se retomaran los juicios, se llamara a cada asesino por su nombre, se volviera a hablar de la dictadura en las escuelas, de los hijos apropiados, de los genocidas sueltos, de la complicidad civil, de los negociados que todavía había –y hay– que desarmar, que denunciar. Su valentía y su decisión de tomar partido fueron movilizadoras para miles de argentinos y para mí, como para tantos compañeros que sobrevivimos al horror de la cárcel genocida, como para las Madres, Abuelas e H.I.J.O.S., fue otro abrazo cálido y esperanzador. Él me invitó a acompañarlo al Colegio Militar, el histórico día en que ordenó descolgar los cuadros de Videla y Bignone. Es una imagen imborrable en mi memoria.
Pero tal vez lo más importante de su legado sea el salto hacia adelante que significó su paso por la presidencia y por la política nacional, el impulso hacia el futuro que significa movilizar otra vez a los jóvenes hacia la política, motivarlos, contagiarlos. La militancia volvió a las calles, con ideales, y hoy son miles quienes la abrazan en todos los pueblos del país como una herramienta de transformación, de creación; miles que volvieron a levantar banderas abandonadas y que supieron dar lugar a reclamos de la sociedad y de las minorías hasta hace poco ignorados, y que hoy ya son nuevos derechos.
Y Néstor, siempre, desde el día en que lo conocí, de la mano de Cristina, su compañera, nuestra compañera, nuestra Presidenta, la dirigente que inició con él ese camino de construcción y de creación de un país nuevo, y que lo ha sabido continuar y profundizar con inteligencia y con firmeza a lo largo de estos 10 años, con enorme valentía y fortaleza. Siempre un paso adelante, peleándole a la adversidad. Néstor y Cristina, productos de una misma historia, artífices de un hermoso futuro.
Ese fue Néstor Kirchner, ése fue mi amigo, ése fue mi hermano. Sin dudas es irremplazable, sin dudas los rasgos de su personalidad son insustituibles y únicos, pero su ejemplo de vida y de militancia ya germina por miles en el suelo fértil de nuestra Argentina, donde se ganó un lugar para siempre en el corazón y en la memoria de millones.
Juntos, lograremos sostener tan inmensos logros. Juntos, iremos por muchos más.
Lo conocí en los ’70, en La Plata, militamos juntos en la FURN (Federación Universitaria para la Revolución Nacional). En esa época, en La Plata nos encontramos muchos chicos del interior del país. Yo venía de militar en la JP en Gualeguaychú, y la FURN, desde sus inicios, forma parte de la Jotapé, es la herramienta que le permite entrar a la universidad, un lugar que al peronismo le había estado vedado históricamente. Eran años de militancia apasionada, de debates interminables. Desde muy jóvenes perseguíamos un sueño y eso nos hizo militantes, soñábamos con una patria igualitaria, justa, solidaria, y queríamos construirla con nuestras propias manos.
Pero entonces se vino la noche más negra, nos pasó por encima la tragedia. Mataron a miles de nuestros compañeros, a nuestros hermanos, y quedaron en hilachas aquellos sueños de una patria grande. A pesar de tan inmenso dolor, nunca dejamos de creer ni de militar en política. Ya en democracia, cada uno por su lado y de vuelta en el pago, seguimos luchando para mantener en alto las viejas banderas, aun cuando durante dos décadas de recetas y políticas neoliberales ese país imaginado en la juventud parecía estar cada vez más lejos.
Nos volvimos a encontrar en el 2000, cuando Néstor comenzó a decir en voz alta que una Argentina distinta era posible, y nos volvió a proponer un proyecto nacional. Venía, como entonces, desde el sur del mundo, con la misma determinación de ir al frente, por el camino que sus convicciones le señalaban. Era muy sólido, rápido mentalmente, con una gran capacidad de organización y un enorme coraje.
A poco a andar supo hacerse compañero de millones de argentinos. Veníamos golpeados por la basura neoliberal, confundidos; no todos tienen la claridad de darse cuenta de lo que pasa y muchos menos, la valentía de tomar la decisión de cambiar de rumbo, sabiendo que el barco –golpeado y maltrecho por tantas tormentas– se va a enfrentar a cientos de huracanes, furiosos de que alguien se interponga en su camino. Pero así era Néstor: era urgente salvar a la mayor cantidad de gente posible. La Argentina se hundía pero se podía cambiar de rumbo, y él no tuvo miedo de meterse en ese maremoto. Néstor transmitía fuertes convicciones, nada era imposible para él, contagiaba siempre un optimismo sin claudicaciones.
Pero el solo no podía, necesitaba un equipo, necesitaba dirigentes comprometidos, necesitaba militantes. Y esa fue otra de sus virtudes, porque supo transmitir y convencernos de que era posible. Con su gestualidad torpe y desgarbada, todo lo que dijo desde su primer discurso en el Congreso me pegó en el centro del pecho, hacía tanto tiempo que quería sentir orgullo por las palabras que expresara un presidente. El sueño que nos propuso mi viejo amigo era el mismo que anidaba desde siglos adentro de tantos, un sueño mínimo si se quiere –educación al alcance de todos, trabajo digno, salud, justicia–, pero tan enorme desde la perspectiva del pantano de pobreza y desesperanza en el que estábamos metidos. ¿Y cómo salimos? Salimos con política. Él logró condensar todos esos ideales con el ejercicio concreto de la política como práctica de poder.
Cuando recorríamos juntos Entre Ríos, muchos se reían porque quería ser presidente y tenía menos del 2% de intención de votos. Nadie lo conocía. Él miraba la crisis que se vivía en mi provincia y no lo podía creer, los galpones de pollos abandonados, la pobreza de las zonas rurales, y mientras viajaba soñaba cómo, siendo presidente, la cosa iba a cambiar. ¡Y cómo cambió! Sería de necios negarlo. Su primera medida como presidente fue venir a Entre Ríos a solucionar el conflicto docente: el 27 de mayo de 2003, yo estaba en Paraná, me hizo llamar para que fuera a Buenos Aires y me pidió que no dijera nada a nadie. Quería que lo acompañara, que llegara con él a la provincia. Viajamos juntos en el avión, con Daniel Filmus ya como ministro de Educación. Hacía más de tres meses que los docentes no cobraban su sueldo, ni siquiera en federales (la cuasi moneda que circulaba por entonces en Entre Ríos). Ese día no sólo empezaron las clases: iniciamos un recorrido que todavía no se detiene, que se sigue profundizando, porque él tuvo la sabiduría de unir ladrillo con ladrillo con la esperanza y las ganas de millones de vivir en un país más digno.
Néstor Kirchner restableció la autoridad institucional de la figura del presidente: después de años de circo y marionetas, nos sorprendió ver a un tipo decirle en la cara a Bush que las políticas del Consenso de Washington habían sido un fracaso para América latina, y que los organismos financieros internacionales tenían que hacerse cargo de eso. Con cada decisión que tomaba, volvía a poner a la política en el centro, como una verdadera herramienta transformadora, y eso le devolvió credibilidad. El Estado volvió a ocuparse de lo que nadie se estaba ocupando, volvió a ocupar el centro de la escena, a hacerse cargo de la educación, de la salud, de generar trabajo digno con obras históricas en todo el país, de proponer justicia y equidad, de redistribuir, y de reconstruir el tejido social que le diera una mano al que la necesitaba.
Fue Néstor el que asumió su rol como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y les dijo que él no les tenía miedo, y que quería para el país el Ejército de San Martín y de Belgrano. Fue Néstor, con la firmeza de sus convicciones, el que dinamizó y multiplicó la lucha de tantas organizaciones y personas para que finalmente se hiciera justicia, se retomaran los juicios, se llamara a cada asesino por su nombre, se volviera a hablar de la dictadura en las escuelas, de los hijos apropiados, de los genocidas sueltos, de la complicidad civil, de los negociados que todavía había –y hay– que desarmar, que denunciar. Su valentía y su decisión de tomar partido fueron movilizadoras para miles de argentinos y para mí, como para tantos compañeros que sobrevivimos al horror de la cárcel genocida, como para las Madres, Abuelas e H.I.J.O.S., fue otro abrazo cálido y esperanzador. Él me invitó a acompañarlo al Colegio Militar, el histórico día en que ordenó descolgar los cuadros de Videla y Bignone. Es una imagen imborrable en mi memoria.
Pero tal vez lo más importante de su legado sea el salto hacia adelante que significó su paso por la presidencia y por la política nacional, el impulso hacia el futuro que significa movilizar otra vez a los jóvenes hacia la política, motivarlos, contagiarlos. La militancia volvió a las calles, con ideales, y hoy son miles quienes la abrazan en todos los pueblos del país como una herramienta de transformación, de creación; miles que volvieron a levantar banderas abandonadas y que supieron dar lugar a reclamos de la sociedad y de las minorías hasta hace poco ignorados, y que hoy ya son nuevos derechos.
Y Néstor, siempre, desde el día en que lo conocí, de la mano de Cristina, su compañera, nuestra compañera, nuestra Presidenta, la dirigente que inició con él ese camino de construcción y de creación de un país nuevo, y que lo ha sabido continuar y profundizar con inteligencia y con firmeza a lo largo de estos 10 años, con enorme valentía y fortaleza. Siempre un paso adelante, peleándole a la adversidad. Néstor y Cristina, productos de una misma historia, artífices de un hermoso futuro.
Ese fue Néstor Kirchner, ése fue mi amigo, ése fue mi hermano. Sin dudas es irremplazable, sin dudas los rasgos de su personalidad son insustituibles y únicos, pero su ejemplo de vida y de militancia ya germina por miles en el suelo fértil de nuestra Argentina, donde se ganó un lugar para siempre en el corazón y en la memoria de millones.
Juntos, lograremos sostener tan inmensos logros. Juntos, iremos por muchos más.
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