Cristina eterna proclamaba Diana Conti en los años dorados del cristinismo, luego del aplastante 54 por ciento del 2011.
Es en vano repasar la cadena de errores que llevaron a este escenario que promete paliza para el oficialismo en las generales de octubre. Aunque se podría sintetizar en lo más obvio: Cristina supo leer en la campaña por su reelección lo que pedía la sociedad, pero una vez confirmado el resultado prefirió emprender un estrafalario camino hacia la revolución camporista, que o no supo ser explicado o la mayoría de los argentinos no compartió.
La confesión de su voto por el FIP del querido Abelardo Ramos de la izquierda nacional de los 70, explica mucho de lo que sucedió con la primera mitad de su segundo mandato. Sugiere un origen posible para esa radicalización, ese chavismo al uso nostro, ese camporismo pasado de moda, ese batido letal de mala gestión, intolerancia militante y acumulación de problemas a la intemperie. Un remix desacompasado del presente acaso la encandiló.
Solo faltaba un catalizador que pusiera en blanco sobre negro el divorcio progresivo entre el relato oficial y la migración del votante que respaldó a Cristina en el 2011. En las primarias detonó esa realidad y ahora todo promete ser peor para octubre. Porque se trata de un desencanto y se sabe que hay pocas furias más genuinas que la de los desilusionados.
Ejemplo: En un reciente focus group realizado por el oficialismo en una de la provincias más importantes, para ver de qué manera se podía achicar la brecha para octubre, el resultado fue demoledor. Se trabajó con una muestra exclusiva de votantes de Cristina del 2011, el público que el oficialismo intenta reconquistar. "Es tremendo el rechazo a la Presidenta", es la traducción digerible del resultado de ese trabajo.
Cristina es una política profesional y contra la pared tomó nota de la novedad. No hay día que pase sin que tire lastre por la borda: Ganancias, giro en el discurso sobre la inseguridad, suba de facturación para monotributistas, fondos para obras sociales sindicales, diálogo con gremios y sindicatos.
Sumergida en un rush de anuncios, va desmontando a velocidad de vértigo sus argumentos de años. Está bien, es el movimiento razonable. Pero la gran pregunta es: ¿Será demasiado tarde? Y la pregunta está mal formulada. ¿Demasiado tarde para qué? Para enderezar una gestión, nunca es tarde. Para ganar las elecciones o perder por menos, puede ser.
Ese viejo tema
Un componente esencial de los sucesivos triunfos del peronismo es que esa fuerza concentra un atribuyo casi excluyente en la política argentina actual: Garantía de gobernabilidad. Que se entienda, no de buen gobierno, sino de existencia de gobierno. Aunque en un punto ambas cosas están vinculadas y existe una exigencia mínima de calidad que conviene no perforar.
La denuncia de Carrió viene a poner en duda ese activo. La diputada ensayó un paralelismo forzado, Cristina es Isabel Perón, el peronismo involucionó a los 70 y el escenario de derrota del Gobierno en octubre abre un período de lucha fratricida que culminará en la destitución de la Presidenta, con un gobiernos e transición, acaso dirigido por Scioli que culminará en el 2015 en elecciones generales para consagrar a Massa presidente.
Carrió es un caso interesante: Visualiza de manera muy anticipada los trazos gruesos de los procesos políticos -acaso mucho antes que sus pares-, pero el gusto por la retórica dramática la lleva usualmente a "enriquecer" esas intuiciones para favorecer su ingreso en la agenda pública.
De manera que es un tema delicado. Desoírla por completo suele ser un error, tomarla al pie de la letra también.
Por otro lado, lo humano impacta en sus diagnósticos. Carrió está muy enojada con Massa porque le "robó" a Adrián Pérez, el diputado que ella misma calificó como su "hijo", su heredero, su mayor esperanza y ahora acaso su desencanto más profundo.
Sin embargo, el alerta de Carrió tiene un componente a considerar: Ella habla de golpe contra la Presidenta, lo que sugiere la visión de un gobierno débil. Y ese sí es un tema que recorre los círculos de decisión, con eje en una pregunta que se repite: ¿Cómo va a reaccionar Cristina después de la derrota de octubre? O mejor dicho: ¿Cómo manejará Cristina la realidad de un Gobierno con fecha de vencimiento y menos poder político?
Y las respuestas van desde los catastóficos: "Renuncia, como quiso hacer después de perder la pelea con el campo", hasta los que hablan de una Presidenta enajenada que se radicaliza y quema Roma como Nerón, si es que fue él quien lo hizo.
Pero más interesante que conjeturar es mirar lo que esta haciendo "ahora". Lejos de esos extremos, la Presidenta está inmersa en un realismo brutal, ofreciendo respuestas a cada una de las facturas que acumuló en los años felices, cuando no había límites a la vista para su creatividad.
Se podrá argumentar que las respuestas son insuficientes, acaso mal formuladas o cínicas, pero el giro es evidente. Y ese es el dato mas alentador para despejar los temores no ya de un golpe, sino de una crisis de gobernabilidad, que nadie sensato o bien intencionado quiere. Es decir, la enorme mayoría de los argentinos.
Es en vano repasar la cadena de errores que llevaron a este escenario que promete paliza para el oficialismo en las generales de octubre. Aunque se podría sintetizar en lo más obvio: Cristina supo leer en la campaña por su reelección lo que pedía la sociedad, pero una vez confirmado el resultado prefirió emprender un estrafalario camino hacia la revolución camporista, que o no supo ser explicado o la mayoría de los argentinos no compartió.
La confesión de su voto por el FIP del querido Abelardo Ramos de la izquierda nacional de los 70, explica mucho de lo que sucedió con la primera mitad de su segundo mandato. Sugiere un origen posible para esa radicalización, ese chavismo al uso nostro, ese camporismo pasado de moda, ese batido letal de mala gestión, intolerancia militante y acumulación de problemas a la intemperie. Un remix desacompasado del presente acaso la encandiló.
Solo faltaba un catalizador que pusiera en blanco sobre negro el divorcio progresivo entre el relato oficial y la migración del votante que respaldó a Cristina en el 2011. En las primarias detonó esa realidad y ahora todo promete ser peor para octubre. Porque se trata de un desencanto y se sabe que hay pocas furias más genuinas que la de los desilusionados.
Ejemplo: En un reciente focus group realizado por el oficialismo en una de la provincias más importantes, para ver de qué manera se podía achicar la brecha para octubre, el resultado fue demoledor. Se trabajó con una muestra exclusiva de votantes de Cristina del 2011, el público que el oficialismo intenta reconquistar. "Es tremendo el rechazo a la Presidenta", es la traducción digerible del resultado de ese trabajo.
Cristina es una política profesional y contra la pared tomó nota de la novedad. No hay día que pase sin que tire lastre por la borda: Ganancias, giro en el discurso sobre la inseguridad, suba de facturación para monotributistas, fondos para obras sociales sindicales, diálogo con gremios y sindicatos.
Sumergida en un rush de anuncios, va desmontando a velocidad de vértigo sus argumentos de años. Está bien, es el movimiento razonable. Pero la gran pregunta es: ¿Será demasiado tarde? Y la pregunta está mal formulada. ¿Demasiado tarde para qué? Para enderezar una gestión, nunca es tarde. Para ganar las elecciones o perder por menos, puede ser.
Ese viejo tema
Un componente esencial de los sucesivos triunfos del peronismo es que esa fuerza concentra un atribuyo casi excluyente en la política argentina actual: Garantía de gobernabilidad. Que se entienda, no de buen gobierno, sino de existencia de gobierno. Aunque en un punto ambas cosas están vinculadas y existe una exigencia mínima de calidad que conviene no perforar.
La denuncia de Carrió viene a poner en duda ese activo. La diputada ensayó un paralelismo forzado, Cristina es Isabel Perón, el peronismo involucionó a los 70 y el escenario de derrota del Gobierno en octubre abre un período de lucha fratricida que culminará en la destitución de la Presidenta, con un gobiernos e transición, acaso dirigido por Scioli que culminará en el 2015 en elecciones generales para consagrar a Massa presidente.
Carrió es un caso interesante: Visualiza de manera muy anticipada los trazos gruesos de los procesos políticos -acaso mucho antes que sus pares-, pero el gusto por la retórica dramática la lleva usualmente a "enriquecer" esas intuiciones para favorecer su ingreso en la agenda pública.
De manera que es un tema delicado. Desoírla por completo suele ser un error, tomarla al pie de la letra también.
Por otro lado, lo humano impacta en sus diagnósticos. Carrió está muy enojada con Massa porque le "robó" a Adrián Pérez, el diputado que ella misma calificó como su "hijo", su heredero, su mayor esperanza y ahora acaso su desencanto más profundo.
Sin embargo, el alerta de Carrió tiene un componente a considerar: Ella habla de golpe contra la Presidenta, lo que sugiere la visión de un gobierno débil. Y ese sí es un tema que recorre los círculos de decisión, con eje en una pregunta que se repite: ¿Cómo va a reaccionar Cristina después de la derrota de octubre? O mejor dicho: ¿Cómo manejará Cristina la realidad de un Gobierno con fecha de vencimiento y menos poder político?
Y las respuestas van desde los catastóficos: "Renuncia, como quiso hacer después de perder la pelea con el campo", hasta los que hablan de una Presidenta enajenada que se radicaliza y quema Roma como Nerón, si es que fue él quien lo hizo.
Pero más interesante que conjeturar es mirar lo que esta haciendo "ahora". Lejos de esos extremos, la Presidenta está inmersa en un realismo brutal, ofreciendo respuestas a cada una de las facturas que acumuló en los años felices, cuando no había límites a la vista para su creatividad.
Se podrá argumentar que las respuestas son insuficientes, acaso mal formuladas o cínicas, pero el giro es evidente. Y ese es el dato mas alentador para despejar los temores no ya de un golpe, sino de una crisis de gobernabilidad, que nadie sensato o bien intencionado quiere. Es decir, la enorme mayoría de los argentinos.
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