La insistencia en los fracasados acuerdos de precios y la suba de tasas, están marcado el ritmo de la economía. Una recesión que se profundiza
La semana que pasó estuvo marcada por los cambios en el gabinete, que pusieron de manifiesto lo que nuestro diario viene anticipando desde hace semanas: lejos de haber tomado nota del pedido de cambio que hizo la ciudadanía en las últimas elecciones, el gobierno K decidió profundizar las políticas de entrega y de saqueo.
Así es como, en una copia barata de las políticas que suele implementar el chavismo en Venezuela, el gobierno K anunció como gran logro la extensión de los acuerdos de precios hasta fin de año. Se trata de un parche que venía siendo implementado por el saliente secretario de Comercio (Guillermo Moreno) que, lejos de haber constituido una solución al problema del aumento del costo de vida, no hizo más que echarle nafta al fuego inflacionario.
De hecho, la inflación cerraría el año por encima del 27%, produciendo una sensible pérdida en el poder adquisitivo de los sectores medios y populares, que recibieron aumentos salariales varios puntos menores a ese índice. Esto, claro está, en los sectores que se encuentran registrados, en blanco. Para lo que trabajan informalmente, la merma fue mucho mayor.
En un sistema capitalista es imposible encorsetar las variables económicas con acuerdos que suelen realizarse entre un puñado de socios y amigos, reunidos en torno a un mesa del ministerio de Economía, entre gallos y medianoche. En ese sentido, por más que el gobierno diga y decrete que ciertos productos de consumo masivo tienen que venderse a determinado valor, los actores que intervienen en las distintas cadenas de comercialización no se van a suicidar económicamente, si los números no les cierran y si los pesos que circulan en el mercado valen cada vez menos.
La escalada inflacionaria se sustenta, básicamente, en la destrucción del aparato productivo de nuestro país, que es el resultado de las políticas seguidas en los últimos años que tendieron a agobiar a los sectores que aún se mantienen en pie, que dan valor agregado a la economía y generan trabajo genuino, con una mochila fiscal cada vez más pesada, a lo que se sumaron las improvisaciones permanentes que no hacen más que generar un clima de incertidumbre extrema, que ahuyentan cualquier posibilidad de inversión.
Si a todo esto le sumamos la alocada emisión monetaria para sostener un incontrolable gasto público improductivo, consecuencia del enorme aparato de clientelismo que montó el gobierno K para tapar la desocupación real y obtener el voto fácil en los sectores socialmente más postergados de la sociedad, obtenemos un cóctel explosivo.
Hay números que hablan por si solos: en lo que va del año la base monetaria creció en $34.125 millones (a $335.078 millones) debido fundamentalmente a la emisión de $60.084 millones para el sector público. En otras palabras, darle rienda suelta a la maquinita hace que la moneda nacional, el peso, cada vez pierda más valor en el mercado. De hecho, el propio tipo de cambio oficial muestra una marcada devaluación.
En solo cinco días el peso se devaluó 1,3% al saltar el dólar de 6 pesos redondos el viernes 15 de noviembre a 6,09 de anteayer. Mientras tanto, el dólar blue, en la mayoría de las cuevas, se encuentra por encima de los $10, más allá de que algunos operadores del gobierno se empecinan en hacer creer que el viernes último cerró a $9,92.
Tasas para arriba
Para colmo de males, sin reconocerlo públicamente, en un intento de frenar la fuga de depósitos provocada por la incertidumbre que genera el gobierno, la nueva conducción del Banco Central, encabezada por Juan Carlos Fábrega, un fiel exponente de la denominada “patria financiera”, no tuvo mejor idea que empezar a aumentar las tasas de interés. Se trata de una medida inspirada en la más dura ortodoxia económica, como la que predominó en los años durante régimen de la convertibilidad, que en el corto plazo podría llegar a generar una profundización de la recesión económica.
Según trascendió en la última semana, la tasa de interés de los préstamos del Banco Central a las entidades financieras (operaciones de pases activos) treparon al 19% anual a un día de plazo y al 19,5% por dinero a siete días. Se trata del mayor nivel desde la debacle de la convertibilidad. Pocos días antes el costo de estas operaciones era del 11,5%. En tanto, los rendimientos ofrecidos a los ahorristas de plazo fijo ajustaron, pero en menor medida, ubicándose en torno al 15% y al 16% anual
Esta medida, a su vez, implica un serio dolor de cabeza para aquellas personas que vienen pagando un crédito a tasas variable, característica central de la enorme mayoría de las pocas las líneas de préstamos disponibles. Un ejemplo habla por si sólo: un deudor hipotecario, que venía abonando una cuota de un crédito hipotecario de aproximadamente $5000 mensuales, en los últimos días se encontró un aumento sideral ya que pasó a pagar $5900, es decir, un aumento de 18%, que podría ser mucho si el gobierno K continua con este tipo de medidas.
En definitiva, estamos asistiendo a la implementación de las mismas recetas que siempre fracasaron en el pasado reciente. Y nada indica que, en esta ocasión, la historia sea diferente.
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