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domingo, 8 de diciembre de 2019

La democracia y el otro

¿Quién es el otro de la democracia si la democracia es en fun
ción del otro?



La pregunta sobre la identidad: ¿quién es el otro? ¿Quién es el 
otro en nuestra patria? ¿Quién es el otro de la democracia si la
 democracia es en función del otro? Las identidades nacionales
 nos ayudan a repensar la figura del extranjero que, como
 ustedes se darán cuenta, excede la cuestión territorial. Extran
jero es el que no pertenece, no aplica, no cuaja. El de las costum
bres imposibles, el del comportamiento inasimilable. ¿Quiénes 
son nuestros extranjeros? Y uno responde rápido: el brasileño, el
 chileno, el español. Tomemos el caso del brasileño y veamos
 dónde radica su diferencia. Nosotros tenemos territorio, ellos tie
nen territorio; nosotros tenemos  bandera, ellos tienen bandera; 
nosotros tenemos a Messi, ellos tienen a Neymar; nosotros tene
mos a Macri, ellos tienen a Bolsonaro… Distintas figuras. Nosotros
 tenemos nuestra música, nuestro folklore; ellos tienen el suyo. 
Nosotros tenemos nuestro Estado, nuestra capital; ellos también. 
En el fondo, como estructura institucional, el Estado nacional argen
tino no es muy distinto del brasileño o del chileno. Y en términos de
 identidad, menos. El dispositivo es el mismo, solo cambian los con
tenidos. Y desde la globalización, cada vez menos. Cada uno tiene 
sus conflictos: interétnicos, interculturales, interreligiosos. Entonces
, en esa matriz sacrificial de la que hablábamos antes, claramente, si
 hay un otro, en realidad, no hay que buscarlo por acá. De nuevo,
 ¿quién es entonces el otro? ¿Quién es el extranjero? Aquel al que 
hay que emancipar, aquel al que la democracia no le llega. 
En la Argentina está claro quién es ese otro. No está afuera: está 
adentro. O está afuera estando adentro. Digo, si extranjero es el que 
está afuera, veamos los números, gente. ¿Quién está afuera? ¿Quién
 vive afuera de los números? ¿Quién es extranjero en su propio terri
torio? ¿Quién es aquel al que no le alcanza la guita para llegar a fin 
de mes, que queda afuera de la posibilidad de entrar en cualquier 
proyecto de desarrollo, que queda exento de igualdad de oportuni
dades, que no comulga con una identidad que directamente lo sote
rra y lo pone debajo de la alfombra, porque no encaja, porque está 
afuera de lo que uno construye como identidad propia? Y porque 
además no tiene la identidad debida, porque es el hijo de la mixtura,
 de la hibridación, porque no se entiende bien qué es. ¿Qué es? ¿De
 dónde vienen? ¿Es de la provincia? ¿Es medio boliviano, medio
 paraguayo, medio chileno? ¿Depende del lugar? Es aquel al que,
 como uno no logra constituir en una identidad, hacerlo encajar en
 la casilla correspondiente, entonces lo homologa con una posible
 extranjería. Y entonces lo llama despectivamente boliviano.
—Pero no nací en Bolivia.
—No importa, igual parecés bolita. Y vos paraguayo. Y vos chino
 porque todos los chinos son iguales: vienen a acá a llevarse lo 
nuestro.
Increíble. Acusados de portar extranjería son sin embargo todos 
argentinos. Pero no importa. La matriz necesita del desprecio a 
lo extranjero que sea para que funcione. Por eso la cuestión es 
siempre la misma: ¿quiénes son nuestros propios extranjeros?
¿Saben qué? Además de todo, tampoco tienen nombre. El otro no
 tiene nombre. No tiene que tener nombre para ser un otro. Si tuvie
ra nombre ya sería brasileño, boliviano, yanqui. Pero si sos otro no
 tenés nombre y, sobre todo, no tenés color. Y la ausencia de color
 en este país está
 clara, ¿no? Hablamos de los negros. La negrada. La idea de que
 hay una mayoría silenciosa que no solo no representa la argentini
dad sino que es una carga, un resto. Y como no encajan ni se quie
re que encajen, son siempre leídos desde la hibridez como una
 anomalía. “¡Es que no se entiende si son argentinos o si son ex
tranjeros, porque argentinos no parecen, pero viven y nacieron acá!”

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