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sábado, 18 de junio de 2011

Los dos rostros de la Argentina por ALEJANDRA CEBRELLI*|

jovenes  De cara a las elecciones presidenciales, no se puede dejar de reflexionar sobre el país del desastre y el país que pudo salir de la crisis. En octubre, se juega la continuidad de un proyecto nacional que permite pensar en un futuro compartido.

El 19 de diciembre de 2001, los argentinos salieron a la calle con cacerolas, con un grito hecho bandera, “¡que se vayan todos!”.  Un presidente salió volando, literalmente, por el techo de la Casa Rosada, cuatro más ocuparon sucesivamente el sillón de Rivadavia en pocos días. El país se había volcado a las calles con furia e indignación: la desocupación, la pauperización general y todos los males que conlleva la crisis habían llegado a límites inimaginables. Era el rostro angustiante de un país en default, de un país del que los jóvenes emigraban y en el que nadie quería vivir. Para la mayoría de los que nos quedamos, la política se había transformado en mala palabra. No era para menos. Los políticos habían vaciado no sólo las arcas nacionales sino, y sobre todo, la idea misma de Nación Argentina.
Casi diez años después, transitamos una nación que vuelve a tener un horizonte sobre el cual se pueden imaginar utopías. Los jóvenes se sienten protagonistas de este presente y se le animan a una práctica política que ha vuelto a tener sentido, entramándose en nuestra vida cotidiana. Paradojalmente, el cambio también se lo debemos a los políticos que, esta vez, se hicieron cargo de la responsabilidad delegada en ellos por la ciudadanía y se animaron a imaginar, a proponer, a cogestionar y  a construir el rostro de un país hace diez años impensable, de un estado con voluntad de “hacerse cargo” y con capacidad de instaurar políticas para todos y para todas, con una vocación de equidad realmente performativa, esto es, la capacidad de transformar los discursos y los decires (otrora vacuos y engañosos) en el motor del cambio. El sentido democrático le fue devuelto a la gente; a la vez, se fue construyendo un actor colectivo, más inclusivo día a día, capaz de reinventar el horizonte de la justicia social. No es poca cosa.
Se hizo de a poco. A lo largo de ocho años, Néstor primero y Cristina después se fueron enfrentando a los más poderosos, dejando el miedo de lado para jugarse por los más pobres entre los pobres. Recibieron críticas, se ganaron poderosos enemigos. Una a una, las medidas fueron transformando el rostro del país. Se saldaron deudas externas e internas. Se pagó al FMI y a la vez se reiniciaron los juicios por lesa humanidad. La salud, la educación, la ciencia y la cultura volvieron a ser responsabilidad de un estado que se fue haciendo más fuerte, recuperando empresas y creando nuevos puestos de trabajo. Se protegió a los ancianos, a los niños, a los jóvenes. La Asignación Universal por Hijo y Conectar Igualdad constituyen fuertes apuestas a una Argentina futura donde el valor esté puesto en lo común, en eso que nos une en y por la misma diferencia.
El espacio público, antes tomado sólo por la protesta, fue transformándose en un espacio constructivo, capaz de contener y resignificar las historias, los emblemas y los intereses comunes. La implementación de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual asegura una comunicación capaz de buscar el diálogo y el empoderamiento, capaz de refundar una ciudadanía basada en el respeto por los derechos individuales y colectivos. Es un reaseguro para mantener en pie la posibilidad de un futuro compartido.
Esta catarata de políticas públicas puestas al servicio de la gente fue ganando adhesiones y voluntades que, juntas, hicieron el milagro: una renovada fe en la política que convoca por igual a jubilados, amas de casa, trabajadores, sindicalistas, obreros, profesionales y, sobre todo, a nuestros niños y jóvenes.
Los pibes y pibas ya no quieren irse, quieren ser protagonistas del cambio, quieren ir a la vanguardia; pero, claro, tanta potencia, tanto futuro apenas contenido genera la furia y el temor de los oponentes de siempre: esos poderes, corporaciones y personajes siniestros que nos llevaron al default –y, antes, fueron los complacientes socios o los cómplices solapados de la última dictadura.
Diez años después del desastre estamos de cara a nuevas elecciones presidenciales. Se juega nada más y nada menos que este proyecto de país sin terminar, por suerte, en un permanente hacerse y proyectarse. A la hora de elegir, no puede haber ninguna vacilación. Se trata, nada más y nada menos, que de apoyar un proyecto con un horizonte, con futuro. Acá no hay lugar para las apuestas, ni para las dudas: se trata de que cada cual se decida a tomar las riendas de su propio protagonismo como argentino y argentina. Votar, en esta coyuntura, es sostener y seguir construyendo, entre todos y todas, esta ciudadanía renacida.
*Docente de la Carrera de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de Salta.

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