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domingo, 31 de julio de 2011

EE.UU. en la capilla del default

Los analistas vaticinan que si se consigue un acuerdo in extremis, la primera gran víctima política sería Barack Obama: el presidente quedará maniatado por el resto de tiempo de legislatura que queda hasta las elecciones de noviembre de 2012.
Se acerca el temido martes 2 de a­gos­to, el reloj va marcando inexorablemente las ho­ras, y Barack Oba­ma y millones de estadounidenses, al igual que millones de personas en el mundo, se mantienen en vilo temiendo lo peor: que Estados Unidos, la gran potencia mundial, la mayor democracia –aunque a veces no lo parezca– del planeta, entre en default. Sí, en suspensión de pagos. Y no es el guión de una película de ciencia ficción hollywoodense. Aunque buena parte de los medios de comunicación de muchos países no llevaron el tema a sus primeras planas hasta este fin de semana, el peligro es real. La posibilidad de un Martes Negro está ahí, acercándose más y más. Cuando se termine de leer esta nota, quedarán varios minutos menos. Si no media un acuerdo in extremis entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano, sucederá. Y un Martes Negro podría suponer consecuencias catastróficas no sólo para Estados Unidos sino también para muchos actores de esta globalizada economía mundial.
Los más serios analistas estiman que si se consigue un acuerdo in extremis, la primera gran víctima política sería Barack Obama. Será él y su partido, el Demócrata, quienes tendrán que arrodillarse ante los republicanos, sufrir su mayor humillación política, quedando maniatados por el resto de tiempo de legislatura que queda, hasta las elecciones de noviembre de 2012. El presidente está ya en el nivel más bajo de popularidad de los 30 meses que lleva en la Casa Blanca, en un 40%.
Pero Obama ya no tiene margen de maniobra, necesita de ese apoyo parlamentario de sus acérrimos enemigos para que el Gobierno pueda elevar el techo de endeudamiento público, situado ahora en 14,3 billones de dólares (miles de millones). De no hacerlo, el Tesoro no podrá enfrentar sus compromisos, con las gravísimas consecuencias que conllevaría para la economía del país, para la vida cotidiana de millones de sus ciudadanos, y para sus compromisos con el exterior.
Las espadas están en alto y los republicanos –y especialmente su rama más de ultraderecha, el Tea Party– saben que tienen a Obama contra las cuerdas y no le dan respiro. Los republicanos conocen mejor que nadie que la Administración Bush dejó de herencia a Obama una deuda pública de 10,6 billones de dólares y una crisis abierta que hizo que el presidente destinara ingentes recursos para salvar a sus empresas en crisis y a su vez para ampliar los subsidios sociales, de forma de intentar paliar las nefastas consecuencias sufridas por los más débiles. Y de esta forma aumentó aún más la deuda, hasta los 14,3 billones actuales.
Originalmente, Obama proponía compensar un mayor endeudamiento del Estado, 2,5 billones más, con nuevos impuestos, especialmente focalizados en los sectores de mayores ingresos. Pero pronto tuvo que desistir de sus propósitos, el Partido Republicano se negó rotundamente a cualquier subida en los impuestos y exigió que una elevación del techo de endeudamiento estuviera condicionada a unos durísimos recortes del gasto público, lo que supondría en la práctica una brutal disminución en el presupuesto para Sanidad, Educación y un sinfín de ayudas sociales, vitales para una población castigada por la crisis. Independientemente de las tradicionales diferencias sobre temas económicos entre demócratas y republicanos, lo que está en juego ahora fundamentalmente es un pulso político.
Las posturas más ultras dentro del Partido Republicano han tomado fuerza y pretenden dar el último gran golpe a Obama para que llegue a las elecciones de 2012 derrotado de antemano.
El presidente lo denunció de esta forma el viernes: “Hay muchas crisis en el mundo que somos incapaces de evitar, huracanes, terremotos, tornados, atentados terroristas, pero esta no es una de esas crisis”. Sin embargo, los republicanos no piensan que poner al país al borde del precipicio les pueda pasar factura política. Ante sus electores sostienen que el irresponsable es Obama, que pretende que el Estado gaste más cada día con ayudas “a quienes no quieren trabajar” e implicándose en guerras lejanas como las de Libia, a costa de subir los impuestos “a los que generan la riqueza y hacen grande a América”. El Partido Republicano oculta que una parte significativa de esos gastos en “guerras lejanas”, como las de Irak y Afganistán, son herencia de la Administración Bush, de las cuales Obama no sabe cómo desembarazarse.
El tensísimo pulso mantenido entre demócratas y republicanos en las dos Cámaras está teniendo consecuencias en el interior de ambos partidos, especialmente dentro del Partido Republicano. El presidente de la Cámara de Representantes, el republicano John Boehner, hace malabarismos para poder negociar con los demócratas y al mismo tiempo no ponerse en contra a los extremistas del Tea Party. Boehner aunar estos días los intereses de las distintas corrientes internas en torno a una propuesta que consistía básicamente en permitir elevar 900.000 millones de dólares el endeudamiento público en diez años y otros 1,8 billones a partir de noviembre, a costa de similares recortes en el gasto público, logran­do imponerse en la Cámara baja por 218 votos contra 210, pero fue rechazada en el Senado, donde los demócratas mantienen la mayoría, por 59 contra 41. Harry Reid, líder demócrata del Senado, entendió que los republicanos pretendían demostrar públicamente su “flexibilidad” para encontrar una solución, cuando realmente querían dar un balón de oxígeno a la economía sólo por unos meses, para repetir el debate ya en plena campaña electoral.
Sectores moderados de ambos partidos negociaban entre bambalinas en las últimas horas en busca de una fórmula creativa y compleja legislativamente, que permitiera por un lado a Obama elevar el endeudamiento en 2,4 billones de dólares, pero en distintas etapas y sin que eso suponga permitirle aumentar los impuestos, aunque negociando para que los recortes no afectaran de lleno a las áreas sociales que más ha defendido hasta ahora.
El equilibrio es muy frágil y hay que contentar a muchas sensibilidades. El Tea Party se ha convertido en su principal escollo. Para los demócratas, lo fundamental ahora es que Obama no se vea obligado a poner el cartel de “País cerrado por quiebra”, ni que tenga que sufrir una clara derrota política por no tener que ponerlo.

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