Publicado el 13 de Noviembre de 2011 Por
El historiador analiza su nuevo libro Mujeres tenían que ser, una obra de casi 600 páginas que recorre la opresión que sufrieron las mujeres desde los días de la Conquista hasta la década de 1930. La herencia cultural de España, la influencia de la Iglesia Católica y los ejemplos de lucha y resistencia que quedaron en la historia.
Es uno de los historiadores más reconocidos de la Argentina, uno de los que más vende y que más entusiasmo produce entre los jóvenes. Para algunos, el éxito de Felipe Pigna (best-seller nacional) se debe a sus obras y a su presencia en los medios. Para otros al modo en que tiene de hablarles (y escribirles) a los jóvenes, a los chicos del secundario: con claridad e informalidad, sí, pero con contundencia, con mucha contundencia. Esa misma que en su nuevo libro, Mujeres tenían que ser (editorial Planeta), le lleva a decir que siempre ha sido la misma historia, las mujeres sometidas impiadosamente por los hombres, desde Eva, la primera de todas, en adelante. Tiempo Argentino entrevistó a Pigna en su casa del barrio de Caballito y la primera pregunta fue en torno a ese tema.
–¿No ha habido, Felipe, flujos y reflujos en esta historia del machismo y la misoginia en el mundo? ¿Y por qué, por ejemplo, la mujer ha aceptado tan servilmente la opresión masculina?
–Entiendo a dónde va la pregunta. Pero sucede que se debe juzgar la historia en torno a la gradualización del machismo, es decir, de la responsabilidad del machismo y la misoginia. El hombre tomaba las decisiones finales, la mujer podía admitirlo, consentirlo, pero en última instancia, eran ellos quienes forjaron las condiciones desfavorables para la mujer. La responsabilidad de la mamá que le dice al nene: “Vos quedate, que tu hermana levante la mesa”, el nene se queda sentado y la hermana no se rebela contra eso, es producto de la división sexual del trabajo que es aceptada por esa madre y esa hija, pero la responsabilidad de que esta sea una sociedad machista les cabe históricamente a los hombres, sin duda.
–Como decís en el prólogo al libro, el libro fue hecho a pedido.
–A pedidos de los lectores, sí, y sobre todo de las lectoras o de la gente que me para en la calle. Fue un trabajo de mucha investigación, de leer todo lo que se escribió sobre el tema. El libro se ocupa de la historia de nuestra desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras desde la Conquista hasta 1930. Me ocupo a lo largo de estas 600 páginas de repasar la condición social, familiar, jurídica y económica de las mujeres en ese período, destacando la permanente lucha por la igualdad, por adquirir sus derechos. Me sigue llamando la atención como un momento clave de nuestra historia, el de la Conquista, sigue sin tener el peso que tienen otros períodos en las investigaciones. Y dentro de ese tema, es particularmente llamativo lo poco trabajada que está la vida cotidiana en la Conquista. Ojo, yo no hablo de micro-historia, sino del detalle como reflejo de lo macro. Y vemos en ese período, como en tantos otros, una brutal omisión, una casi inexistencia de relatos, de narraciones, de crónicas sobre los sectores populares. Son temas que merecen más atención y que hablan del clasismo, evidente en las fuentes, pero no pocas veces muy presente en estudios contemporáneos. La mujer sufre en esas crónicas un doble maltrato por su doble condición de mujer y conquistada. El nivel de misoginia de esas narraciones indigna, subleva y corresponde perfectamente a la visión impuesta por la Iglesia Católica y los poderes reales, en nuestro caso, nada menos que el del los Reyes Católicos y sus herederos, grandes difusores de la intolerancia religiosa y sexual. Portadores de un doble discurso escandaloso que ponía por delante la imposición de la monogamia y practicaba impunemente la poligamia con las cautivas indias.
–¿Con quiénes de estas mujeres díscolas sentís más afinidades?
–Con Juana Azurduy, que es la más nombrada, es cierto, pero que fue una mujer de una entrega, diría, romántica. Integrante de una temeraria pareja de guerrilleros, ella y Manuel Padilla, gente de armas llevar, de sublevar pueblos de indios, de hacerle frente al enemigo en las condiciones más desfavorables, con una enorme pericia militar pero también con conceptos políticos revolucionarios muy claros. Juana, perdió todo luchando, defendiendo la Patria: perdió su casa, su tierra, cuatro de sus cinco hijos, y murió sola, olvidada… Por Juana Manso siento, también mucho cariño y respeto. Una mujer muy odiada por la Iglesia, por ser impulsora de la educación mixta, experimental y racional, fanática de la educación popular y estatal. La Iglesia impidió que la entierren tanto en la Chacarita como en la Recoleta y fue inhumada en el cementerio de “disidentes”, Son muy interesantes, apasionantes las vidas de las espías anónimas de San Martín, que eran las encargadas de conducir la guerra psicológica y conseguir valiosísima información para la campaña libertadora. Y las anarquistas como Virginia Volten que fundaron un periódico, La voz de la mujer en el que defendían sus derechos, luchaban contra la explotación capitalista y señalaban también que existía una contradicción entre las proclamas de sus compañeros anarquistas y socialistas sobre la igualdad, la libertad y la fraternidad, porque al interior de la familia eso no se respetaba. Y en efecto, allí había un doble discurso.
–¿Ocurría lo mismo en los partidos políticos de los siglos XIX y principios del XX?
–Se recuerda un suelto que apareció en 1833 firmado por las “porteñas federales”, en el que pedían votar y ser votadas como representantes del pueblo en la Legislatura bonaerense, mujeres realmente pioneras. Por aquellos años se destacaban sin dudas Encarnación Ezcurra, la gran operadora política de su marido Juan Manuel y Manuelita, la secretaria y hasta cierto punto, desde la muerte de su madre, una especie de jefa de Gabinete del Restaurador. Es curioso cómo Manuela Rosas atravesó casi toda la historia y salió indemne, se habla de ella casi como una heroína romántica, querida y respetada por sus contemporáneos, como el fanático antirrosista José Marmol. Los unitarios en cambio fueron, no tanto en su ideario “romántico” pero sí en su práctica política, casi tan machistas como los federales, lo que quedó palmariamente demostrado con el tremendo crimen de Camila O’Gorman y su amante el sacerdote Gutiérrez. Los unitarios, supuestamente adoradores del amor libre, fogonearon el crimen a la par de la Iglesia y los rosistas. A finales del siglo XIX, el Partido Socialista mostró una apertura mayor, con figuras como Alicia Moreau de Justo y Gabriela Laperriére, la primera mujer en alcanzar un puesto importante en la conducción de un partido, el socialista.
–A veces los envidiosos del bestseller, critican en vos que no es bueno examinar el pasado con los valores de hoy, puesto que se trata de un pasado que no conocía esos valores.
–Pero fijate que yo no hago eso. En mis libros se trata de juzgar los hechos a partir de los testimonios de contemporáneos a esos hechos. Ahora bien, no se puede criticar el pasado con los ojos de hoy, pero no podemos ver ese pasado sin la mirada del historiador del siglo XXI. Los que dicen lo contrario están interesados en proteger aquel pasado muchas veces siniestro. Pero inevitablemente comparamos. En mis libros no examino el pasado con los criterios de hoy, jamás hice eso. Quizás cuando se publica una entrevista y los medios titulan de un modo equívoco nacen los malosentendidos. En este volumen existe una voluntad de integrar las mujeres a la Historia. No se trata de apartarlas, de reivindicar la diferencia, sino la igualdad de ellas, el mismo trato, el mismo respeto, las mismas condiciones…
–Tu libro culmina en 1930, ¿incluirás en una posible segunda parte a Eva y a Cristina Fernández como “mujeres tenían que ser”?
–Por supuesto, desde luego, Eva fue la mujer más importante de la historia argentina. Rompe el molde de un modo definitivo, yo creo que ni siquiera sus enemigos pueden negar en ella el nivel de entrega, de compromiso con sus queridos descamisados. Yo trabajé mucho sobre Eva y una de las cosas que más emociona de ella es que no hay contradicción entre su vida y su acción. Cristina se destaca desde ya por el lugar que ocupó y ocupa y por ser un gran cuadro político, el más importante y lúcido del panorama político nacional.
–¿Estás contento con el libro?
–Muy contento, los comentarios son muy buenos, la gente me para por la calle, me llegan centenares de mails, ojalá les guste, lo hice pensando en ellas y en ellos.
El historiador analiza su nuevo libro Mujeres tenían que ser, una obra de casi 600 páginas que recorre la opresión que sufrieron las mujeres desde los días de la Conquista hasta la década de 1930. La herencia cultural de España, la influencia de la Iglesia Católica y los ejemplos de lucha y resistencia que quedaron en la historia.
Es uno de los historiadores más reconocidos de la Argentina, uno de los que más vende y que más entusiasmo produce entre los jóvenes. Para algunos, el éxito de Felipe Pigna (best-seller nacional) se debe a sus obras y a su presencia en los medios. Para otros al modo en que tiene de hablarles (y escribirles) a los jóvenes, a los chicos del secundario: con claridad e informalidad, sí, pero con contundencia, con mucha contundencia. Esa misma que en su nuevo libro, Mujeres tenían que ser (editorial Planeta), le lleva a decir que siempre ha sido la misma historia, las mujeres sometidas impiadosamente por los hombres, desde Eva, la primera de todas, en adelante. Tiempo Argentino entrevistó a Pigna en su casa del barrio de Caballito y la primera pregunta fue en torno a ese tema.
–¿No ha habido, Felipe, flujos y reflujos en esta historia del machismo y la misoginia en el mundo? ¿Y por qué, por ejemplo, la mujer ha aceptado tan servilmente la opresión masculina?
–Entiendo a dónde va la pregunta. Pero sucede que se debe juzgar la historia en torno a la gradualización del machismo, es decir, de la responsabilidad del machismo y la misoginia. El hombre tomaba las decisiones finales, la mujer podía admitirlo, consentirlo, pero en última instancia, eran ellos quienes forjaron las condiciones desfavorables para la mujer. La responsabilidad de la mamá que le dice al nene: “Vos quedate, que tu hermana levante la mesa”, el nene se queda sentado y la hermana no se rebela contra eso, es producto de la división sexual del trabajo que es aceptada por esa madre y esa hija, pero la responsabilidad de que esta sea una sociedad machista les cabe históricamente a los hombres, sin duda.
–Como decís en el prólogo al libro, el libro fue hecho a pedido.
–A pedidos de los lectores, sí, y sobre todo de las lectoras o de la gente que me para en la calle. Fue un trabajo de mucha investigación, de leer todo lo que se escribió sobre el tema. El libro se ocupa de la historia de nuestra desobedientes, incorrectas, rebeldes y luchadoras desde la Conquista hasta 1930. Me ocupo a lo largo de estas 600 páginas de repasar la condición social, familiar, jurídica y económica de las mujeres en ese período, destacando la permanente lucha por la igualdad, por adquirir sus derechos. Me sigue llamando la atención como un momento clave de nuestra historia, el de la Conquista, sigue sin tener el peso que tienen otros períodos en las investigaciones. Y dentro de ese tema, es particularmente llamativo lo poco trabajada que está la vida cotidiana en la Conquista. Ojo, yo no hablo de micro-historia, sino del detalle como reflejo de lo macro. Y vemos en ese período, como en tantos otros, una brutal omisión, una casi inexistencia de relatos, de narraciones, de crónicas sobre los sectores populares. Son temas que merecen más atención y que hablan del clasismo, evidente en las fuentes, pero no pocas veces muy presente en estudios contemporáneos. La mujer sufre en esas crónicas un doble maltrato por su doble condición de mujer y conquistada. El nivel de misoginia de esas narraciones indigna, subleva y corresponde perfectamente a la visión impuesta por la Iglesia Católica y los poderes reales, en nuestro caso, nada menos que el del los Reyes Católicos y sus herederos, grandes difusores de la intolerancia religiosa y sexual. Portadores de un doble discurso escandaloso que ponía por delante la imposición de la monogamia y practicaba impunemente la poligamia con las cautivas indias.
–¿Con quiénes de estas mujeres díscolas sentís más afinidades?
–Con Juana Azurduy, que es la más nombrada, es cierto, pero que fue una mujer de una entrega, diría, romántica. Integrante de una temeraria pareja de guerrilleros, ella y Manuel Padilla, gente de armas llevar, de sublevar pueblos de indios, de hacerle frente al enemigo en las condiciones más desfavorables, con una enorme pericia militar pero también con conceptos políticos revolucionarios muy claros. Juana, perdió todo luchando, defendiendo la Patria: perdió su casa, su tierra, cuatro de sus cinco hijos, y murió sola, olvidada… Por Juana Manso siento, también mucho cariño y respeto. Una mujer muy odiada por la Iglesia, por ser impulsora de la educación mixta, experimental y racional, fanática de la educación popular y estatal. La Iglesia impidió que la entierren tanto en la Chacarita como en la Recoleta y fue inhumada en el cementerio de “disidentes”, Son muy interesantes, apasionantes las vidas de las espías anónimas de San Martín, que eran las encargadas de conducir la guerra psicológica y conseguir valiosísima información para la campaña libertadora. Y las anarquistas como Virginia Volten que fundaron un periódico, La voz de la mujer en el que defendían sus derechos, luchaban contra la explotación capitalista y señalaban también que existía una contradicción entre las proclamas de sus compañeros anarquistas y socialistas sobre la igualdad, la libertad y la fraternidad, porque al interior de la familia eso no se respetaba. Y en efecto, allí había un doble discurso.
–¿Ocurría lo mismo en los partidos políticos de los siglos XIX y principios del XX?
–Se recuerda un suelto que apareció en 1833 firmado por las “porteñas federales”, en el que pedían votar y ser votadas como representantes del pueblo en la Legislatura bonaerense, mujeres realmente pioneras. Por aquellos años se destacaban sin dudas Encarnación Ezcurra, la gran operadora política de su marido Juan Manuel y Manuelita, la secretaria y hasta cierto punto, desde la muerte de su madre, una especie de jefa de Gabinete del Restaurador. Es curioso cómo Manuela Rosas atravesó casi toda la historia y salió indemne, se habla de ella casi como una heroína romántica, querida y respetada por sus contemporáneos, como el fanático antirrosista José Marmol. Los unitarios en cambio fueron, no tanto en su ideario “romántico” pero sí en su práctica política, casi tan machistas como los federales, lo que quedó palmariamente demostrado con el tremendo crimen de Camila O’Gorman y su amante el sacerdote Gutiérrez. Los unitarios, supuestamente adoradores del amor libre, fogonearon el crimen a la par de la Iglesia y los rosistas. A finales del siglo XIX, el Partido Socialista mostró una apertura mayor, con figuras como Alicia Moreau de Justo y Gabriela Laperriére, la primera mujer en alcanzar un puesto importante en la conducción de un partido, el socialista.
–A veces los envidiosos del bestseller, critican en vos que no es bueno examinar el pasado con los valores de hoy, puesto que se trata de un pasado que no conocía esos valores.
–Pero fijate que yo no hago eso. En mis libros se trata de juzgar los hechos a partir de los testimonios de contemporáneos a esos hechos. Ahora bien, no se puede criticar el pasado con los ojos de hoy, pero no podemos ver ese pasado sin la mirada del historiador del siglo XXI. Los que dicen lo contrario están interesados en proteger aquel pasado muchas veces siniestro. Pero inevitablemente comparamos. En mis libros no examino el pasado con los criterios de hoy, jamás hice eso. Quizás cuando se publica una entrevista y los medios titulan de un modo equívoco nacen los malosentendidos. En este volumen existe una voluntad de integrar las mujeres a la Historia. No se trata de apartarlas, de reivindicar la diferencia, sino la igualdad de ellas, el mismo trato, el mismo respeto, las mismas condiciones…
–Tu libro culmina en 1930, ¿incluirás en una posible segunda parte a Eva y a Cristina Fernández como “mujeres tenían que ser”?
–Por supuesto, desde luego, Eva fue la mujer más importante de la historia argentina. Rompe el molde de un modo definitivo, yo creo que ni siquiera sus enemigos pueden negar en ella el nivel de entrega, de compromiso con sus queridos descamisados. Yo trabajé mucho sobre Eva y una de las cosas que más emociona de ella es que no hay contradicción entre su vida y su acción. Cristina se destaca desde ya por el lugar que ocupó y ocupa y por ser un gran cuadro político, el más importante y lúcido del panorama político nacional.
–¿Estás contento con el libro?
–Muy contento, los comentarios son muy buenos, la gente me para por la calle, me llegan centenares de mails, ojalá les guste, lo hice pensando en ellas y en ellos.
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