Uno de los relatos más extraordinarios del genial Ray Bradbury, "Ellos eran oscuros, con ojos dorados", cuenta cómo una patrulla del planeta Tierra llega a Marte en busca de unos colonos extraviados. No los hallan. En cambio una amable población local recibe a los expedicionarios. Estos habitantes tienen la piel oscura y el iris del color del oro. Los visitantes se sienten tan cómodos que empiezan a establecerse en el pequeño reducto marciano. Sobre el final, se dan cuenta de que ellos mismos se vuelven oscuros y de ojos dorados. Pero ya está: en otras palabras, las circunstancias definen - o al menos terminan de definir - a las personas.
Entre los antiguos textos sumerios se encontró alguno en el cual el escriba se lamenta: "La juventud está perdida". Con ligeras variantes este rapapolvo se viene repitiendo desde antes de que el propio Jesucristo se manifestara por un cambio radical en la concepción de la antigua Ley. Con el destino que reconocemos.
Como docentes hemos escuchado hasta el hartazgo falacias supuestamente tradicionistas. "Los chicos no leen". Error. Los chicos leen mucho más que nosotros. Pero leen mensajes de texto, leen e-mails. Leen los titulares de los noticiosos. Leen las declaraciones de los dirigentes políticos. No leen libros en papel, ni periódicos en papel, ni revistas en papel. ¿Es esto tan grave? Mismo sensu, no es que las nuevas generaciones estén menos informadas: están mucho más informadas que todas las anteriores. Pero con textos dispersos, inexactos. Con discursos dobles. Por supuesto, también con algo de información veraz. ¿Pero cómo decidir qué es cierto y qué no, cuando hasta el menos avisado deduce aquella máxima del viejo Nietzche, "La verdad es una construcción permanente"? Los que hoy se rasgan las vestiduras frente al mal hablar de los jóvenes y a lo que consideran ignorancia, son los que de buena fe compraron en su momento que Colón vino a civilizar a los pobladores de este continente, que San Martín cruzó los Andes en un caballo blanco y que en su lecho de muerte Eva Duarte aseguró que volvería y sería millones. Nada de esto ocurrió en realidad. Pero claro, ellos, los que creyeron, no eran ignorantes.
Hoy veo a una humanidad argentina celebrando a García Ferré, le llaman maestro, le llevan a docenas de programas periodísticos, les trasladan a las nuevas generaciones que estamos ante un gran tipo, pero nadie recuerda su irreductible complacencia - desde la generosa ingenuidad de las caricaturas - con los regímenes de turno. Desde aquel Anteojito que no era sino el más alcahuete del grado, el pequeño Ser Nacional con el que soñaba Onganía en los años '60, hasta Larguirucho, el tonto que hacía propagandas por televisión para el proceso de Videla. Sin olvidar al hornero de la triple A, que desde las pantallas en blanco y negro aconsejaba a los estudiantes que no fueran revoltosos y que se dedicaran, precisamente, a los libros. Pero no, García Ferré va a pasar a la historia como un capo y no como un kapó. Lo nombraron ciudadano ilustre de Buenos Aires casi al mismo tiempo que a Joaquín "Quino" Lavado, el papá de Mafalda. El dibujo que demostrando que se podía sí se paraba contra el poder de turno.
El retorcer la verdad hasta adecuarla a un relato conveniente ha hecho que uno se olvidara de que Clemente fue un ícono gráfico absolutamente funcional al gobierno militar. Y los ejemplos seguirían ad infinitum.
El pelado ese, el negro ese
Mucha gente cree que la presidente Fernández es una persona culta. Es muy inteligente, de ello no hay duda. Pero no es culta. Cada tanto se manda alguna patinada que deja a la altura de simpática anécdota aquella de Carlos Menem cuando mencionaba una nave que iba a llegar a Japón en un santiamén, vía estratósfera. Otra que Bradbury.
La presidente habla mal. Por ejemplo, cuando se puso "presidenta". ¿Acaso su marido fue "presidento"?
Se equivoca al citar, como cuando atribuyó a Cervantes aquello de "Ladran, Sancho". El otro día ¿en un fallido? mencionó la prosperidad que tenía que haber de La Quiaca hacia el Norte. Es decir, en Bolivia. Por si poco fuera parece que se le atragantó una tostada cuando vio a un ministro español en la portada del diario El País. "El pelado ese". Una expresión discriminatoria, por supuesto, inadmisible en un jefe de estado. Tan terrible como cuando Alfonsín también patinara a la voz de "Vos no la pasás tan mal, gordito" ante un ganapán que reclamaba.
Pero no es todo. En Clarín del 14/07/2012, Roberto Pettinato - haciéndose el gracioso - menciona que Silvana Suárez, ex Miss Mundo y ex esposa del creador de Ámbito Financiero Julio Ramos, está de novia "con un negro de once metros, que seguramente dejó el portafolios con la bijú". En clara comparación racista con los inmigrantes africanos que venden esa mercadería en los bares de Buenos Aires y de La Plata. Reubicando en el siglo XXI esa discriminación que durante la infancia de Petti aplicaba la tilinguería porteña a los bolivianos que vendían limones y ajo en las ferias municipales.
El gran diario argentino también tiene sus furcios. Hace unos días Eduardo van der Kooy - uno de sus mejores escritores - hablaba de "las siete plagas de Egipto". En el relato bíblico fueron diez. El ingenioso Borensztein suele usar la figura "aprovechar la volada", cuando en realidad es "bolada", pues viene de boleadoras.
En realidad es casi imposible hallar una página de Clarín sin errores de ortografía. Ni hablar de los de gramática. Aunque si de "tipeo" hemos de hablar, nada se compara con el de un defenestrado ex candidato a Procurador.
Cosa que los chicos no leyeron en los diarios de papel. Pero créanme, se enteraron.
Ergo sum
El cartesiano "pienso luego existo" (cogito ergo sum) ha sido reemplazado por el "me informo luego existo". Así como el pensamiento puede ser genial o retorcido, lo mismo ocurre con la lectura. Hay errores de ortografía en todos - todos - los medios de prensa; oficiales y privados. Los hay en carteles de venta de productos. Los hay en las reparticiones públicas. Los hay en los comunicados de los sindicatos, incluyendo a los sindicatos docentes. Los hay en las salas de profesores.
Comienzo todas mis clases de lengua castellana anunciando a los alumnos que la mayor dificultad con la que se encontrarán es el castellano mismo. En los tiempos que corren, sólo neuróticos muy graves pueden dominar esta especialidad. Los otros, los que apreciamos la riqueza de este idioma, a lo sumo podemos aproximarnos.
Puesto que hablábamos de caricaturas, recordaré una de Mafalda que me refrescó hace unos días el colega docente Marcelo Pavka. A efectos de terminar con la corrupción, Miguelito sugiere la creación de una escuela de políticos. La nena sabia susurra: "¿Quiénes van a ser los maestros?".
Parábola que en los tiempos que corren puede perfectamente trasladarse a todos los órdenes de la vida.
¿Quiénes somos los maestros de aquellos a los que con liviandad algunos llaman ignorantes?
Parece inevitable cierta nostalgia, cierta morriña, cuando uno entiende que se ha vuelto adulto. Hay quienes fueron mis alumnos y hoy son colegas docentes. Lo curioso es que hay que oír a algunos de ellos en las salas de profesores, ejercitando las mismas críticas que ciertos carcamanes que por fortuna ya se han jubilado.
Por supuesto que las generaciones actuales tienen enormes inconvenientes para aprender matemática, lengua, inglés, desde los parámetros convencionales. No es porque no quieran prestar atención, sino porque físicamente es imposible. Acumulan tal caudal de información que su memoria no puede ocuparse de cosas que a los mayores nos parecen naturales. Pero notemos que adultos que hasta hace unos años tenían una excelente ortografía, una gramática bastante prolija, hoy (repito el término una vez más) patinan. Notemos también que en pueblos en los que no existía la escritura, había personas dedicadas a memorizar los relatos para transmitirlos a los niños y a los jóvenes. Algunos de ellos fueron verdaderas enciclopedias parlantes. Hoy sería casi imposible intentar una empresa así. Simplemente porque nuestra naturaleza - como la de los hombres del cuento citado - se ha adaptado a otra realidad. Pero a no desesperar. Con otras formas de dedicación los jóvenes nos demuestran con los hechos que no es cierto que todo tiempo pasado fuera mejor. Pero tampoco pisado, como sugiere la volanta. ¿Cómo superar sin abrevar de los grandes?
Como la verdad, el conocimiento es una construcción permanente. Y cuanto más avanza en su interminable carrera hacia convertirse en Dios, el hombre tiene más información disponible.
Pero nunca, lo que se dice nunca, habrá de alcanzar la sabiduría.
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