El festejo en la Plaza de Mayo del pasado sábado 25 fue una constatación de que Cristina es la única líder política con adhesión popular. No sólo encabeza encuestas de opinión tras cinco años y medio de gestión sino que tiene respaldo en importantes sectores sociales, tanto de trabajadores como de sectores medios. No obstante, en esta elección ella no estará presente como candidata. Por ser la figura central del kirchnerismo es evidente que será protagonista de la confección de los primeros puestos de las listas, tanto para la renovación de los 24 senadores (en las ocho provincias donde se renuevan miembros de la Cámara alta) como de los 127 diputados nacionales.
En el Senado, el Frente para la Victoria tiene el 54% de las bancas que se renuevan, mientras que en Diputados, es el bloque que menos bancas renueva: sólo un tercio de su bancada actual. Esto último se debe a la baja performance de los comicios de 2009. La desesperada búsqueda de frentes electorales de ocasión que trata de conformar contrarreloj la oposición se debe a que cualquier cálculo lleva a que el oficialismo tendrá mejores resultados que cuatro años atrás y que eso le permitirá tener más bancas.
Ahora bien, hay dos temas que la Presidenta debe tener, supone este cronista, en la cabeza para afinar el lápiz. El primero es que la elección la ganan no sólo los líderes políticos sino los candidatos mismos: y entre éstos hay algunos más carismáticos y con mejor intención de voto que otros. Pero, además, en la conformación de las listas, habrá una tensión entre los candidatos considerados propios y los aliados. En ese sentido, no caben dudas de que en el último año y medio, Cristina fue consolidando su perfil propio. El sector sindical que rodea a Hugo Moyano quedó solo y paga un precio de cara al juego electoral. Pero no son lo mismo los dirigentes y los intendentes cercanos a Sergio Massa o a Daniel Scioli, así como otros dirigentes del resto del país. Muchos de ellos hacen un juego sinuoso para no alejarse del poder de la Presidenta y, al mismo tiempo, alentar espacios de construcción diferenciados. No es nada nuevo en la política y depende de la capacidad de liderazgo –y del momento económico– para ver qué pesa más en esos juegos pendulares.
La pregunta, en este punto, es: ¿buscará la Presidenta darles lugares en los primeros puestos a candidatos con buena imagen y también a algunos sugeridos por dirigentes cercanos al kirchnerismo o privilegiará a los que la acompañan contra viento y marea? La respuesta no se sabrá antes de que los acontecimientos (y vencimientos de fecha) lo impongan. Hasta tanto, cada frase de Cristina podrá ser interpretada a libre albedrío. Pero hay un elemento de contexto que no puede dejarse de lado como parte de un debate dentro del amplio espacio del kirchnerismo: si el deseo y el objetivo de Cristina es buscar una reforma constitucional que avale un tercer mandato, se encontrará ante un dilema. Si privilegia a los candidatos propios, éstos la seguirán seguramente, pero en una hipotética asamblea constituyente no tendrán los votos suficientes para aprobar la modificación buscada que habilite a Cristina a presentarse en 2015. Por otro lado, si la Presidenta les abre más la puerta a algunos aliados, en medio del embate opositor, podría sumar el entusiasmo de algunos dirigentes cercanos pero también deja un flanco para que esos aliados sean efímeros.
Basta reparar en la historia de estos años para ver que el kirchnerismo nunca abrió el debate sobre la conveniencia de la reforma electoral y menos aún sobre si Cristina buscaría presentarse nuevamente. Hay que reconocer que hasta ahora esa fórmula le resultó eficaz. Pero –tomando las propias palabras de la Presidenta– las fórmulas no son eternas.
El kirchnerismo logró crear un fenómeno nuevo en la Argentina. Nadie sabe si continuará en el gobierno pero tampoco nadie puede vaticinar si se consolidará como una fuerza política capaz de trascender una eventual derrota en las presidenciales de 2015. Y no poner en debate eso es jugar con cierta inocencia o con mucho voluntarismo. Los cuadros políticos dirigenciales no pueden vivir con la idea del éxito permanente porque, precisamente, el actual elenco dirigencial es heredero de la resistencia y la lucha en desventaja. Muchos de los que rodean a la Presidenta –y ella misma- están templados en la adversidad. Por lógica generacional y por el manejo del poder, muchos otros no están templados en ella. Y los comportamientos quedan a la vista cuando las fuerzas se tensan. Están los leales a las personas que tienen poder y los leales que trascienden eso y buscan ser genuinos representantes de los intereses populares.
La Argentina necesita continuidad de los sectores políticos que, con sus más y sus menos, defiendan los intereses nacionales y populares. La oposición, dispersa, busca retroceder en las conquistas logradas en esta década. Pero el kirchnerismo, a diferencia de otros movimientos políticos de la región, no postuló una nueva Constitución en base a los paradigmas que requieren los cambios estructurales y la presencia de un Estado más comprometido con la soberanía. La Constitución de 1994 cumplirá dos décadas el año próximo y fue el resultado del avance pleno del neoliberalismo. Poner en debate nombres es parte del día a día, pero poner en debate una Carta Magna sería un gran desafío. Y para lograr ese objetivo no se pueden poner los nombres siempre por delante de las metas.
En el Senado, el Frente para la Victoria tiene el 54% de las bancas que se renuevan, mientras que en Diputados, es el bloque que menos bancas renueva: sólo un tercio de su bancada actual. Esto último se debe a la baja performance de los comicios de 2009. La desesperada búsqueda de frentes electorales de ocasión que trata de conformar contrarreloj la oposición se debe a que cualquier cálculo lleva a que el oficialismo tendrá mejores resultados que cuatro años atrás y que eso le permitirá tener más bancas.
Ahora bien, hay dos temas que la Presidenta debe tener, supone este cronista, en la cabeza para afinar el lápiz. El primero es que la elección la ganan no sólo los líderes políticos sino los candidatos mismos: y entre éstos hay algunos más carismáticos y con mejor intención de voto que otros. Pero, además, en la conformación de las listas, habrá una tensión entre los candidatos considerados propios y los aliados. En ese sentido, no caben dudas de que en el último año y medio, Cristina fue consolidando su perfil propio. El sector sindical que rodea a Hugo Moyano quedó solo y paga un precio de cara al juego electoral. Pero no son lo mismo los dirigentes y los intendentes cercanos a Sergio Massa o a Daniel Scioli, así como otros dirigentes del resto del país. Muchos de ellos hacen un juego sinuoso para no alejarse del poder de la Presidenta y, al mismo tiempo, alentar espacios de construcción diferenciados. No es nada nuevo en la política y depende de la capacidad de liderazgo –y del momento económico– para ver qué pesa más en esos juegos pendulares.
La pregunta, en este punto, es: ¿buscará la Presidenta darles lugares en los primeros puestos a candidatos con buena imagen y también a algunos sugeridos por dirigentes cercanos al kirchnerismo o privilegiará a los que la acompañan contra viento y marea? La respuesta no se sabrá antes de que los acontecimientos (y vencimientos de fecha) lo impongan. Hasta tanto, cada frase de Cristina podrá ser interpretada a libre albedrío. Pero hay un elemento de contexto que no puede dejarse de lado como parte de un debate dentro del amplio espacio del kirchnerismo: si el deseo y el objetivo de Cristina es buscar una reforma constitucional que avale un tercer mandato, se encontrará ante un dilema. Si privilegia a los candidatos propios, éstos la seguirán seguramente, pero en una hipotética asamblea constituyente no tendrán los votos suficientes para aprobar la modificación buscada que habilite a Cristina a presentarse en 2015. Por otro lado, si la Presidenta les abre más la puerta a algunos aliados, en medio del embate opositor, podría sumar el entusiasmo de algunos dirigentes cercanos pero también deja un flanco para que esos aliados sean efímeros.
Basta reparar en la historia de estos años para ver que el kirchnerismo nunca abrió el debate sobre la conveniencia de la reforma electoral y menos aún sobre si Cristina buscaría presentarse nuevamente. Hay que reconocer que hasta ahora esa fórmula le resultó eficaz. Pero –tomando las propias palabras de la Presidenta– las fórmulas no son eternas.
El kirchnerismo logró crear un fenómeno nuevo en la Argentina. Nadie sabe si continuará en el gobierno pero tampoco nadie puede vaticinar si se consolidará como una fuerza política capaz de trascender una eventual derrota en las presidenciales de 2015. Y no poner en debate eso es jugar con cierta inocencia o con mucho voluntarismo. Los cuadros políticos dirigenciales no pueden vivir con la idea del éxito permanente porque, precisamente, el actual elenco dirigencial es heredero de la resistencia y la lucha en desventaja. Muchos de los que rodean a la Presidenta –y ella misma- están templados en la adversidad. Por lógica generacional y por el manejo del poder, muchos otros no están templados en ella. Y los comportamientos quedan a la vista cuando las fuerzas se tensan. Están los leales a las personas que tienen poder y los leales que trascienden eso y buscan ser genuinos representantes de los intereses populares.
La Argentina necesita continuidad de los sectores políticos que, con sus más y sus menos, defiendan los intereses nacionales y populares. La oposición, dispersa, busca retroceder en las conquistas logradas en esta década. Pero el kirchnerismo, a diferencia de otros movimientos políticos de la región, no postuló una nueva Constitución en base a los paradigmas que requieren los cambios estructurales y la presencia de un Estado más comprometido con la soberanía. La Constitución de 1994 cumplirá dos décadas el año próximo y fue el resultado del avance pleno del neoliberalismo. Poner en debate nombres es parte del día a día, pero poner en debate una Carta Magna sería un gran desafío. Y para lograr ese objetivo no se pueden poner los nombres siempre por delante de las metas.
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