"La historia se repite, primero como tragedia y después como farsa”, dijo Karl Marx en una de sus más célebres citas. La frase, que fue escrita por primera vez hace más de 160 años, calza a la perfección para definir lo que esta sucediendo con las mal llamadas “reestatizaciones” que operó el kirchnerismo en las principales empresas públicas del país: YPF y Aerolíneas Argentinas.
Lejos de haber constituido una recuperación del patrimonio nacional, estamos asistiendo al capitulo final de la infame entrega que comenzó a operarse a comienzos de la década del ’90, cuando Carlos Menem era el presidente de la Nación y Néstor Carlos Kirchner se desempeñaba como gobernador en la Patagonia.
En otras palabras, los K contribuyeron a que, entre 1989 y 1995, 31.245 empleados petroleros quedarán en la calle, recibiendo una pequeña compensación económica en concepto de “retiro voluntario”. Situación que se repitió muy especialmente en la Refinería La Plata, donde fueron despedidos 4.800 trabajadores, número que representaba el 89% de su planta de empleados.
Así fue como, en nuestra región, comenzaron proliferar los remisses, los kioscos y las pizzerías, cuyos dueños precisamente eran los exagentes de YPF que no tardaron en fundirse. Y ello produjo un enorme daño: los barrios que antes eran de trabajadores que progresaban en la escala social con su trabajo genuino, en muchos casos dieron lugar a una precarización extrema, poniendo en crisis el núcleo familiar que es la base de toda sociedad.
Para colmo, semejante impacto social se hizo a precio vil ya que para concretar las privatizaciones, como la de YPF y Aerolíneas Argentinas, se terminó aceptando que se canjearán activos públicos rentables -reales o potenciales- por papeles devaluados de la deuda externa. Es decir, se pagó un precio irrisorio.
Obviamente, la familia Kirchner recibió su recompensa ya que, luego de la privatización, se le giró a Santa Cruz algunas decenas de millones de dólares en concepto de regalías petroleras mal liquidadas, una suerte de coima encubierta. Esos fondos se transformaron en acciones de la empresa privatizada, que siguiendo los consejos de Domingo Cavallo luego fueron revendidos en la segunda privatización de 1998, cuando Repsol se hizo cargo de la petrolera. Esta operación le permitió al kirchnerismo amasar más de 500 millones de dólares, que fueron girados a bancos del exterior. El uso de esos fondos es un misterio, y no son pocos los que sospechan que se habría utilizado para financiar la llegada de Néstor a la Casa Rosada.
La primera privatización de YPF pudo concretarse gracias a apoyo que dieron los legisladores nacionales que respondían a los K. A ellos se les sumaron otros diputados, que actualmente son ultrakirchneristas como es el caso de los gobernadores de San Juan y Jujuy, José Luis Gioja y Eduardo Fellner. No era casualidad: con la infame entrega de la petrolera, varias de las provincias del interior como las antes mencionadas se encaminaron a convertirse en feudos, con gran parte de la población viviendo de las dádivas del Estado, ya sea con planes sociales que los condena a miles de compatriotas a vivir en la miseria o a trabajar en empleos improductivos de baja calificación. Otro que levantó la mano fue el actual ministro de Defensa, Arturo Puricelli, y lo propio hizo el actual secretario general de la Presidencia, Oscar Parrilli, que hace algunos días salió de la oscuridad de la Casa Rosada para defender a capa y espada la brutal represión contra manifestantes en Neuquén que se oponen al polémico acuerdo de YPF con Chevron para la explotación de Vaca Muerta, dado los nefastos antecedentes de esta empresa multinacional.
Con lo que está ocurriendo con Chevron, a la que ahora se le sumaría la mexicana Pemex (ver pagina 4), queda demostrada que la reestatización es, como lo planteaba Marx, una farsa, una puesta en escena, una historia de negociados que se repite en beneficio de los intereses antinacionales. Durante años, se le permitió a Repsol vaciar y saquear nuestros recursos, y cuando YPF se quedó sin nada, se le abrió la puerta para que las multinacionales amigas del poder vengan por lo que no pudieron llevarse en los ’90. Y eso, lamentablemente, lo terminará pagando la gente, teniendo que afrontar combustibles cada vez mas caros (el precio de la nafta aumentó mas del 30% en un año).
Una petrolera estatal está en las antípodas de lo que propone el gobierno K. Durante décadas, empezando con el general Mosconi en el gobierno de Yrigoyen, pasando por Perón y luego con Frondizi, YPF fue un modelo de gestión que en los años 60 llego a su punto máximo con el autoabastecimiento, lo que dio un plafón mas que interesante para que floreciera la industria nacional, se generara trabajo genuino e hiciera que la desocupación prácticamente no se conociera.
Asimismo, durante toda su trayectoria como petrolera estatal, y pese a que el ultimo gobierno de facto hizo que se endeudaran a niveles insostenibles para sostener oscuros negocios, jamás hubo que lamentar un episodio de desastre ambiental o explosiones de gran envergadura como los que involucran a las firmas multinacionales que se asociaron con el gobierno K. Un anticipo de lo que puede venir se dio, el último 2 de abril, con la explosión de la planta de carbón de coque de la refinería (ver página 6).
YPF y Aerolíneas Argentinas representan lo mismo. Son la cabal muestra de como, utilizando como fachada un discurso que supuestamente apunta a recuperar lo que se malvendió, se termina profundizado la entrega infame.
Tanto la línea aérea, que jamás terminó de ser expropiada y en lo formal sigue siendo una sociedad anónima (no presenta balances desde hace 5 años), como la petrolera, está en iguales o peores condiciones que durante el período privatizador.
La farsa está bien aceitada y funciona mucho mejor que los vetustos y antiguos aviones administrados por La Cámpora.
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