No es un dato menor que, además del ministro de Trabajo Carlos Tomada, hayan acompañado a la Presidenta Hugo Yasky, por la CTA, y Gerardo Martínez, por la CGT. Esto es la confirmación del compromiso de que la profundización del modelo –como suele mencionar Cristina al período que empezó a transitar después del triunfo electoral del 23 de octubre– está indisolublemente ligada al compromiso del protagonismo de los sujetos colectivos populares, entre los cuales las organizaciones sindicales tienen una importancia decisiva.
En este momento del mundo tiene un significado especial. El capitalismo financiero penetró de tal modo en la vida de las multinacionales de origen industrial y en los Estados más poderosos de la Tierra, que pocos defenderán a las empresas –fuente de producción y empleo– como los trabajadores. La mayoría de los analistas de los medios de comunicación evitan mostrar descarnadamente la vertiginosa transformación de las economías de producción en bolsones especulativos. El sobredimensionamiento de los llamados derivados financieros, con sus mercados a futuro y festivales de bonos públicos y acciones bursátiles, llevó a la captación de ahorros de trabajadores y sectores medios de los países centrales así como a la creación de burbujas especulativas que llevaron a la crisis de 2008 (ver entrevista a José Nun). Las grandes corporaciones multinacionales adecuaron sus estructuras de toma de decisiones al cortoplacismo de los ejecutivos que van en busca de sus bonus (reparto de ganancias formidables por los aciertos y cero de riesgo en los desaciertos) a la par que los accionistas descargan su rol de capitalistas en los ahorristas que ponen su plata seducidos por una prensa fiel al modelo neoliberal y de saqueo. Este capitalismo, que tiene en vilo al menos a Europa y a Estados Unidos, descarga el riesgo en las Bolsas y en los Estados y está conducido por una elite de multimillonarios muy poderosos que destruyeron el tejido legal de protección social y liberalizaron el mundo financiero a medida de sus intereses. Los trabajadores no sólo podrán ejercer una resistencia sólida a este modelo, les queda también el lugar de defender las fuentes de trabajo; es decir, las mismas empresas. Estos temas los piensan no sólo columnistas destacados de la prensa mundial, como Paul Krugman, sino también académicos y políticos de países llamados emergentes que forman parte del mundo académico de los países centrales y que demuelen las bases teóricas del neoliberalismo. Uno de ellos, Roberto Mangabeira Unger, profesor destacado de Harvard, fue ministro de Asuntos Estratégicos de Lula y también profesor de Barack Obama. Este último siempre destacó las enseñanzas de ese filoso enemigo de la globalización financiera. En su reciente libro La reinvención del libre comercio, Mangabeira se mete de lleno en cómo “profundizar la democracia”. Se hace “mediante instituciones que eleven el nivel de participación popular organizada en la política, combinando rasgos de la democracia representativa y también la democracia directa; favorecer la resolución rápida en el gobierno; crear procedimientos para interrumpir y reorganizar las prácticas que dieron origen a la exclusión social; mejorar las dotaciones educativas…”. Este enorme estudioso entiende que, hoy más que nunca, las decisiones pasan por la política. Y bien lo entenderá Barack Obama, que tendrá por delante una campaña electoral por la reelección que pendula entre el delirio belicista del complejo militar-tecnológico más poderoso de la historia de la humanidad y su apoyo a los indignados.
De Mar del Plata a Cannes. No hubiera sido posible el trato cordial de Obama y Cristina sin la decisión histórica de enterrar el Alca en Mar del Plata con el impulso del anfitrión de aquella cumbre de 24 mandatarios americanos, Néstor Kirchner. El Alca era una receta de los noventa que pretendía el sometimiento de todas las naciones del continente a un conjunto de protocolos al servicio del neoliberalismo. Pocos días antes de la reunión del G-20 en Cannes, empezó el fin de las cumbres iberoamericanas, que comenzaron precisamente en 1990 como reflejo del Consenso de Washington y a la medida de las empresas y bancos españolas que se quedaban con servicios esenciales (luz, teléfono, gas, petróleo, electricidad, finanzas) y convertían a España en uno de los principales inversores en la región. La realidad es que hoy España vive una crisis feroz por haberse involucrado en el modelo expansionista especulativo. Sus empresas son rentables ultramar y no en la Península. Transfieren extraordinarias ganancias a sus casas matrices y dejan heridas graves en las cuentas externas de las naciones. No caben dudas de que las medidas tomadas por Cristina, en orden a que las mineras y las petroleras liquiden sus exportaciones en la Argentina, y que las compañías aseguradoras tengan sus fondos en territorio nacional, son medidas prácticas y necesarias. Además, están en la línea de un pensamiento soberano.
Y la agenda que planteó la Presidenta al convite de la reunión con Obama fue extraordinaria. Otro mandatario, quizá, como especulaban los analistas de medios concentrados, hubiera aprovechado esa hora para pedirle que interceda con el Club de París o por la situación de los bonistas. Cristina, en cambio, enfatizó en la necesidad de equilibrar la balanza comercial (deficitaria para la Argentina en 4.700 millones de dólares este año) y para remarcar la importancia de la presencia de empresas norteamericanas radicadas en el país (segundo inversor en Argentina después de España, que todavía encabeza la lista de inversión externa directa).
Se abrirá una agenda nueva con Estados Unidos. Eso sí, en un país en el cual la tasa de inversión de las grandes empresas está muy por debajo del nivel de inversión promedio. Son las que más rentabilidad tienen, las que mayor capital extranjero reciben y las que más envían ganancias al exterior. Un artículo de Pablo Manzanelli publicado en la revista on line Apuntes para el cambio da información fundada acerca de cómo creció la incidencia de las 500 empresas más grandes que, sin embargo, invertían el 27% de sus ganancias en 2002 y en 2009 bajaron a 15,9%. Esto se da en un país que crece, que da garantías, seguridad jurídica y que logra en la actualidad un registro histórico en su tasa de inversión promedio (23,6%).
La reunión con Obama, para el gobierno argentino, es un logro. No sólo porque recupera vías imprescindibles con el país más poderoso y con mayor capacidad tecnológica. Lo es, sobre todo, porque se hizo en base al respeto. Respetando las asimetrías económicas y comerciales, pero de igual a igual en política.
Se viene un período de altísima incertidumbre. Todas las miradas apuntan a Grecia, pero también a Italia y a cómo se encauzarán las altísimas exigencias de ajustes en un laboratorio donde el neoliberalismo en decadencia pretende hacerse fuerte: nada menos que en la Europa continental.
La Argentina podrá sentir consecuencias de comercio exterior si la recesión se profundiza, pero nunca más volverá a ser parte de las transas financieras especulativas. Se viene un período donde, probablemente, la Presidenta pueda recurrir a las Sesiones Extraordinarias del Congreso para tratar algunas iniciativas claves que van en línea con la profundización de la soberanía. Desde el proyecto de Ley de Tierras y de blanqueo de los trabajadores rurales hasta iniciativas en temas financieros. La sociedad argentina está movilizada y en línea con el sesgo de defensa de la soberanía que le imprime la Presidenta. Dentro de dos semanas exactamente se cumplirán 166 años de la batalla de la Vuelta de Obligado, en la que el general Lucio Norberto Mansilla, cumpliendo las órdenes del brigadier Juan Manuel de Rosas, enfrentó a una escuadra anglofrancesa. Aquella gesta es una fecha clave para la visión nacional, popular y federalista de nuestro pasado. Además, un buen fragmento de nuestra historia para alimentar el destino de independencia que tuvieron las naciones latinoamericanas en sus orígenes.
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