EDITORIAL
Por Myriam Renée Chávez de Balcedo
Directora del diario Hoy
La catástrofe que se produjo en La Plata, tras el temporal y las inundaciones que les costó la vida a 54 personas, está generando un profundo impacto político a nivel nacional, provincial y municipal.
Directora del diario Hoy
La catástrofe que se produjo en La Plata, tras el temporal y las inundaciones que les costó la vida a 54 personas, está generando un profundo impacto político a nivel nacional, provincial y municipal.
La más perjudicada por esta situación es la presidenta Cristina Fernández, que prácticamente tiene el boleto picado. El apoyo que tuvo de importante sectores de la clase media en las últimas elecciones, resultado lógico del denominado voto cuota (incentivado por el alocado boom del consumo), se terminó. La recesión y la inflación hicieron añicos el poder adquisitivo de los asalariados, y la corrupción enquistada en altas esferas del poder superó todos los límites tolerables.
Las personas que murieron en las inundaciones se podría haber salvado si se hubiesen planificado y llevado a cabo planes de infraestructura (que sólo pueden ser encaradas con recursos federales y provinciales) que durante la última década brillaron por su ausencia, porque los recursos disponibles se usaron en negociados y clientelismo.
En la ciudad donde la presidenta nació, se crió y conoció a quien luego sería su esposo, no se hizo ninguna obra hidráulica de envergadura en los últimos 20 años. El desenlace no podía ser otro. Y, lo que resulta aún mas grave, es que durante casi una década el gobierno contó con un ingreso extraordinario de dividas producto de un mundo que demandaba –y aún demanda- los alimentos que se producen en nuestro país. El despilfarro fue fenomenal, y ahora las consecuencias se están pagando con la muerte de ciudadanos inocentes.
Asimismo, otro factor clave de la catástrofe, fue la ausencia de los cuerpos de bomberos en los lugares de mayores anegamientos, que durante esa luctuosa jornada estaban asignados a combatir las explosiones ocurridas en la Destilería. Tal como lo venimos informando en nuestro diario, las explosiones en la planta de YPF fueron producto de una evidente falta de inversiones por parte de la empresa semiestatal, controlada por la administración K, y por la ausencia de planes de contingencia para hacer frente a este tipo de situaciones.
El futuro de la primera mandataria dependía, casi exclusivamente, de lograr una apabullante cantidad de votos en las próximas elecciones legislativas, algo que no ocurrirá ante la indignación generalizada que produjo la devastación.
El impacto de las inundaciones trasciende los límites de la capital bonaerense. No es para menos ya que el dolor de los damnificados, que en su gran mayoría son trabajadores, jubilados y representantes de la típica clase media, generó un efecto de identificación en los principales aglomerados urbanos de la nación. La ciudadanía, en general, comenzó a entender que lo sucedido en La Plata, en cualquier momento, puede repetirse en cualquier parte del país, producto de una matriz de corrupción que llega hasta los cimientos de la administración K.
Para colmo, en un burdo intento de utilizar esta catástrofe como pantalla, el kirchnerismo apretó el acelerador a fondo para impulsa un polémico proyecto de reforma judicial que apunta a borrar de un plumazo a los pocos magistrados que no responden al poder político. Se trata de un intento desesperado del gobierno de no perder poder, dado que la Constitución le pone fecha de vencimiento al kirchnerismo.
A su vez, llenando los tribunales con jueces amigos, los K intentan blindarse ante la posibilidad de que, tarde o temprano, varios funcionarios puedan terminar tras las rejas por los graves casos de corrupción que se registran en el seno del gobierno.
En el último tiempo, Cristina ha decidido rodearse sólo de aplaudidores y obsecuentes, cortesanos rentados por el Estado que pagamos todos. Debe ser por ello, que la primera mandataria está mirando otra película, en momentos en que la Argentina toda se encuentra devastada, y no por inundaciones.
El país real muestra que las economías regionales están quebradas, y está volviendo a aparecer de forma muy aguda la falta de empleo, mientras que las pymes que aún sobreviven, que podrían ser las grandes generadoras de trabajo genuino, se encuentran con la soga al cuello producto de una presión fiscal (para financiar el enorme el aparato clientelar del kirchnerismo) que resulta insostenible.
Es imposible que quienes nos llevaron a esta situación, sean los que no pueda dar la solución. La Argentina tiene salida, están dadas las condiciones para emprender otro camino. Pero se requiere de dirigentes en serio, con mentes lúcidas y equipos de trabajo, capaces de dar vuelta la página y comenzar a escribir otra historia
Las personas que murieron en las inundaciones se podría haber salvado si se hubiesen planificado y llevado a cabo planes de infraestructura (que sólo pueden ser encaradas con recursos federales y provinciales) que durante la última década brillaron por su ausencia, porque los recursos disponibles se usaron en negociados y clientelismo.
En la ciudad donde la presidenta nació, se crió y conoció a quien luego sería su esposo, no se hizo ninguna obra hidráulica de envergadura en los últimos 20 años. El desenlace no podía ser otro. Y, lo que resulta aún mas grave, es que durante casi una década el gobierno contó con un ingreso extraordinario de dividas producto de un mundo que demandaba –y aún demanda- los alimentos que se producen en nuestro país. El despilfarro fue fenomenal, y ahora las consecuencias se están pagando con la muerte de ciudadanos inocentes.
Asimismo, otro factor clave de la catástrofe, fue la ausencia de los cuerpos de bomberos en los lugares de mayores anegamientos, que durante esa luctuosa jornada estaban asignados a combatir las explosiones ocurridas en la Destilería. Tal como lo venimos informando en nuestro diario, las explosiones en la planta de YPF fueron producto de una evidente falta de inversiones por parte de la empresa semiestatal, controlada por la administración K, y por la ausencia de planes de contingencia para hacer frente a este tipo de situaciones.
El futuro de la primera mandataria dependía, casi exclusivamente, de lograr una apabullante cantidad de votos en las próximas elecciones legislativas, algo que no ocurrirá ante la indignación generalizada que produjo la devastación.
El impacto de las inundaciones trasciende los límites de la capital bonaerense. No es para menos ya que el dolor de los damnificados, que en su gran mayoría son trabajadores, jubilados y representantes de la típica clase media, generó un efecto de identificación en los principales aglomerados urbanos de la nación. La ciudadanía, en general, comenzó a entender que lo sucedido en La Plata, en cualquier momento, puede repetirse en cualquier parte del país, producto de una matriz de corrupción que llega hasta los cimientos de la administración K.
Para colmo, en un burdo intento de utilizar esta catástrofe como pantalla, el kirchnerismo apretó el acelerador a fondo para impulsa un polémico proyecto de reforma judicial que apunta a borrar de un plumazo a los pocos magistrados que no responden al poder político. Se trata de un intento desesperado del gobierno de no perder poder, dado que la Constitución le pone fecha de vencimiento al kirchnerismo.
A su vez, llenando los tribunales con jueces amigos, los K intentan blindarse ante la posibilidad de que, tarde o temprano, varios funcionarios puedan terminar tras las rejas por los graves casos de corrupción que se registran en el seno del gobierno.
En el último tiempo, Cristina ha decidido rodearse sólo de aplaudidores y obsecuentes, cortesanos rentados por el Estado que pagamos todos. Debe ser por ello, que la primera mandataria está mirando otra película, en momentos en que la Argentina toda se encuentra devastada, y no por inundaciones.
El país real muestra que las economías regionales están quebradas, y está volviendo a aparecer de forma muy aguda la falta de empleo, mientras que las pymes que aún sobreviven, que podrían ser las grandes generadoras de trabajo genuino, se encuentran con la soga al cuello producto de una presión fiscal (para financiar el enorme el aparato clientelar del kirchnerismo) que resulta insostenible.
Es imposible que quienes nos llevaron a esta situación, sean los que no pueda dar la solución. La Argentina tiene salida, están dadas las condiciones para emprender otro camino. Pero se requiere de dirigentes en serio, con mentes lúcidas y equipos de trabajo, capaces de dar vuelta la página y comenzar a escribir otra historia
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