Por Ignacio Fidanza
El durísimo recorte de subsidios dispuesto por la Presidenta –que en poco tiempo se generalizará-, resignifica el liderazgo de Cristina, que asoma como una líder que también es capaz de tomar decisiones duras de corte liberal, si es necesario. Además, traza una línea muy clara sobre el rumbo que eligió para afrontar las inconsistencias del “modelo”. Porqué el 2012 será el año clave de su segunda presidencia.
Lo interesante es que Cristina parece inclinarse por el camino áspero pero de mas solidez en el mediano y largo plazo, de ajustar las cuentas y al mismo tiempo ir soltando una devaluación muy gradual y moderada. No apeló al facilismo de emitir sin red para cubrir el déficit, sino que parece decidida a ir normalizando los numerosos desacoples que le legó la gestión económica de su marido.
Es imposible no vincular este giro con el acercamiento a la administración de Barack Obama y su confesión pública en la cumbre del G20, donde se definió como “una fanática de la realpolitik”, que es una manera de traducirle a extranjeros la identidad profunda de cualquier peronista.
La oposición, como le viene ocurriendo, quedó descolocada ante el giro, mientras en sus sectores más rancios se distraían esperando un golpe de mercado que o nunca llegó o entró en una extravagante dinámica de cámara lenta.
Ahora, la crítica es que se demoraron 8 años en desarmar los subsidios -en rigor el tiempo es menor ya que su crecimiento se disparó recién en los últimos años-. Se trata de un reclamo por copyright que enarbolan sectores de la oposición, como si tuviera alguna importancia en la política, donde está claro que lo determinante es quien tiene la fuerza y la legitimidad para instrumentar medidas, más que a quien se le ocurrió primero. Por otro lado, no es precisamente una primicia mundial proponer algo tan simple como recortar subsidios.
Y en ese sentido el peronismo le saca una ventaja grande al resto del arco político. Ha demostrado que es una de las pocas fuerzas de la Argentina en condiciones de instrumentar duros ajustes y sobrevivir a ellos. Y la explicación de esta peculiaridad es muy simple: la simbiosis que le viene de su génesis al movimiento fundado por Perón, con el sindicalismo.
El factor crítico en la implementación de cualquier variante de ajuste es el movimiento obrero, natural galvanizador de la protesta social. El peronismo conoce en profundidad los resortes que mueven esas organizaciones y no tiene piedad ni límites a la hora de utilizarlos. Lo hizo Menem y lo está haciendo Cristina.
Por eso la decisión de reclamar la baja de la personería gremial a los técnicos aeronáuticos de Ricardo Cirielli excede con mucho el conflicto de Aerolíneas. Al igual que el bochazó al aumento del 35% que acordaron los peones rurales de Uatre. Son mensajes que se enviaron a todo el movimiento obrero, a horas de anunciar el ajuste que hoy monopoliza la tapa de los diarios.
Tampoco parece casual que justo ayer la justicia de Azul haya condenado con penas de hasta dos años de prisión a cinco dirigentes del gremio de camioneros, que amedrentaron a productores de la zona para que contraten a la cooperativa que regenteaban.
Este giro como es natural se presenta envuelto en una épica de justicia social y redistribucionismo que se irá diluyendo en la medida que se extienda -y va a extenderse- el recorte de subsidios. Será en todo caso un problema del ala progre del kirchnerismo –como ser Ricardo Foster de Carta Abierta que comparó al kirchnerismo con el marxismo, o el propio Axel Kicillof que no reniega de esa identidad- explicar a sus respectivos públicos porque apoyan un ajuste.
No es necesario aclarar que distan esas capillas de ser un inconveniente político importante para el gobierno, que por estas horas se garantizó un respaldo monolítico de todos los gobernadores peronistas –con Scioli a la cabeza-, que se reunieron en Santa Cruz para recordar a Kirchner y Perón, en ese orden.
Si se mira el trazo grueso del camino que va delineando Cristina, lo que se observa es un brutal alejamiento de Hugo Chávez –por caricaturizar un modelo- y un acercamiento a liderazgos más modernos como el de Dilma Rouseff o Michel Bachelet.
Por supuesto que este tipo de virajes no se hacen de un día para otro –salvo que se trata de un político amateur y no es el caso de la Presidenta-, y más que una línea recta pulsan un zigzag que a veces lleva a confusiones. Pero la orientación está clara. La “radicalización” del modelo, hoy es hacia el centro no hacia la izquierda.
La pregunta obvia es si es esta la verdadera Cristina, esa que se insinuó en la campaña del 2007 y que luego de la crisis del campo, quedó opacada por la hiperkinética ofensiva política que desplegó su marido y que tanto daño le causó al gobierno, desembocando en la derrota del 2009. Es una pregunta para historiadores, pero hoy está claro que Cristina decidió iniciar su segundo mandato tomando esas decisiones que su marido cuando estaba al mando de la economía, no supo o no quiso implementar.
Le van a reprochar que las demoró hasta después de las elecciones: ¿Pero qué político sensato hubiera lanzado un ajuste justo antes de pelear su reelección? Es natural que la primera prioridad sea conservar el poder, sobre todo para una admiradora de la “realpolitik”, que no es otra cosa que adaptar la acción política a la defensa de los intereses nacionales –más que a las ideologías-, como bien explica Kissinger en su libro “La Diplomacia”.
Cristina inaugura entonces un ciclo que le va a deparar espinas y tragos amargos en el corto plazo, pero que si logra conducirlo con éxito puede derivar en una baja de la inflación y en la recuperación del superávit. Si logra estos objetivos y acota el costo social, habrá sentado las bases para el crecimiento del país sobre bases más sólidas que las actuales, además de evitar una crisis de magnitud. Por ello, el 2012 será el año clave de su próximo mandato y allí librará la batalla que determine la suerte de su segunda Presidencia.
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