Elecciones Presidenciales. En la emblemática fecha en la que se conmemora el aniversario de la muerte del tirano Francisco Franco, sus herederos del Partido Popular, calculan arrasar en las urnas en la jornada electoral de este domingo.
Un día como hoy también, pero hace 36 años, moría enfermo en su lecho en Madrid el general golpista Francisco Franco, tras conducir con mano de hierro una dictadura que desangró España durante casi cuatro décadas.
El presidente José Rodríguez Zapatero, líder del Partido Socialista Obrero Español (Psoe) y nieto de un militar republicano fusilado por los franquistas, eligió paradójicamente este día para celebrar su defunción política. Cuando decidió convocar anticipadamente las elecciones generales para hoy, ya había previsto no presentarse ni a su reelección, ni siquiera como candidato a diputado. Zapatero daba ya entonces por inevitable la vuelta de la derecha al poder y se hacía a un lado.
Desde hace cerca de dos años todas las encuestas venían dando al derechista Partido Popular (PP) una ventaja de más de diez puntos sobre el Psoe. En estos días llegó a quince puntos. La única duda es si triunfará o no con la abrumadora mayoría absoluta que le pronostican.
La crisis económica y su gestión acabó con el gobierno socialista. Según Zapatero y su candidato presidencial, el ex vicepresidente y ex ministro del Interior Alfredo Pérez Rubalcaba, nadie podría haber actuado mejor frente a la crisis financiera mundial que golpeó a partir de 2008 con tanta fuerza a las economías de Europa y Estados Unidos.
Es verdad, como dice el Psoe, que el PP se ha limitado a aprovechar oportunistamente el desgaste que sufrió el Gobierno a causa de las medidas de ajuste que aplicó durante estos años. Es verdad también que un partido con el poder del PP, con 154 de los 350 escaños parlamentarios –el Psoe tiene hasta hoy 169–, no dio ninguna alternativa.
Pero no es verdad, sin embargo, que el Gobierno no haya tenido posibilidad de apostar por otro modelo económico antes de que llegara la crisis, ni que no hubiera podido gestionar esta mejor.
El Psoe se sumó a la tendencia que tiene la socialdemocracia europea desde hace ya muchos años de no diferenciarse del modelo ultraliberal de la mayoría de países de la Unión Europea, controlados por la derecha.
Cuando Rodríguez Zapatero triunfó en las elecciones de 2004, se presentaba con un discurso progresista, tras los ocho años del derechista José María Aznar, el hombre que arrastró a España a la guerra de Irak, con mucho peso aún en el PP y que dirige su fundación, la Faes.
Pero Rodríguez Zapatero no estaba llamado en realidad a ganar esas elecciones. Todas las encuestas lo daban como perdedor, pero los terribles atentados “terroristas” del 11 de marzo de ese año en Madrid que provocaron casi 200 muertos, invirtieron la situación.
El gobierno de Aznar, aun teniendo pruebas del origen de los ataques, culpabilizó a ETA de los mismos, intentando capitalizarlos así electoralmente. Reforzaba así un tema fuerte de su programa, la durísima política contra la organización separatista. El Psoe tuvo reflejo para denunciar esas mentiras y movilizar a la gente indignada en la calle en vísperas de las elecciones. El vuelco se produjo, Zapatero triunfó con mayoría simple. Sólo así los socialistas pudieron volver al poder.
Y es que el Psoe había quedado muy tocado tras los casi catorce años de gobierno de Felipe González (1982-1996). Una marea de votos de un pueblo que hacía pocos años había acabado con la dictadura aupó entonces a González al poder. Con él llegaron importantes reformas económicas, políticas y sociales, la modernización de España, la entrada en la Unión Europea. Pero también vino la entrada en la Otan, la privatización de empresas públicas, el “boom del ladrillo”, la corrupción, el terrorismo de Estado.
Su desgaste permitió que Aznar lo derrotara en las urnas en 1996, con un discurso centrista que pretendía limpiar la imagen post franquista de su partido, originariamente llamado Alianza Popular (AP).
El líder de AP que nombró a Aznar como su sucesor, Manuel Fraga fue embajador y ministro de Franco y tenía como jefe de Seguridad al argentino Rodolfo Eduardo Almirón, hombre clave de la Triple A argentina.
El propio Aznar –hijo del periodista Manuel Aznar, que bajo Franco ocupó cargos en propaganda y radiodifusión– militó de joven en el FES, sindicato estudiantil ligado a la Falange Española Independiente (FEI).
El viraje de Zapatero. Durante su primer mandato –2004-2008– Rodríguez Zapatero se apoyó en partidos de izquierda para impulsar reformas sociales, el aumento de las pensiones, la Ley de Dependencia, ayudas para la gente incapacitada; los subsidios a los jóvenes para independizarse; la Ley contra la Violencia de Género, el matrimonio entre homosexuales, la reforma de las leyes sobre el divorcio y otras medidas.
Zapatero no acometió, sin embargo, la Ley de la Memoria Histórica que se esperaba, sino una versión totalmente descafeinada, que impidió, entre otras cosas, que el juez Garzón investigara los crímenes del franquismo. Zapatero tampoco se atrevió a recortar las prebendas que sigue teniendo la Iglesia católica en un país aconfesional como España. Pero a pesar de que esas y otras falencias de Zapatero ya le habían hecho perder apoyos por su izquierda, esto se generalizó por su forma de enfrentar la crisis.
Antes que acometer a fondo la lucha contra el fraude fiscal, recuperar el impuesto a las grandes fortunas y apretar las tuercas a los bancos y empresas que tras ser “rescatados” por el Estado repartían pingues beneficios a sus directivos, Zapatero recortó el gasto público, alargó la edad de jubilación y reformó la ley laboral, con graves consecuencias para los sectores más desfavorecidos.
Las recetas del FMI, la UE y el Banco Central Europeo, sólo generaron desempleo; pérdidas de conquistas sociales, desalojos por impagos de hipotecas y que hoy día haya un millón y medio de hogares sin ingresos.
El PP sacó buen partido de la crisis. “Cuanto peor, mejor”, fue su lema. Rajoy asegura que sacará España adelante, aunque no dice cómo. Ha mantenido una calculada ambigüedad sobre todos los temas conflictivos para no ahuyentar a sus potenciales electores. Se espera más de lo mismo, o peor aun, más facilidad a los empresarios para despedir a sus trabajadores, más requisitos para obtener subsidios de desempleo, en un país con cinco millones de desempleados, recortes drásticos en educación y sanidad, más privatizaciones.
Rajoy se cuida mucho también de adelantar si tirará abajo las reformas sociales aprobadas por Zapatero a las que su partido se opuso.
Pero aún así triunfará hoy y previsiblemente con mayoría absoluta.
El movimiento de los indignados, con sólo seis meses de vida, previsiblemente no tendrá consecuencias electorales visibles, aunque previsiblemente, –y a pesar de que la Ley Electoral premia el bipartidismo– reforzará mucho a partidos como Izquierda Unida, actualmente con sólo dos escaños. También irrumpirá en el hemiciclo Amaiur, la coalición de la izquierda “abertzale”, que recoge el voto radical de Euskadi tras el abandono de las armas por parte de ETA.
La derecha vuelve al poder democráticamente, al obtener la mayoría de los votos, pero, paradójicamente, para perjuicio de la mayoría de los españoles.
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